En 1982 se estrenaron films que se convirtieron en clásicos, como los de John Carpenter y Tobe Hooper, además de las continuaciones de series cinematográficas legendarias, como Halloween y Viernes 13
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Hace 40 años, el cine de terror tuvo una temporada extraordinaria. Como una buena cosecha que produce vinos estupendos, 1982 se convirtió en sinónimo de películas de películas de terror que alcanzaron el estatus de clásicos con el pasar de los años.
En el plazo de unos pocos meses, se estrenaron El enigma de otro mundo, dirigida por John Carpenter; Poltergeist, de Tobe Hooper; y Creepshow, de George Romero. Además, durante la segunda mitad del año, llegaron a los cines de los Estados Unidos las terceras partes de franquicias exitosísimas como Halloween y Viernes 13, junto con la segunda parte de la saga de Amityville. Films como Basket Case, de Frank Henenlotter; La serpiente alada, de Larry Cohen; La marca de la pantera, de Paul Schrader; El ente, de Sydney J. Furie; y Mil gritos tiene la noche, de Juan Piquer Simón, algunos de ellos producidos por fuera de Hollywood, también aterrorizaron al público en 1982.
Esta oleada de películas de terror, muchas de las cuales marcaron la historia del cine de género, no sucedió en un vacío, de un día para el otro. Luego de algunos hitos de la década anterior, como el suceso de taquilla de El exorcista y Halloween, sumadas a la aparición de directores como Wes Craven y Tobe Hooper, que renovaron al género, llevándolo a nuevos extremos, el cine de terror estaba listo para ocupar un lugar central en la producción mainstream de los 80.
“Según algunos reportes, la producción subió tanto como un tercio durante esos años dorados y el género se reafirmó como una fuerza en la competencia por la taquilla, así como también en el nuevo formato llamado video casero, que tuvo un gran impacto en la industria cinematográfica para 1989″, explica John Kenneth Muir sobre la centralidad del género durante la década, en su libro Horror Films of the 1980s.
Si bien la popularidad del cine de terror era evidente en esos años, la apreciación del fenómeno en general y de algunas películas en particular no estuvo tan extendida hasta mucho tiempo después. Ya desde los 90 y aún más en el nuevo siglo, la crítica comenzó a mirar hacia atrás y revalorizar los films de género de esa época. La industria del cine también puso el ojo en las películas de terror de los 80, en un esfuerzo por volver a capturar esa magia y capitalizar la nostalgia (desde la lectura meta del slasher que planteó Craven a mediados de los 90 con Scream: Vigila quién llama, hasta la más reciente recreación pop del género que hicieron los hermanos Duffer en Stranger Things).
En esos primeros años de los 80, no estaba tan claro que esas películas se convertirían en clásicos disfrutados y estudiados por varias generaciones. El enigma de otro mundo, también conocida como La cosa (disponible en Google Play y AppleTV+), centrada en un grupo de científicos establecidos en la Antártida que son atacados por una especie alienígena con la capacidad de camuflarse en cualquier forma humana o animal, fue un fracaso de taquilla en su estreno en el verano boreal y la innovación de sus impactantes efectos visuales no convenció a todo el mundo.
“¿Las películas de terror han ido demasiado lejos?”, se preguntaba el título de una nota publicada en junio de 1982, en el New York Times. En ese texto, Elliot Stein repasa la historia del cine de terror, cita a psicólogos que no encuentran nada malo en que los niños se enfrenten a ciertas historias de horror y también al propio Carpenter, quien dice que depende mucho de la madurez de cada chico o chica para decidir si puede o no ver una película como El enigma de otro mundo. La respuesta a la pregunta del título parece ser “no”, según el desarrollo del texto, aunque el autor se ocupa de darle un lugar a las dudas sobre el impacto del género en los espectadores más jóvenes.
“En los ejemplos más antiguos del género, clásicos como Frankenstein y El gabinete del Doctor Caligari, ´la cosa´ que da miedo está casi siempre ubicada en el contexto de tramas e historias, y el miedo mismo emerge de la exploración del personaje o de las relaciones entre los personajes y criaturas extrañas -escribe Stein-. Pero, a medida que sube el nivel de tolerancia del público a los escalofríos y emociones fuertes y aumentan las capacidades tecnológicas de crear efectos monstruosos y grotescos, las películas de terror comenzaron a apoyarse más en representaciones puras y explícitas de lo feo y lo terrible, y menos en la fábula psicológica, la sugestión artística y la imaginación del espectador”, agrega.
