Para su ópera prima 'La reina del miedo', la actriz usó sus miedos a favor y recuperó la libertad para volver a hablar de lo que importa
El teléfono sonó a las dos de la mañana. en un hotel de Nueva York, Valeria Bertuccelli se despertó y se sentó en la cama. Era la madrugada del 28 de enero y había llegado a Manhattan unos días antes para estar con su hijo Vicente y su marido Gabriel (Vicentico para el resto del mundo), que en esos días mezclaba la banda de sonido de La reina del miedo, su primera película como directora, que había terminado hacía un mes. Venía de Salt Lake City, Utah, adonde había viajado para presentar el film en el Festival de Cine de Sundance, el más prestigioso de la escena independiente. Entre Utah y Nueva York hay dos horas de diferencia, y el productor que la llamaba apenas pisaba la medianoche. ¶
–Boluda, ganaste como Mejor Actriz –le dijo, mientras ella se despertaba–. ¿Podés venir? Te pagan los pasajes para que vengas con Gabi.
No había forma de llegar a Utah a las seis de la tarde, así que le pidieron un video.
“No me lo esperaba ni a palos”, dice ahora en el patio del Museo Evita, en Buenos Aires. Fuma unos cigarrillos finitos y no toca nunca su celular, que está pantalla abajo junto al atado. “Me vestí y me puse toda arregladita frente a la cámara, me sentía como que estaba en mi búnker preparando el saludo”, cuenta riéndose. En el video tiene puesto un saco negro y algo grande y el pelo atado en una media cola. Sonríe mucho y agradece en subtitulado, con la cara cruzada por el sueño y la sorpresa: se había ido de Utah unos días antes de la entrega porque la posibilidad de llevarse uno le parecía un delirio. Que la película fuera seleccionada entre más de 3.800 para participar del festival ya era una fantasía. Alguien de Sundance se había comunicado con la productora para pedir una copia. Valeria dice que la mandó un poco por mandar: sin corrección de color ni mezcla de sonido. Y entró. “Habíamos terminado la película el 30 de diciembre, fue como se cae el mundo, tenemos que terminar la película, y yo estaba en ese momento en que no tenía idea si había hecho un desastre o algo que estaba bien, entonces fue genial.” Así como pensó que la película no iba a entrar ni que iba a ganar algo, después de hacer el videíto pensó: “Esto ni en pedo lo pasan”. Pero lo pasaron, y ella lo vio por YouTube desde Nueva York.
En su primera película como directora, Valeria está en todas las escenas: es Tina, una actriz consagrada en plena crisis con la vida que sale disparada a Copenhague cuando se entera de que su mejor amigo (Diego Velázquez) se está muriendo. A Tina le va tan bien en su trabajo que los productores le financiaron una obra de la que no saben nada. Mientras maneja, habla con un representante (Gabriel “Puma” Goity) que le dice “amor” y le pide algunas definiciones que ella pelotea con la impunidad de una estrella. Se casó hace poco pero su marido vive de viaje y cree que la dejó. Tina es miedosa: duerme con un velador encendido y es capaz de llamar a Prosegur porque se cortó la luz. Es graciosa de una manera melancólica. Vive temblando, desorientada, indecisa, sin saber bien qué quiere y qué no, en una casa grande y toda blanca, rodeada de un jardín que de noche puede esconder cualquier peligro. Viaja a Dinamarca sin avisarle a nadie, a dos semanas de estrenar un unipersonal del que no tiene ni una línea en la cabeza.
Valeria escribió La reina del miedo durante algunos años. Primero, como escenas y diálogos sueltos en la computadora, en los ratos en los que no estaba trabajando. Después del éxito en cine con Un novio para mi mujer (2008) y en teatro con Escenas de la vida conyugal (2014), decidió que tenía que parar un poco si quería armar un guión. Pero tenía miedo, no estaba segura de poder terminarlo sola y entonces llamó al guionista Pablo Solarz, con quien había trabajado en Un novio... “Tengo un guión que quiero escribir, ¿te parece que lo escribamos juntos?”, le preguntó. Se encontraron y Valeria le contó la película que tenía en la cabeza, mientras él la grababa. “¿Qué querés que escriba yo?”, le dijo cuando terminó. “La tenés escrita sobre el agua, lo único que necesitás es presión.” Le enseñó a usar el Final Draft, un programa para escribir guiones, y le propuso que cada quince días ella le entregara 30 páginas. Empezó a escribir sin parar y en dos meses lo terminó.
