De Sica, el rey del cine italiano
Hoy se cumplen cien años de su nacimiento
Si en uno de esos desafíos tipo ranking se tratara de elegir a las diez figuras más importantes del cine italiano del siglo XX, habría que pensarlo mucho. Pero si hubiera que elegir a una sola, la cosa sería más fácil: la mayoría de los críticos y del público coincidiría en ungir en ese rango a Vittorio de Sica. Desde luego, le caben muchas objeciones y, seguramente, aparecerían obras y aportes de varios realizadores (algunos de Fellini, otros de Visconti, un par de propuestas de Antonioni o ciertos destellos visionarios de Pasolini) que superaron a los de De Sica, pero su producción total, su fascinante presencia y su continuidad a lo largo de medio siglo de la cinematografía peninsular es posible que no tengan parangón. Dicho de otra manera, De Sica es el punto medio, la consumación en imágenes y en emociones de una estética que recorre la cultura, la historia y las resonancias sociales de una identidad nacional. Eso sí, con la misma seducción, las contradicciones y los "pecados" -hay que decirlo de entrada- que encumbraron y, al mismo tiempo, embarraron a tantos artistas italianos desde la primera posguerra hasta los finales del último siglo: Fellini, Sordi, Gassman, Mastroianni, no se salvan de esos claroscuros, tanto en el oficio como en la vida.
"Antes que nada, quiero asegurarles que no soy sólo yo el creador, si así puede llamársele, del neorrealismo", dijo De Sica en Buenos Aires a un cronista del diario Noticias Gráficas, durante su histórica visita de 1953. "Nació en mí -sigue-, como nació simultáneamente en (Roberto) Rossellini, (Alberto) Lattuada o (Renato) Castellani y en otros, no como la manifestación de un programa previamente estructurado. Fue una necesidad, y si se lo denomina neorrealismo es porque quienes dimos sus primeras expresiones encaramos el tratamiento de cuestiones de vida, de la calle, con supresión (en la medida de lo posible) de los sets, del decorado. La cámara cinematográfica adquirió en nosotros un sentido, una función distinta. La utilizamos como instrumento capaz de captar lo humano y ofrecerlo en lenguaje directo o transfigurarlo por una poética siempre sencilla y comunicable."
Estas palabras documentan su sentido común, su prescindencia de toda megalomanía, aun cuando para entonces era la figura del espectáculo más popular y representativa de Italia. Se había iniciado en el cine en 1917, pero un poco por azar y como actor infantil, en "Il processo Clemenceau", un film en el que brillaba la gran diva italiana del cine mudo, Francesca Bertini. Venía de un hogar humilde, de padres napolitanos; había nacido en Sora, provincia de Frosinone (en la región del Lazio), el 7 de julio de 1901. Y la cinematografía fue, al fin, el medio gracias al cual su imagen de galán y su personalidad de realizador recorrieron el mundo.
Su última aparición fue en un film de Ettore Scola, interpretándose a sí mismo: "Nos habíamos amado tanto", de 1974; cuando el realizador de "Un día muy particular" estaba sonorizando el film, De Sica murió en París, el 13 de noviembre de ese año.
Un galán irresistible
Es casi imposible consignar en detalle su carrera en el cine (como actor intervino en 167 películas, más las 35 que filmó como realizador) y, más difícil aún, documentar la totalidad de su trayectoria, signada también por el teatro, la radio, el music-hall y la canción grabada. El niño prodigio de 1917, luego de un irrelevante paso por la universidad, retomó la carrera de actor diez años después, en el teatro, y también en el cine. Las puertas de los estudios cinematográficos se abren para él con "La compañía de los locos", de Mario Almirante, en 1928 (aunque, previamente a ésta, algunas filmografías mencionan a "La bellezza del mondo", de 1926), pero su gran oportunidad sobrevendría con "Los hombres, ¡qué sinvergüenzas!" (1932), film en el que el inolvidable Mario Camerini le confía el rol de un chofer gracioso y galante.
Trabajó mucho, después, junto a este realizador, el más significativo de la Italia mussoliniana de los años 30, y hay que reconocer -como lo señala Henri Agel- que De Sica heredó de Camerini "el gusto por el espacio, por la calle y por la vida en trance de realizarse". Pero, claro, De Sica llegó mucho más lejos que su maestro, lo que acabó paradójicamente por eclipsar a Camerini.
En 1936 participa en el equipo en el que Cesare Zavattini interviene como guionista en "Daro; un milione", y esta relación resultará fundamental para De Sica: con Zavattini como guionista integraría uno de los binomios más célebres del cine.
Para entonces ya es el galán que todas las mujeres italianas admiran, el seductor, el cantante de canzonette que seduce con su sola presencia y que, casi hasta el hartazgo, impone con nuevos aires una canción tradicional: "Parlami d´amore, Mariú".