Es posible que los efectos visuales tan explícitos y novedosos de El enigma de otro mundo, creados por Rob Bottin, se hayan robado la atención de quienes vieron la película cuando se estrenó, a punto tal que pasaron por alto otras aristas del film. Las relaciones entre los personajes y la creciente desconfianza en que el otro no sea lo que creen, son retratados por Carpenter de manera aguda y anclada en un conocimiento profundo del comportamiento humano.
Hay mucho más en El enigma de otro mundo que un festín de monstruosidades y vísceras; incluso, la película ha sido leída como una alegoría de la epidemia del SIDA (en particular, la escena en la que se hacen pruebas de sangre para ver quién es “la cosa”). Aún sin esa lectura en particular, relacionada con la época en la que se estrenó el film, las dinámicas del grupo del film resuenan de forma universal.
Aunque en principio se trata de una remake de El enigma de otro mundo (1951), de Howard Hawks, Carpenter hizo una película completamente original y fiel a su estilo, con una estética fría, pura nieve y tonos azules cortados por el rojo de la sangre y la texturas viscosas. Hasta la música del gran Ennio Morricone se acerca a las que composiciones del director de Halloween y el brillante elenco, que incluye al gran Wilford Brimley, está encabezado por Kurt Russell, la propia encarnación del héroe carpenteriano.
En la taquilla del verano estadounidense de 1982, El enigma de otro mundo tuvo que enfrentarse con una fuerza alienígena muy distinta. E.T., el extraterrestre presentaba a un ser de otro planeta que no venía a la Tierra a atacar, sino que se hacía amigo de los niños y, en vez de transformarse para engañar y matar, llevaba a sus aliados humanos a volar en bicicleta.
Detrás del fenómeno de E.T. estaba su director, Steven Spielberg, un as en el juego de ganar la taquilla. Al mismo tiempo que su simpático alienígena arrasaba en los cines, convirtiéndose en la película más vista del año (y la cuarta de todos los tiempos, ajustada por inflación), Spielberg también estrenó un film que produjo y que se convirtió en un éxito, quedando noveno en la taquilla anual: Poltergeist (disponible en HBO Max).
Tobe Hooper, quien había revolucionado el terror con su súper independiente El loco de la motosierra: La masacre del Texas (1974), fue el director de esta película de terror sobrenatural. Aunque aún se discute quién tuvo mayor decisión sobre el film, si el realizador o su poderoso productor.
Pero es probable que las virtudes de Poltergeist se deban justamente a la colaboración entre ambos. La visceralidad violenta del cine de Hooper, combinada con la forma en la que Spielberg retrata al sueño americano, en este caso convertido en pesadilla, confiere al film una singularidad que capturó la atención del público, primero en el cine y luego en el novedoso formato de VHS, convirtiéndolo en un clásico.
La historia gira en torno a una familia que vive en la casa perfecta, en una urbanización aparentemente idílica, hasta que descubren que no están solos. Seres del más allá empiezan a acosarlos y se comunican con la pequeña de la familia, hasta que la situación llega a niveles terroríficos. La codicia y el capitalismo llevado a su máxima expresión se revelan como el origen del mal que acecha a la familia, en un claro comentario sobre la cultura de los Estados Unidos en los 80.
Su temática todavía tiene relevancia, pero es la pericia de la puesta en escena y la espectacularidad de los efectos visuales los que hacen de Poltergeist un clásico que se mantiene vigente. Una serie de tragedias que cayeron sobre el elenco, la muerte con solo 12 años de la actriz Heather O´Rourke, que interpreta a la niña, y el asesinato de Dominique Dunne, quien encarna a la hija adolescente, pusieron un manto siniestro sobre la historia del film. Sin embargo, su valor propio es mucho mayor que su leyenda.
Tanto Poltergeist como El enigma de otro mundo son películas de terror que se mueven dentro del terreno del drama, incluso con finales que no dejan de ser inquietantes. Pero en la década de los 80, el terror también supo combinarse con la comedia para producir películas que sacan partido de las reacciones viscerales que ambos géneros provocan en el público. Uno de los ejemplos más notables es Creepshow (disponible en AppleTV+), producto de la sociedad de dos grandes maestros: George A. Romero y Stephen King. Con guion del autor de Carrie, el director de La noche de los muertos vivos filmó una serie de historias terroríficas pero con mucho humor. Siguiendo la lógica de los cómics, cada historia comienza y cierra con una viñeta dibujada. Los elencos van variando e incluyen a actores reconocidos como Leslie Nielsen, Ted Danson, Ed Harris, Hal Holbrook, Adrienne Barbeau, y una actuación especial del propio King.
