Desde El jorobado hasta Ratatouille, cómo el cine retrató a la catedral de Notre Dame
Apoderada por las llamas como en la más apocalíptica de las ficciones, mientras la tragedia real envuelve a uno de los íconos más importantes de París, es inevitable recordar cuánto del aura imponente de Notre Dame sobrevivirá por siempre a través del cine. Su gótica magnificencia es uno de los símbolos de la Ciudad Luz y, como tal, no podía estar ausente desde un principio en el reflejo de la gran pantalla en la misma ciudad que fue cuna del séptimo arte. Seguramente el recuerdo popular la asocie en términos artísticos inmediatamente a El jorobado de Notre Dame en virtud de las múltiples adaptaciones que el cine hizo de la inmensa épica surgida de la pluma de Víctor Hugo y publicada en 1831.
La pionera del cine Alice Guy Blaché versionó tempranamente, en 1905, la gran Nuestra Señora de Paris en Esmeralda, que contaba con sólo dos personajes: la bella que da nombre a este corto, de tan sólo diez minutos, y la primera aparición del deforme Quasimodo. Le siguió otra versión, ya titulada al igual que el libro, en 1911. Habría que esperar hasta 1923 para que Lon Chaney entregara una de las estampas más aclamadas del período mudo, con el nombre –ya sí formalmente– de El jorobado de Notre Dame.
La popularidad y el hondo anclaje de la historia permitieron que El jorobado… apareciera cíclicamente en el cine con diversos actores que cincelaron su errante perfil, como Charles Laughton, en 1939; Anthony Quinn, en 1956 (con Gina Lollobrigida como Esmeralda); Anthony Hopkins, en 1982, así como exóticas adaptaciones como la versión japonesa que dirigió Torajiro Saito en 1957 o la francesa Quasimodo d'El Paris, olvidable adaptación contemporánea y en tono de comedia aunque con actores tan famosos como Richard Berry y una ascendente Melanie Thierry, entre otras versiones televisivas que la memoria protege hasta desembocar en el más popular y animado acercamiento que Disney concretó con las voces de Tom Hulce y Demi Moore a mediados de los 90.
En el campo de la animación, Notre Dame brilla aún intacta desde el Sena en la clásica Los aristogatos, también aparece en la más reciente y culinaria Ratatouille, de Pixar, y en la fabulosa animación francesa Un gato en París, cuyo felino protagonista gusta de pararse en sus arquetípicas gárgolas.
Su perfil contribuyó a los paseos a través del tiempo de Medianoche en París, de Woody Allen, quien colocó a la Catedral desde el comienzo mismo del film y luego como escenario posterior de un diálogo (sentados en un banco de plaza) entre Owen Wilson y Carla Bruni; y también a los paseos tan románticos como imposibles de Antes del atardecer, con Julie Delpy y Ethan Hawke desde la calle de la Bûcherie, muy cerca del Sena y de la aciaga Notre Dame. Su estampa también se hilvana con los comienzos del cine en La invención de Hugo Cabret, de Martin Scorsese, donde se revisita el genio creador de Georges Méliès.
La memoria hilvana comuniones imposibles entre El sádico de Notre Dame, de Jesús Franco; la de acción y vampiros Van Helsing o la sensible Les rendez-vous de Paris, de Eric Ròhmer, de no mediar la majestuosa catedral gala. Pero quizás dos estampas estremecen más que cualquier otra que haya registrado el cine, con la fantasía apocalíptica Armageddon, donde se ven segundos de París desde una gárgola de Notre Dame antes de desaparecer y, en estos momentos más que nunca, el final de Arde París?, del gran René Clement, con las campanas de la Catedral –que hoy es trágica noticia– cuando están a punto de sonar alborozadas para celebrar, tras cuatro años de silencio, una Francia liberada. Sonido e imagen que nadie desea que sea sólo privilegio de la gran pantalla y del recuerdo.
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