Cukor, con la magia de un fabricante de sueños
No, no diremos que era el gran retratista de las mujeres. Aunque no sea más que por respeto a su voluntad. Porque a George Cukor -un puñado de cuyos films podrán verse a partir de pasado mañana en un ciclo de la Cinemateca- se le oyó reaccionar muchas veces contra ese etiquetamiento reductor: "Uno dirige un par de películas de éxito con estrellas femeninas y ya lo convierten en director de mujeres [ ] Cualquiera sabe que todos tenemos límites, pero ¿para qué hacerlos más estrechos de lo que son?..". Tampoco volveremos al muy ventilado episodio de su ruptura con el productor David O. Selznick, que lo despidió del set apenas tres días después de haber comenzado el rodaje de Lo que el viento se llevó . Ni se le adjudicarán aspiraciones que nunca tuvo: "Yo no soy un autor", insistía cuando se hurgaba en sus films en busca de rasgos que lo definieran como tal. Y sin embargo, supo dejar su marca en la mayoría de las películas que realizó: la marca de un profesional culto, inteligente, agudo y con sentido del humor, que extraía lo mejor de los guiones que le entregaban y sabía cómo realzar las cualidades de sus intérpretes. No por casualidad fueron veintiuno los actores que merecieron una nominación al Oscar por trabajos realizados con su guía, cinco de los cuales -James Stewart, Ingrid Bergman, Ronald Colman, Judy Holliday y Rex Harrison- se llevaron la estatuilla. Una lista -tres hombres, dos mujeres- que, de alguna manera, le da la razón: también los varones podían lucirse en sus películas.
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En ese terreno había adquirido gran experiencia durante sus años en Broadway. El teatro lo había fascinado desde chico y a los veintiún años -había nacido en 1899- ingresó como director residente en una compañía de repertorio de Rochester, Nueva York. Traía entre sus antecedentes el trabajo desarrollado como asistente en un grupo de Chicago y su crecimiento artístico fue vertiginoso: en 1926 ya dirigía a estrellas como Ethel Barrymore. Pronto se uniría al masivo éxodo hacia Hollywood, donde desembarcó en 1929 y con su especialidad: fue director de diálogos en Sin novedad en el frente , de Lewis Milestone, e inició una carrera que proseguiría por cincuenta años y con bastante regularidad -primero ocupándose sólo de la conducción de los actores y desde Tarnished Lady (1931) en adelante, como realizador-: Tallulah Bankhead fue allí la primera de su extensa lista de estrellas.
Quizás a él no le gustaría que se lo recordaran, pero hasta los títulos de dos de sus films más populares invitan al encasillamiento: Mujercitas (1933, con Katharine Hepburn, su actriz favorita, y Joan Bennett), y Mujeres (1939, con Norma Shearer, Joan Crawford y Rosalind Russell); ambos integran el ciclo de la sala Lugones. No hay más remedio, pues, que organizar su filmografía a partir de esa dominante presencia femenina y de su vinculación con las más grandes estrellas de su época: de Jean Harlow ( Cena a las 8 ) a Ava Gardner ( Destinos cruzados ); de Greta Garbo ( La dama de las camelias ) a Audrey Hepburn ( Mi bella dama ); de Ingrid Bergman ( La luz que agoniza ) a Kay Kendall ( Les Girls ); de Judy Holliday ( Nacida ayer ) a Anna Magnani ( Furia de pasiones ).
Katharine Hepburn fue un caso aparte: con ella, que era su amiga personal, concretó un capítulo que alcanzaría para demostrar la maestría de Cukor en la comedia brillante: Una mujer sin importancia, Vivir para gozar, Pecadora equivocada, La costilla de Adán, La impetuosa .
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Es cierto, como lo prueban algunos títulos citados más arriba o sus adaptaciones de Dickens ( David Copperfield , con Freddie Bartholomew) y de Shakespeare ( Romeo y Julieta , con Leslie Howard y Norma Shearer), que no fue la comedia el único territorio por el que transitó Cukor, aunque por su gusto exquisito, su chispa y la facilidad con que sabía tomar en broma las costumbres norteamericanas sin satirizarlas demasiado, fue el que le permitió mayor lucimiento. Por esas habilidades y por su profundo conocimiento del medio, también se internó muchas veces (y con éxito) en esa realidad de dos caras que es el mundo del espectáculo: The Royal Family of Broadway , codirigida con Cyril Gardner en 1930, fue la primera; La adorable pecadora, con Marilyn Monroe e Yves Montand, la última; Nace una estrella (con Judy Garland), probablemente la más famosa.
A ese mundo, al fin, le debía su gloria. El lujo y el glamour que el Hollywood de los grandes estudios puso a su alcance le facilitaron su tarea. Y él supo responder a esa confianza con la idoneidad y la magia de un fabricante de sueños.
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