Se lo llevó a Lita Stantic, la productora que estuvo detrás de algunos de los estrenos más importantes del nuevo cine argentino. Desde el principio había querido que la produjera ella. Valeria también quería dirigir y protagonizar la película. “No me parecía nada difícil, sentía que era re orgánico, porque es como empecé yo en el teatro: escribiendo y haciendo”, explica. “Y si bien yo nunca había dirigido, tengo mucho set.” A ella, que todo le da miedo, la idea de dirigir no la asustaba. A Stantic le gustó el guión, pero no estuvo de acuerdo con que la dirigiera y le sugirió buscar directores. “Es mucho trabajo, estás en todas las escenas, es demasiado”, le dijo, y Valeria aceptó. Entonces le propuso la película a Mar Coll, una directora catalana con quien había trabajado en Todos queremos lo mejor para ella. A Coll le gustó y decidieron hacer una coproducción argentino-española. Se juntaron en Barcelona y en Buenos Aires e hicieron casting mientras terminaba de aparecer el financiamiento. Cuando faltaban 15 días para empezar el rodaje, Stantic sugirió posponerlo para 2018, porque faltaba un poco de plata.
Valeria no estuvo de acuerdo. Le presentó el proyecto a la productora Rei Cine, que en 2017 produjo Zama de Lucrecia Martel. Más tarde se sumaron Patagonik y Marcelo Tinelli. Todo empezaba a armarse de otra manera: desde Rei le propusieron que dirigiera ella y que si le daba miedo pensaran en una codirección. Así entró en escena Fabiana Tiscornia, que era parte del equipo de producción cuando Valeria trabajó la película con Stantic. “Ella me había escuchado hablar mucho de la peli, me pareció que era la persona ideal, porque tiene una carrera tremenda como asistente de dirección y me gustaba que para las dos fuera nuestra primera película.”
El rodaje de La reina del miedo duró siete semanas entre Buenos Aires y Dinamarca. “¿Vos sos miedosa?”, le preguntó un día uno de los productores mientras grababan en Copenhague. “Yo le decía que sí, pero que también me animo, me empujo y lo hago”, cuenta ahora. Ella funciona en esa fricción. “Yo creo que todos somos miedosos… después está lo que hacés con eso, hay quienes lo disimulan, quienes lo llevan bien... Yo desconfío mucho de la gente segura, me parece que estamos en un momento en el que la seguridad está especialmente sobreestimada. Tenés que mostrarte seguro en el trabajo, en una entrevista. A mí las personas que más me atraen no son de unas seguridades arrolladoras. Me llevo bien con eso, con mi inseguridad.”
En la primera escena de La reina del miedo, Tina se despierta sobresaltada porque se cortó la luz en la casa donde están sólo ella y su joven empleada. Se levanta y baja las escaleras metida en un salto de cama, con el pelo revuelto. Así funciona el terror en algunas personas: primero como un golpe paralizante y después como un impulso, una descarga eléctrica que los obliga a moverse. “Fui muy miedosa de pequeña y de adolescente y hasta casi mujercita, y creo que el miedo tiene una energía que en un punto es buenísima, porque pasás de que te frene a tener que sobreponerte, y cuando te sobreponés hacés una fuerza muy grande. Y en esa fuerza hay algo interesante: tenés que aparecer de otra manera. Eso me gustaba mucho, el miedo pero como energía transformadora.”
Ni Tina ni su mejor amigo Lisandro son de seguridades arrolladoras: por razones distintas –ella no sabe dónde está parada, él se está muriendo–, están en carne viva. Se conocen desde hace mucho, sus cuerpos hablan de esa intimidad. Es verano en Dinamarca y ellos charlan de la muerte y la reencarnación y de las cosas que les quedaron sin hacer. “Valeria sabe propiciar el espacio para que lo que ella quiere que aparezca, finalmente aparezca. Es una de las habilidades más importantes de un director”, dice Diego Velázquez, que interpreta a Lisandro. “Ella tiene algo como actriz, un tinte siempre gracioso pero también como muy melancólico y un poco triste, que en otras películas es un componente más y que en esta película está todo el tiempo. Hay una marca autoral muy fuerte que no es tan común ver entre los actores de nuestro cine.”
