Darín enfrenta el desafío de "Luna de Avellaneda"
Con un personaje más sombrío
La película, dicen sus autores, es la historia de un club y de algunos de sus socios, por mil motivos, muy unidos a la institución. Todos, sin excepción, han perdido muchas cosas en la vida, incluso están al borde de convertir en nostalgia una de las que más quieren: el lugar de esperanza que los unía. "Había una vez un club", es la frase que repiten afiches y anuncios. No se necesita pensar demasiado para asociar esa idea a la de país, pero en escala, en la que el DNI es reemplazado por un carnet.
La duda acerca de cuán parecida es la historia de "Luna de Avellaneda", en un sentido metafórico, a la de los argentinos que nacieron a caballo entre la década del 50 y la del 60, y en todos estos años pusieron varias veces a prueba su capacidad de supervivencia, se develará dentro de cuatro días.
La última película de Juan José Campanella, escrita, como es su costumbre, con Fernando Castets y Juan Pablo Domenech es una coproducción entre Pol-ka, 100 bares y el Incaa, por la Argentina y Tornasol y el Icaa, por España. En el guión juegan en primera muchos personajes importantes, interpretados por Eduardo Blanco, Mercedes Morán, Valeria Bertucelli, Silvia Kutica, el español José Luis López Vázquez y Daniel Fanego. Sin embargo, tiene una sola figura principal, la misma que acompaña al director en su trayectoria "en casa": Ricardo Darín.
El actor preferido
Protagonista de una treintena de largometrajes, desde principios de la década del 80, astro de la TV y del teatro, que consiguió llegar al público español con la versión porteña de "Art", conversó con LA NACION acerca de su presente y de su experiencia en este papel. Su transparencia permite entender mejor porqué películas notables del reciente cine argentino, como "El mismo amor, la misma lluvia" y "El hijo de la novia", las dos de Campanella, o "Nueve reinas", de Fabián Bielinsky (con quien piensa empezar a rodar "Elaura" antes de terminar 2004), contaron con más de un millón de espectadores cada una, y son algo así como una garantía de lo que puede ocurrir a partir del jueves.
-¿Qué se siente ser actor fetiche?
-Orgullo si es un director como Juan, porque te sentís muy contenido. Es un halago que tengo que reconocer y me enorgullece. También entiendo que hay una cuestión generacional, que es encontrar un interlocutor que interprete lo que uno quiere decir, en la forma que vos querés, con un calibre similar. Supongo que para un director eso debe ser tranquilizador. Que cada vez que escribe una historia esté pensando en mí me halaga, y mucho.
-¿Cómo se conocieron?
-A Juan y a Fernando (Castets) los conocí en Nueva York. Fue? qué se yo, hace muchos años, cuando la tierra todavía estaba caliente. Eramos muy chicos. Me los crucé, me reconocieron y se emocionaron mucho. Nos vimos allí un par de días. Poco después supe de ellos por su obra "Off-Corrientes", y muchos años después, en 1997, se contactaron conmigo. Juan ya estaba viviendo en Estados Unidos y me dijo que con Fernando habían escrito un guión pensando en mí y que querían conocer mi opinión. Era "El mismo amor, la misma lluvia".
El tiempo pasa
-¿Y cuándo se encontraron ya para trabajar juntos?
-Algo había sedimentado de aquel encuentro, eso que se conoce como química. Lo que ayuda es el conocimiento del otro. No sé si tenemos tantas cosas en común: si el kilometraje andado o la experiencia de trabajar juntos en películas. Más allá de esas cosas creo que somos distintos, y eso es lo que me parece más llamativo. Uno podría suponer que si un director convoca a un actor para diferentes historias y personajes hay cierta identificación. Esto lleva a creer que hay una coincidencia en todo y lo bueno en este caso es que no es así. Discutimos mucho, pero hay una complementación y un respeto muy profundo del uno hacia el otro, un afecto muy grande. Llevamos mucha experiencia en la mochila, somos amigos, y eso a la hora de trabajar es muy fuerte.
-¿Cómo vivís ser el espejo en el que se quieren ver reflejados tanto el director como el público?
-Juan y Fernando son profundamente populares. De elitistas, nada. Sus historias hacen foco en lo que le ocurre a la gente común. Su mirada no se circunscribe a un sector determinado. Coincido en su definición de la película, que "El mismo amor?" era la mirada sobre una persona, que "El hijo?" sobre una familia y "Luna?" sobre una comunidad, un barrio.
-Un barrio que funciona como un país en escala?
-Me gustó la ampliación del enfoque, hacer un viaje de la cuestión íntima a la social, que, como decimos en la película, es la que se perdió.
-¿Qué responsabilidad implica ocupar ese papel?
-Es una cosa rara. El que dice que hay una fórmula para interpretar un personaje, miente. Ocurre o no ocurre, como la química entre dos personas, y no sé cuáles son los resortes. Es una responsabilidad grande, pero nuestro oficio es el contar historias de otros, algunas veces coincidimos, otras no.
-Trabajar tantas veces con un director, ¿genera vicios?
-Puede darse cierta tendencia a pisar caminos ya transitados. Dentro de algunos años podré mirar mis trabajos con más frialdad y decirte si fue así, pero es lógico, porque además las tres fueron escritas por las mismas personas que tienen sus obsesiones y consideran que hay teclas que hay que seguir tocando.
-¿Por qué todavía no hiciste cine en España?
-El hecho de que me aceptaran como soy, incluso con mi forma de hablar, fue lo que me impulsó a llevar a España la versión argentina de "Art". La experiencia me demostró que una de las cosas que habían empezado a valorar a través del cine argentino era nuestro acento, cuando sabemos la cantidad de actores que han tenido que emigrar y adaptarse a hablar en castizo para poder insertarse. Me han ofrecido muchos papeles con la premisa de que sean argentinos, o en última instancia uruguayos. Pero no tuve suerte: cuando me gustaban no los podía hacer por falta de tiempo y cuando tenía, no eran buenos. Ahí andamos. En España todos han sido muy generosos conmigo.
-¿Cuáles crees que son las cosas que todavía podemos recuperar?
-La metáfora de la película apunta hacia a lo que puede hacer cada uno. Venimos atravesando etapas en las que por acumulación o por desgaste, por lo que les pasa a los demás o a nosotros mismos, es fácil pensar en que nada conduce a nada. Esa es la demostración clara de que estuvimos al borde de quedar petrificados, incapaces de reacción alguna. La pregunta que me hago es: ¿y no se puede hacer algo? No estoy hablando de que nos tomemos de las manos y salgamos a la calle? Uno, en lo concreto, ¿no puede hacer algo? Lo que pasa es que tendríamos que cambiar la fórmula. Una de las definiciones populares que más circula es "los números no cierran" y cuando se llega a ese punto ya no quedan ni derecho a preguntar ni necesidad del otro de justificarse. Hay cosas que no se miden con matemática. No sé si el terreno de lo perdido es el de lo irrescatable. En nuestro país algo perverso está impidiendo que las cosas funcionen y no creo que sea una cuestión de números. ¿No se puede hacer nada..?, como se pregunta mi personaje. Estoy convencido de que se pueden hacer muchas cosas, aunque los números no cierren.
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