Neorrealismo y después
La irrupción de De Sica como realizador se produjo en 1939 con "Rose scarlatte" y hay que decir que, detrás de la cámara, la fortuna le deparó muy temprano una seguidilla de aciertos. Dos films de principios de los años cuarenta señalan la ruptura con la estética burguesa y monumental del cine fascista de los treinta: "Obsesión" (1943), de Luchino Visconti, y "Los niños nos miran" (1943-44), de De Sica; con ellos, la cámara recorre escenarios reales y desarrolla problemáticas y dramas actuales. Así se va transformando la atmósfera, hasta que un tercer film acaba por imponer una pauta definitivamente distinta: "Roma, ciudad abierta" (1945), de Roberto Rossellini.
Alrededor de estas producciones se gesta todo un movimiento que hizo historia en la cinematografía europea y se consolidó con visos de estética propia con otros tres films de De Sica: "Lustrabotas", que recibió un galardón especial de la Academia de Hollywood, la multipremiada "Ladrones de bicicletas" y "Umberto D", realizados entre 1946 y 1952.
La estética neorrealista nacía de la necesidad y las circunstancias y no de preceptos preconcebidos, y esas circunstancias estaban marcadas por la pobreza de la posguerra, la escasez de celuloide (que obligaba a filmar con película vencida), la falta de estudios por la destrucción parcial de Cinecitta, el reemplazo de actores profesionales por gente del pueblo que interpretaba sus propios dramas reales y, por encima de todo, la urgencia por narrar el desastre de una nación a la deriva, entre las ruinas de la monarquía y el final catastrófico del fascismo.
Pero el binomio De Sica-Zavattini también produjo, antes de que el movimiento declinara, una de las obras maestras del siglo que, aun partiendo de ciertas premisas propias del neorrealismo se proyectaba a un horizonte estético rebosante de imaginación, gracia y vuelo lírico: "Milagro en Milán", de 1950/51. Después De Sica volvió a los cánones neorrealistas con "Umberto D" (durante muchos años, su film predilecto, quizá porque narraba el triste destino de su padre jubilado, Umberto De Sica) y "El techo" (de 1955/56, donde tuvo por asistente al joven argentino Fernando Birri, que a la sazón estudiaba en el Centro Experimental de Roma).
Ya no sería un neorrealista ortodoxo: "El oro de Nápoles", "La ciocciara" (en la Argentina, "Dos mujeres"), un capítulo de "Boccaccio 70" y la megalómana coproducción internacional "El juicio universal" (1961).
A éstas siguieron -entre otras muchas- "Ayer, hoy y mañana" (1963), en 1964 la celebrada "Matrimonio a la italiana", "Los girasoles de Rusia" (1970), "El jardín de los Finzi-Contini" (1970), hasta llegar a su último film, "El viaje" (de 1974, con Richard Burton y Sophia Loren), que se estrenó en París el mismo día en el que el incansable actor y realizador exhalaba su último suspiro en un sanatorio de la misma ciudad.
Dos mujeres
Por supuesto, fueron muchas las mujeres que, pública o secretamente, transitaron por la existencia del gran seductor napolitano (no había nacido en Nápoles, pero su ascendencia familiar lo llevó a adoptar esa procedencia). El 10 de abril de 1937 Vittorio de Sica se casó con Giuditta Rissone, su novia y compañera de escenarios teatrales durante los años treinta.
Al año siguiente nació su hija Emi. Pero poco después, mientras filmaba "Rose scarlatte" (1939), conoció a la actriz española María Mercader, que actuaba en el rodaje de otro film. "Vi por primera vez a Vittorio de Sica, el hombre con el que pasaría treinta y seis años de mi vida, en medio de un incendio."
María Mercader -que murió hace poco- comienza así sus memorias. "Estaba en Italia desde hacía pocos meses y trabajaba en una película en Cinecitta, cuando se incendió el plató", sigue diciendo esta actriz que viviría todas las alternativas del amor, el éxito, el sufrimiento, el compañerismo, la humillación, el placer, los celos y demás variantes derivadas de una prolongada pasión junto al hombre al que, implacablemente, "amaban todas las mujeres".
Tuvieron dos hijos, Christian (hoy, un exitoso galán) y Manuel, que suele componer partituras para films. Pero estos chicos recibieron tardíamente la paternidad legal.
"Vittorio quería muchísimo a nuestros dos hijos -cuenta María Mercader-. Prometió que presionaría a su mujer para inducirla a acceder al divorcio, y entretanto se comprometió a pasar en casa no ya dos noches (sic), sino cuatro noches por semana."
Otros testimonios de la sufriente Mercader revelan las celosas zancadillas de su esposo ante el crecimiento artístico de la actriz en el campo del teatro: De Sica intentó oponerse al deseo de Luchino Visconti de que María interpretara la protagonista de "Las bodas de Fígaro", de Beaumarchais, son pretexto de que no estaba madura para el rol.