Cuando tenía que explicarle a alguien cómo era Tina, Valeria siempre terminaba hablando de la Pantera Rosa. Hace muchos años que busca un capítulo que la impresionó cuando era chica: la Pantera llegaba a la noche a su casa, abría la ducha, se sacaba la piel rosa como si fuera un traje y entraba en carne viva a bañarse. Nunca lo encontró. “Soy una idiota, pero te lo cuento y se me pone la piel de gallina”, dice. “Para mí Tina es eso: está siempre vestida con un saco grande, abajo ese enterito que es como una doble piel... No hay personaje más melancólico que la Pantera Rosa: tiene humor, es re triste, está sola siempre, en lugares que no entiende y no maneja. Trata de cumplir pero nunca lo logra.”
Mientras escribía el guión empezó a leer al filósofo holandés Baruch Spinoza. “Me encantó algo que él explica sobre lo que te compone y lo que te descompone: cómo algo te puede ayudar a componerte y encontrarte y ser vos, y cómo algo te puede descomponer directamente. Y empecé a pensar eso para este personaje: cómo se descomponía en ese círculo de gente, y cómo se componía cuando lograba ir con la verdad hacia algún lugar. Me interesaba mucho el tema de la importancia de estar ubicado en el lugar correcto. Es re difícil entender cuál es el lugar correcto para vos, el lugar donde te sentís bien. Estar en un lugar que está mal, en el que te estás forzando, es una energía que te lastima. Te hace mal al espíritu y a la cabeza.”
***
Valeria Bertuccelli nació en 1969 en San Nicolás, un pueblo en el norte de la provincia de Buenos Aires. Quería ser bailarina y escritora: iba a danza clásica y a un taller literario. Cuando tenía 6 o 7 años –no es buena para recordar fechas– se mudó con su familia a Wollongong, Australia, por el trabajo empresarial de su papá. Volvieron en el crucero Eugenio C. y Valeria se moría de miedo cuando él se bañaba en la pileta del barco, porque pensaba que estaba conectada con el mar. Todavía no pensaba en ser actriz, pero sí se acuerda de que en esa época la marcó la película Frances, con Jessica Lange. “Me volvió loca, la vi de chica y fue woooow, me quedé enamorada de Lange y su modo de actuar.” Después se mudaron a Buenos Aires y Valeria, que seguía con la idea de ser bailarina, tomó clases con Olga Ferri, en el mismo lugar al que iban las bailarinas que querían entrar al Colón. El día que una bailarina más chica que ella, una pulguita llamada Paloma Herrera, hizo sin dificultad una de las figuras que a ella y a sus compañeras no les salía ni con mucha práctica, decidió que el ballet no era para ella. Entonces empezó teatro y le fue bien bastante rápido: tenía 18 cuando teloneaba a los nombres históricos del Parakultural –Urdapilleta, Tortonese, Batato Barea– con las Hermanas Nervio, el dúo que armó con su amiga Vanesa Waisberg, a quien había conocido en las clases de Alberto Catán, su primer maestro. “El me enseñó dos cosas que para mí son las más importantes: que puedas tener libertad y no te juzgues nunca, porque en cuanto te juzgás y metés la cabeza cagaste, y que actuar es un juego y tenés que creerlo a full y jugar como se te cante”, explica. Con Vanesa escribían y actuaban en el taller, en el Parakultural, en el Rojas. “Ya se veía que era un fuego”, dice el Puma Goity, que la conoció en esa época. “Valeria es una artista y no tiene techo, laburar con ella es un premio, yo la escucho y obedezco.”
Su papá le regaló un pasaje y recorrió Europa por tres meses con un Eurail Pass. Se quedó un tiempo en París y cuando volvió se probó para un papel y se sumó al elenco del San Martín. Estaba cerca de uno de sus sueños: ser parte de una compañía teatral. Era el pase al teatro grande después de años de transitar sótanos. “Nos iba bien en el under”, dice. “Para mí era un mundo increíble, de mucho riesgo, pensabas algo y lo hacías a la noche para el público del Parakultural, que te podía contestar y decirte cualquier cosa. Y había sólo un camarín gigante con las paredes que chorreaban humedad y que lo compartíamos con Urda, Tortonese y Batato.”
En 1995 trabajó en cine por primera vez en Mil boomerangs. Luego de eso pasó a la tele: en el 97 se besó con Pappo en Carola Casini, después hizo Gasoleros y Verdad/Consecuencia. Las notas hablaban de “la chica del under que trabaja en Pol-ka”, mientras hacía cine independiente con Martín Rejtman (Silvia Prieto, Los guantes mágicos). En 2002 transitó el calvario romántico de cualquier heroína de las dos de la tarde en Máximo corazón. “Lo hice pensando en romper el prejuicio total”, dice ahora. “A mis amigos del under les daba mucha risa, me preguntaban qué estaba queriendo probar.” Su idea era experimentar, pero se arrepintió a las dos semanas.
