Del otro lado del amor: porqué Historia de un matrimonio debería ganar el Oscar a la mejor película
"Esta película no es autobiográfica; es personal y hay una diferencia entre esas dos cosas". Dicha de una u otra manera, Noah Baumbach lleva meses repitiendo esa explicación sobre su película. Desde que Historia de un matrimonio se estrenó en el circuito de festivales de cine en agosto y hasta que llegó a los cines de los Estados Unidos y luego a Netflix para todo el mundo, y mucho más cuando recibió seis nominaciones al Oscar, el esfuerzo del director por separar su vida real de la historia que cuenta su película fue continuo e insistente.
No es la primera vez –ni siquiera la segunda– que el director y guionista neoyorquino se ve obligado a aclarar que la ficción es ficción y que su vida es otra cosa. Los paralelismos entre su obra y sus experiencias reales ya habían aparecido en sus primeros films: Pateando el tablero e Historias de familia. En la primera, su debut como realizador, el relato giraba en torno a unos jóvenes recién salidos de una universidad de prestigio y bastante elitista como la que había asistido el director, apenas unos años mayor que sus personajes. En la segunda, un retrato sobre un divorcio difícil ambientado en la Brooklyn de los años 80, en el seno de una familia intelectual, se parecía tanto a sus experiencias durante final del matrimonio de sus padres que lo filmó en el barrio en el que vivía con ellos; la biblioteca que aparece en la casa de la familia está llena de sus libros y hasta Jeff Daniels, el patriarca de la ficción, utilizó un saco que pertenecía al padre de Baumbach. Pero aun así, el director insistía en separar la verdad de la ficción. Como cuando realizó The Meyerowitz Stories y su exploración de las consecuencias del divorcio en los hijos adultos –interpretados por Adam Sandler y Ben Stiller– de un padre artista (Dustin Hoffman), más ocupado en nutrir y ocuparse de su ego que de sus hijos, remitía nuevamente a su propia historia.
Algo que ocurre otra vez y con renovada intensidad en Historia de un matrimonio. Crónica de una muerte anunciada, el final de la pareja que componen Scarlett Johansson y Adam Driver (ambos nominados al Oscar por sus papeles en la película) puede que haga referencia al divorcio del propio Baumbach de la actriz Jennifer Jason Leigh, madre de su primer hijo, pero sobre todo se trata de una evolución de los temas y las preocupaciones que atraviesa todo el cine del director.
El vínculo entre padres e hijos, el destructivo poder del amor y el arte están siempre en su camino y una y otra vez encuentra modos nuevos y personales de contar esas mínimas tragedias universales. Baumbach es un realizador llegado desde el cine independiente capaz de ampliar su tono y registro para filmar el tipo de película intimista que Hollywood ya hace años decidió dejar de producir. El director bien podría ser el antídoto que la industria del cine necesita cuando los tanques, las secuelas y las nuevas versiones de viejos éxitos lo abarcan todo.
Está claro que se trata de un autor con una mirada distinta pero reconocible, permeada de aires familiares, en más de un sentido del término. Un director y autor que escribe guiones intensos confeccionados con las mismas telas que todos utilizamos todos para vestirnos cada día pero que al mismo tiempo logra que luzcan únicas e irrepetibles. La posibilidad de ganar un Oscar o dos –está nominado personalmente en la categoría de mejor película y guión original–, sumaría variedad e ingenio y otra sensibilidad a una industria que las necesita con desesperación. Pero claro, el triunfo de Historia de un matrimonio sería también el de Netflix y todo indica que los mandamases de Hollywood aún no están dispuestos a que la plataforma de streaming consiga el último símbolo que le queda para llegar a la cima de la industria.
Según indican los pronósticos y todo el resto de las premiaciones que anteceden a la celebración de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, no parece que éste sea el año en el que Netflix finalmente vaya a quedarse con las categorías principales, a pesar de tener dos contendientes tan fuertes y tan disimiles entre sí como El irlandés e Historia de un matrimonio. La esquiva marcha en la temporada de premios de Martin Scorsese y su película abarcaría mucho más que el propósito de este texto, pero como sucede con y dentro del film de Baumbach, todo indica que la eterna lucha entre la sensibilidad de Nueva York y la de Los Ángeles sigue siendo materia de debate a la hora de repartir estatuillas.
Lo cierto es que Historia de un matrimonio pone ese tironeo en el centro de la escena. Como antes había hecho Woody Allen en la magnífica Dos extraños amantes (Annie Hall), otro relato de un amor con final conocido –y una de las siete comedias en ganar el Oscar a mejor película en toda la historia del premio– el viaje de Nicole (Johansson) hacia California, de regreso a sus orígenes, crea un cisma en la relación que pone de manifiesto dos mundos opuestos, dos maneras diferentes y contradictorias de ver el mundo.
Charlie (Driver), el más neoyorquino de todos a pesar de no haber nacido allí, y defiende cada centímetro de su ciudad adoptiva y no es difícil comprenderlo cuando Baumbach elige, como Allen, pintar literal y simbólicamente a Los Ángeles con los colores menos sentadores. Ese departamento beige que será el escenario de una de las secuencias fundamentales y más recordadas de la película–meme de la pared atravesada por una piña del protagonista incluido–, representa todas las objeciones que tiene el personaje con la ciudad que no le queda otra opción que visitar si quiere ver a su hijo, mientras que Nueva York aparece como el lugar del arte con mayúsculas. La bohemia y la integridad tendrán que ser sacrificadas por el conflicto matrimonial hasta que la disputa insalvable pegue toda la vuelta hasta aterrizar en esa luminosidad que sólo pertenece a Los Ángeles. Ese lugar donde se entregan los premios Oscar y que harían bien en reconocer a Historia de un matrimonio, un ejemplo del talento de Baumbach y las posibilidades presentes y futuras que trae consigo desde ese otro planeta llamado Brooklyn.
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