La objeción respondía, en realidad, a otros móviles: "La esposa -cuenta Mercader- le había comunicado un decreto suyo: que yo continuase, si quería, trabajando en el cine (porque habría sido difícil impedírmelo), pero que Vittorio me convenciese de que no invadiera también el teatro, territorio que la signora Rissone juzgaba reservado para sí misma".
Pequeñas (o patéticas) miserias de la vida profesional y conyugal.
De charla con Mirtha Legrand
Un recuerdo imborrable de Vittorio De Sica, que no se dejaba impresionar por la pompa oficial, se cifra en la emoción que experimentó durante la presentación, en la Salle Pleyel, de París, de su "Ladrones de bicicletas", una soirée organizada por Jacques Becker y Georges Charensol: al final de la proyección, un shock emocional hizo estallar la platea, en la que podían distinguirse a Jean Cocteau, André Gide, Jean-Paul Sartre, René Clair y el tout Paris. Una ovación semejante lo saludó, en octubre de 1953, en el viejo cine Biarritz de la calle Suipacha, al llegar para la proyección de "Umberto D". Y la emoción del actor y realizador fue tan fuerte como la de París; según contó De Sica, le fascinaba reencontrarse con Buenos Aires, a la que había conocido en los comienzos de su carrera, cuando vino como un modesto integrante de la compañía de Tatiana Pavlova, a principios de los años treinta. Un registro fílmico de esa noche, breve y sin sonorización (las cámaras las empuñaban Federico Kraft y Adolfo Vizzini), lo sorprende llegando al Biarritz entre policías que intentan protegerlo de los apretujones de la gente. Finalmente llega al escenario, donde lo flanquean los dirigentes del Club Gente de Cine: allí están Nicolás "Pipo" Mancera, Edmundo Eichelbaum, Carlos Burone y el factótum de ese homenaje, el crítico y maestro Rolando Fustiñana, el recordado Roland, que lo presenta y le entrega el premio de Gente de Cine por "Umberto D". Según cuenta Paulina Fernández Jurado, de la Cinemateca Argentina, esa noche se había iniciado a la vuelta del Biarritz, en el cine Gran Rex, donde tuvo lugar una ceremonia oficial, con autoridades y diplomáticos, para la exhibición de "Ladrones de bicicletas", que aún no se conocía en la Argentina. "La reacción allí, al final de la proyección, fue de lo más fría -recuerda Paulina-, pero el desquite fue después, en el Biarritz, en una función a medianoche donde se lo homenajeó y premió. De Sica no podía creer que en un país tan remoto gozara de semejante popularidad."
Las cámaras de Kraft y Vizzini lo acompañan cuando abandona el escenario y sale al hall: allí firma innumerables autógrafos y termina departiendo con una joven y sonriente actriz argentina: Mirtha Legrand.
Los pecados de un artista multifacético
María Mercader no tiene empacho en narrar cómo, por el informe de una amiga, se enteró del romance de su esposo con la actriz Nadia Gray en el hotel Raphael de París, pero para la posteridad no serán esas infidelidades los mayores "pecados" de Vittorio. Su inconmensurable atractivo como presencia actoral lo condujo insensiblemente a un acaso involuntario deterioro de su imagen. Su muy exitosa caracterización del sargento Carotenuto (al borde del grotesco) en "Pan, amor y fantasía" (1953), de Luigi Comencini, junto a una desbordante Gina Lollobrigida, le acarreó no pocas críticas y también la decepción de muchos seguidores. Hollywood también había puesto su mirada en este ídolo internacional, y en 1967 él dirigió a Shirley MacLaine en "Siete veces mujer", acaso la única película suya a la que De Sica calificó como "francamente mala".
Hay un antecedente de estos claroscuros, anterior a sus aciertos neorrealistas, una película que sigue siendo una suerte de incógnita en su filmografía: "La porta del cielo", producida en 1944 por el Centro Cattolico Cinematografico, no por el Vaticano, pero con especial interés de Pío XII. El papa, en efecto, parece haber impulsado el film, pero después lo "bloqueó": se exhibió en algunos circuitos, pero finalmente fue retirado de circulación por orden del propio pontífice.
Hoy, su hijo Christian guarda una copia, pero no es la única, y la Cineteca Nazionale conserva un negativo restaurado. Narra una peregrinación de discapacitados, en tren, al santuario de la Virgen de Loreto en busca de milagros. El verdadero motivo del retiro de circulación de "La porta del cielo", dicen algunos críticos, obedece a la escasa calidad técnica del film.
Pero al contemplar la obra multiforme de De Sica en la perspectiva que da el tiempo (más de medio siglo), algunas aristas se disipan y, más allá de cualquier racionalismo crítico, el espectador sensible volverá a emocionarse al ver al pequeño Staiola en "Ladrones de bicicletas" o al seductor de "El oro de Nápoles", al santo de "Milagro en Milán", al maresciallo de "Pan, amor y fantasía" o al genial mascalzone de "Los hombres, ¡qué sinvergüenzas!".
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