Después ya casi no hizo televisión. “Me harté. Siento que no soporto mucho tiempo en un lugar. En la tele te llegan los libros y lo tenés que hacer al día siguiente, a veces no sabés qué tenés que hacer.” Se dedicó al teatro –Monólogos de la vagina, Alarmas, Escenas de la vida conyugal– y al cine: desde 1995 hizo unas 20 películas. Trabajó con Campanella, Lucía Puenzo y Daniel Burman, entre otros, y en 2008 se convirtió en la Tana Ferro, esa flaquita que puteaba a todo el mundo y que la hizo definitivamente famosa. En 2016, cuando ya tenía listo el guión de La reina del miedo, repitieron la fórmula ganadora con Adrián Suar en Me casé con un boludo. En cine la vieron más de 4 millones de personas.
***
Hubo otra vez, hace casi 30 años, en que el teléfono de Valeria también sonó en mitad de la noche. Ella estaba en París, donde vivía trabajando de baby sitter y estudiando teatro. El ruido del aparato no la despertó, había abierto los ojos un rato antes, angustiada por un sueño en el que la llamaban para avisarle que su papá había muerto. Estaba contándole el sueño a quien en ese momento era su novio cuando sonó el teléfono.
Tomó un avión que se desvió a Chile por mal tiempo. Su papá murió mientras esperaba una conexión a Buenos Aires. El estaba en Córdoba, donde vivía desde hacía unos años. No llegó al velorio ni al entierro. Se cortó el pelo que tenía por la cintura y lo dejó en la tumba con un papel donde había escrito tres cosas que quería decirle.
Decidió quedarse un tiempo en Buenos Aires acompañando a sus hermanos. No sabía bien qué hacer: su novio estaba en París, su mejor amiga en Amsterdam, su papá en ningún lado. Un día de primavera de 1992, caminando por avenida Corrientes, vio en el San Martín el aviso de un casting para el papel de Roxana en Cyrano de Bergerac. El día del casting el teatro estaba de luto porque había muerto Ariel Bufano, titiritero y discípulo de Javier Villafañe. Bufano era el papá de Gabriel Fernández Capello, Vicentico, voz de los Fabulosos Cadillacs, que Valeria había visto unos años antes en un recital en Punta del Este y a quien iba a conocer recién dos años después en el set de Mil boomerangs. En una entrevista él contó que cuando la conoció le llamó la atención porque era “rara y muy graciosa”.
Con Vicentico se casaron en Las Vegas, tuvieron dos hijos –Florián y Vicente– y armaron una sociedad creativa. Para Rey Azúcar, el disco de los Cadillacs de 1995, compusieron y cantaron juntos “Saco azul”, dedicada al papá de Valeria. En 5, el disco de Vicentico de 2012, cantan a dúo “Esto de quererte”, de Xuxa, y “No te apartes de mí”, de Roberto Carlos. Toda la música de La reina del miedo es de él, así que la banda de sonido será también el nuevo disco de Vicentico. “Me da vergüenza decirlo, pero Gabi es re maestro artístico mío”, dice Valeria. “Me ayudó y me sostuvo para que yo pudiera hacer la película, ni bien terminé el primer corte se lo mostré a él. Es alguien de quien yo aprendí mucho a llevar la vida pública, a tener claro qué es lo que importa, y es todo lo contrario a mí: muy tranquilo, nada lo perturba, es seguro, dice algo y se queda tranquilo con lo que dice.”
Extraña los tiempos de riesgo y libertad del Parakultural, y hacer La reina del miedo tiene que ver en parte con recuperar eso: cuando empezó a trabajar, a fines de los 80, pensaba que nunca iba a quedarse sin trabajo, porque ella siempre iba a hacer sus cosas. Podía ganar poca plata, tener poco público, pero no hacer algo que no le gustara. “Pero después me empezó a ir bien, y empecé a alejarme de hacer mis cosas, y en un momento me di cuenta de que estaba re lejos”, dice ahora. “Había algo mío que me re faltaba, una parte que necesitaba transmitir más, hablar de lo que me importaba. Sentía que no corría un riesgo, y para mí la peli fue juntarme de nuevo con algo mío. Volver a completarme un poco.”
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