Debbie Reynolds: la estrella que custodió la memoria de Hollywood
La vida de Debbie Reynolds puede leerse en retrospectiva como un manual destinado a quienes sueñan con ser estrellas. O, más bien, una guía para identificar a quien verdaderamente debería ser considerada como tal.
Reynolds fue una estrella consumada en todo el sentido de la palabra. Se ganó ese lugar desde la pantalla con personajes que para el mundo entero aparecían, como señala aquella máxima, mucho más grandes que la vida misma. Pero también poseyó otra de las cualidades esenciales que definen a una estrella: sobrellevar con entereza una apasionante sucesión de dolores, caídas y profundas ingratitudes a lo largo de su extensa y fascinante vida.
Genuina representante de la realeza de Hollywood sólo se rindió cuando supo que no podía afrontar la mayor pesadilla vivida en la ciudad de los sueños. Anteayer se desplomó en su casa mientras resolvía los detalles del funeral de su hija Carrie Fisher, fallecida el martes. Fue trasladada de urgencia al hospital Cedars-Sinai de West Hollywood. Murió allí pocas horas después.
"Lo último que dijo fue que quería estar con Carrie", contó más tarde Todd, su otro hijo, que estaba junto a su madre en el momento en que se sintió mal. El doloroso recuerdo de su hija muerta venció definitivamente a la mujer que custodiaba como nadie la gran memoria de Hollywood.
Ese trabajo de preservación fue colosal. La colección de 3000 objetos atesorada por Reynolds incluyó desde el vestido blanco de Marilyn Monroe en La comezón del séptimo año hasta el sombrero de Charlie Chaplin, los trajes de la familia Von Trapp en La novicia rebelde y la túnica de Charlton Heston en Ben Hur. Una de las joyas de ese acervo fue el tocado que lució Elizabeth Taylor en Cleopatra. Justamente Taylor, otra sublime estrella, que le arrebató a su marido Eddie Fisher tres años después del nacimiento de Carrie, en 1959.
Allí nació la gran novela real de Hollywood, en la que Liz fue la villana y Debbie la heroína, lo que elevó todavía más la popularidad que ya se había ganado con creces desde su rutilante aparición, con apenas 19 años, en Cantando bajo la lluvia, tal vez el mejor musical de la historia del cine.
Reynolds se convirtió en estrella con una mezcla única de candor, inocencia, desenfado, una sonrisa exuberante y un amor a primera vista con la cámara. La identificación entre ella y el público (que la veía como "la chica de al lado") fue inmediata. Su talento, ratificado en otros musicales (Yo seré estrella, Casino de placer) y clásicos del cine romántico (Cómo pescar un marido, Comenzó con un beso) llegó a la cumbre en 1964 con La inconquistable Molly Brown, que le dio una nominación al Oscar y un apodo a partir del título original del film (Unsinkable: infatigable, aguantadora, resistente) que la acompañó toda su vida.
Quedó demostrado tras su segundo divorcio. Se había casado con el dueño de una cadena de zapaterías que la dejó en la quiebra y la obligó a hacerse cargo de deudas millonarias. "Todos mis esposos me robaron. El único que no se llevó nada fue Eddie Fisher, pero tampoco se hizo cargo de la manutención de sus hijos", confesó mucho después. Ayer comenzaron a recorrer el mundo enternecedoras fotografías de la bella y joven Debbie junto a la pequeña Carrie. En especial una en la que se ve a la niña, de seis años, entre bambalinas, observando a su madre en un escenario de Las Vegas.
Allí había montado un casino con su nombre que le brindó (junto a un exitoso show de TV) otra oportunidad de éxito. Pese a la quiebra de ese lugar en 1997, siguió adelante y mantuvo también su generosa lucha benéfica en favor de los enfermos mentales, por la que obtuvo en 2015 el Oscar honorario que lleva el nombre de Jean Hersholt. Ayer, algunos títulos anunciaban la muerte "de la madre de Carrie Fisher". Se equivocaron. La verdadera estrella de la familia era Debbie Reynolds.
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