De Eve Polastri a 007, llegó la hora de las espías
Hace unos años que el mundo del espionaje en el cine y la televisión vive los mismos cambios que agitan a las narrativas de nuestra época. Ese universo maniqueo heredado de la Guerra Fría, dominado por señores serios y trajeados, seductores que ordenan dry martinis y conquistan mujeres glamorosas, invencibles agentes que celebran con éxito misiones imposibles y secretas, necesitaba nuevos aires, nuevas miradas, nuevas historias. La prueba son los dilemas que atravesó la nueva Bond 25, todavía en pleno rodaje, en la que Daniel Craig finalmente se despide de su traje de James Bond. La danza de sucesivos directores (de Sam Mendes a Danny Boyle para concluir en Cary Joji Fukunaga) y guionistas culminó con la llegada de la británica Phoebe Waller-Bridge (Fleabag, Killing Eve), a pedido de Craig, para rescatar a la historia del naufragio, escribir personajes femeninos en serio y no como parte del decorado, e imaginar aventuras que puedan despertar verdadero interés en los espectadores contemporáneos.
Pero parece que los cambios en la última entrega de la saga de Ian Fleming no terminan ahí. Esta semana, The Daily Mail informó que una nueva agente será la heredera del célebre código 007 en las filas del M16 cuando el veterano Bond decida retirarse. Lashana Lynch parece ser la elegida, una mujer negra que asomó para el gran público como la piloto Monica Rambeau en Capitana Marvel y que ahora aparece como la posible protagonista del futuro de la alicaída franquicia ¿Será posible? Esa pregunta aparece una y otra vez, sobre todo porque el universo de Fleming resulta tan adherido a una época y a una figura determinada, que verlo renacer bajo una estela femenina parece todo un desafío. Pero en los últimos tiempos, las espías mujeres han sacudido todos aquellos universos que le eran vedados, desde los consignados por la historia verdadera hasta los nacidos de la imaginería literaria, delineando una forma particular de ejercer el espionaje y de dar vida a esas protagonistas que existieron pero no siempre fueron recordadas.
¿Cómo son las mujeres espías?
"Nadie sospechará de nosotras. Somos mujeres", le asegura Sonya a la indecisa Joan cuando la convence de extraer secretos del gobierno británico para informar a los rusos en Moscú. La historia de La espía roja, película que se estrena en cines locales el jueves próximo, está inspirada en la verdadera vida de Melita Norwood, una mujer británica que a sus 80 años fue acusada de ser una espía de la KGB durante los tempranos años de la Guerra Fría. La vida de Joan (Sophie Cookson de joven, Judi Dench de grande) pasó de los claustros universitarios a la militancia antibélica, teñida de amor e ideales, hasta convertirse en una pieza clave en los experimentos con energía nuclear en los tiempos previos a Hiroshima. Su rol como espía estuvo definido por su condición de mujer: era desatendida como mera asistente entre los investigadores, mientras su formación científica le permitía comprender las discusiones y consignar aportes claves; su presencia era sigilosa en el tráfico de secretos, sagaz en la forma de ocultarlos, astuta en las ficciones que ideaba para protegerse.
La capacidad de las mujeres de pasar desapercibidas, de circular en universos candentes sin ser detectadas, ha sido confirmada como una de las principales ventajas a la hora de asumir roles de espionaje. Si bien ha existido el lugar común de creer que las mujeres solo eran útiles como espías en tanto podían seducir a un hombre y obtener información secreta en instancias privadas –la variante Mata Hari–, varias investigaciones contemporáneas sobre el pasado han demostrado que sus roles fueron diversos. Como señala Sarah Rose en el libro recientemente publicado, D-Day Girls: The Spies Who Armed the Resistance, Sabotaged the Nazis, and Helped Win World War II, en tiempos de guerra era frecuente reclutar mujeres para operaciones tras líneas enemigas porque "eran psicológicamente más aptas para un trabajo en permanente secretismo, signado por el aislamiento y alimentado por un coraje fresco y solitario". Durante la Segunda Guerra Mundial, varios oficiales del SOE (Special Operation Executive, comando creado por Churchill para formar una oposición doméstica a los alemanes) confiaban en espías mujeres para reclutar personal civil, debido a su calidez y empatía, al mismo tiempo que resultaban óptimos correos de mensajes secretos porque siempre despertaban menos sospechas.