Algo del humor negro de Creepshow también aparece en varias películas del subgénero más representativo de los 80, el slasher. Durante toda la década abundaron estos films en los que un asesino serial ataca a un grupo de jóvenes, matándolos de maneras cada vez más originales y cruentas.
Uno de los pioneros, que demostró la popularidad que podía alcanzar el slasher, fue Halloween (1978), de Carpenter. Luego de una secuela, el propio director junto con la coguionista y productora Debra Hill decidieron que querían continuar la saga alejándose del asesino Michael Myers y tomando la festividad de Halloween como eje de una antología de películas de terror. La primera sería Halloween III: Noche de brujas (disponible en Movistar Play y Starz), producida por Carpenter y Hill, pero dirigida por uno de sus colaboradores más cercanos, Tommy Lee Wallace.
Con apenas algunas referencias al film original, la tercera parte de Halloween tiene como protagonista a un médico, interpretado por Tom Atkins (otro actor carpenteriano), quien se topa con un plan maquiavélico para destruir a la población, que implica a unas máscaras de Halloween y un jingle pegadizo como pocos.
El desvío total de la historia de Michael Myers desilusionó a los fans de las primeras películas y la crítica desestimó al film, que no tuvo una buena performance en la taquilla. Tal vez la recepción hubiese sido un poco más positiva si se hubiese estrenado con otro título, como un film totalmente separado de la franquicia. Sin embargo, hoy se reivindica a Halloween III como una película que resulta divertida, aunque provoque poco miedo, y también como una crítica al consumismo y la adicción a la televisión.
Mejor suerte comercial corrió Viernes 13: Parte III (disponible en AppleTV+), que apeló al 3D para presentar cierta novedad. La película dirigida por Steve Miner volvía sobre la fórmula del asesino que persigue a jóvenes en un campamento y, a diferencia del tercer film de Halloween, tenía de nuevo como villano a Jason, quien había pasado de víctima a victimario entre la primera y la segunda parte de la serie. Y es en esta tercera parte en la que un pequeño agregado a su look lo convirtió en uno de los personajes más famosos del cine de terror.
“A menudo es imposible determinar el momento exacto en el que nace un ícono y, tal vez, más difícil aún determinar el origen de ese ícono. De todas maneras, no queda duda de que cuando comenzó la producción de la Parte III, estaba por darse el paso más importante en la transformación de Jason Voorhees de nota al pie del slasher a monstruo del cine legendario. Nadie volvería a ver a una máscara de hockey de la misma manera”, explica Peter M. Bracke, en su libro dedicado a la historia de esta franquicia Crystal Lake Memories: The Complete History of Friday the 13th.
Junto con Halloween y Viernes 13, otra saga también comenzaba a recorrer un camino que resultaría largo. Amityville II: La posesión continuaba la historia comenzada en 1979 con Aquí vive el horror, de Stuart Rosenberg. La secuela, centrada en la posesión de un adolescente, fue escrita por el guionista y director de Halloween III, Tommy Lee Wallace y dirigida por el realizador italiano Damiano Damiani.
Fuera de Hollywood el terror también seguía ganando espacio. Por un lado, en el cine independiente norteamericano, como es el caso de Frank Henenlotter, quien estrenó en 1982 su primer largometraje Basket Case, una película de espíritu rebelde, con escenas fuertes y bastante humor. También se estrenó en ese año The Slumber Party Massacre, dirigida por Amy Holden Jones, toda una rareza por tratarse de un slasher que sigue las pautas propias del subgénero en esa época, pero filtrado por una mirada femenina.
Lejos de los Estados Unidos algunos directores se dedicaron a hacer su propia versión de las películas de terror que tenían tanto éxito. Mil gritos tiene la noche (disponible en QubitTV), de Juan Piquer Simón, se ubica en un extraño intermedio entre el slasher y el giallo, con escenas tremendamente sangrientas. La película tiene la particularidad de estar filmada en España pero situada en Boston y con actores norteamericanos hablando en inglés.
El cine de terror continuó creciendo durante el resto de la década hasta que la repetición de fórmulas lo llevó a una crisis, de la que luego salió a fuerza de la creatividad de guionistas y directores. Desde entonces la historia del género está llena de momentos altos y bajos, pero ocupa un lugar central para muchos cinéfilos, que siguen al día las novedades de la cartelera. Y que, de vez en cuando, como un amante del vino que busca esa botella especial en la bodega, vuelven a esas películas de los 80 que no perdieron su vigencia.
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