Esa idea de concebir a la mujer como "la espía menos pensada", dotada de singular instinto y capacidad para esconderse a la vista de todos, es lo que exploró Waller-Bridge en la confección final de Eve Polastri (Sandra Oh), la protagonista de Killing Eve, que acaba de recibir nueve nominaciones a los premios Emmy. En el comienzo de la serie, Polastri es una gris burócrata del MI5 dedicada a tareas rutinarias de seguridad que se siente fascinada por el modus operandi de un crimen y afirma con convicción que la responsable es una mujer. Su instinto y sagacidad son las llaves para su entrada al MI6 de la mano de la veterana Carolyn Martens (Fiona Shaw), y para la creciente persecución de su némesis alrededor del mundo: Villlanelle (Jodie Comer). Lo que la mirada de Waller-Bridge perfila con inteligencia es cómo la urbana Eve, vestida siempre con piloto azulino y pelo recogido, puede explorar de manera obsesiva esa sed de aventura que subyace en su aparente monotonía y para la que resulta notablemente equipada.
Las reinas de la escena
Esa capacidad de transformación que percibimos en Eve a medida que se siente seducida por el peligro de su nuevo trabajo y el descaro de su doble Villanelle, es otro de los rasgos esenciales de las mujeres en ese mundo de disfraces e imposturas que es el espionaje. En Red Sparrow, Jennifer Lawrence pasa de bailarina del Bolshoi a imperturbable sicaria sin que la coreografía de sus sangrientas performances se vea alterada. La interpretación es siempre la mejor arma para el engaño, y ella puede interpretar los papeles que quiera en los escenarios más extravagantes. Algo similar sucede con Charlie (Florence Pugh) en The Little Drummer Girl (miniserie inspirada en la novela de John Le Carré, todavía no estrenada en nuestro país), que de actriz rebelde y contracultural se convierte en infiltrada en una célula palestina en los años de plomo del Otoño Alemán. Sus artimañas para hacer de su propia historia una ficción la convierten en la mujer elegida por un grupo de espías israelíes del Mossad que intentan combatir a sus ancestrales enemigos en su propio territorio.
La nueva serie de StarzPlay, The Rook, también recurre al talento de la amnésica Myfanwy Thomas (Emma Grenwell), agente de una división especial de la inteligencia británica, para improvisar día a día un pasado que ha olvidado. Sobreviviente de una brutal masacre y habitante de un mundo de enemigos y traidores, Myfanwy hace de su tarea como espía una exquisita puesta en escena: imagina una memoria que ha perdido, ejecuta pesquisas como guiones recién llegados, se mueve en un territorio de incertidumbre como una actriz que inventa sus escenas a medida que las vive. Ese don de poder ser siempre otra, de moverse entre códigos estrictos guiadas por la rapidez de un instintivo aprendizaje, es una de las grandes ventajas de las mujeres en ese mundo en el que siempre son imprevistas visitantes.
Las chicas de armas tomar
Por último, todas las espías que hemos visto y veremos en este último tiempo se destacan por una asombrosa destreza a la hora de enfrentar los momentos más físicos del oficio. En Atómica vemos a Lorraine (Charlize Theron) enfrentar cuerpo a cuerpo a todos sus enemigos, sufriendo en carne propia los embates de traidores y asesinos, con golpes y caídas que no escatiman sangre, sudor ni lágrimas. La sangre, de una textura más densa que la acostumbrada en el mainstream, tiñe de rojo los escenarios en Red Sparrow, y la violencia coreografiada de las escenas más brutales no releva a la heroína de la exposición corporal. Feroces y despiadadas, las nuevas agentes del siglo XXI responden de igual a igual en peleas mano a mano o tiroteos a distancia, mientras un dejo de humor autoconsciente parece combinar ese dramatismo estético con un extático disfrute.
El perfil extravagante de la bailarina Dominika Ergorova en Red Sparrow permite rastrear su genealogía hasta aquella matrona implacable de De Rusia con amor (1963), una de las rara avis de la saga Bond allá en los tiempos de Sean Connery. Y su estela seguramente impregne a la Viuda Negra de Scarlett Johansson en la nueva Black Widow, aventura en solitario de la heroína de Avengers que Marvel prepara el año próximo, tras la desilusión que supuso la despedida de su personaje en Endgame. Todo el encanto de estas figuras nace tanto de su solvencia en los aguerridos campos de batalla como del consciente dominio de su faena. Algo que también puede vislumbrarse en el tráiler de la nueva Charlie’s Angels bajo el mando de Elizabeth Banks, dispuesta a dar a sus agentes la combinación exacta entre aquella burbujeante diversión de la serie original y el profesionalismo de la aventura contemporánea.
Las espías del nuevo milenio, muchas rescatadas de las olvidadas páginas de la historia en las que fueron protagonistas invisibles, y otras creadas como motor de nuevas narrativas, en sintonía con las discusiones y las demandas de presente, han llegado para quedarse. Su confección excede los lineamientos del molde masculino, incorpora gestas propias y revaloriza capacidades olvidadas, y despliega identidades originales, nutridas de un presente de cambios y un futuro de ilimitadas ambiciones.
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