Cuando nada es lo que parece
Llega hoy a los cines la esperada adaptación de la exitosa novela de Claudia Piñeiro
El estreno de Betibú es una de las apuestas grandes del cine argentino de 2014. Con un elenco poderoso y los mismos productores hispano-argentinos de El secreto de sus ojos, la adaptación de la exitosa novela de Claudia Piñeiro se propone reverdecer en tiempos de vacas flacas el poder de las coproducciones y consolidar un género (el policial) que viene respondiendo bien en la taquilla.
Con ese (doble) propósito, la decisión de los productores de convocar a Miguel Cohan (Sin retorno) para dirigir esta adaptación parece a primera vista la más apropiada. Apasionado seguidor del género y voraz espectador de todo lo que el Hollywood clásico tiene para decir sobre el tema, Cohan se entusiasma todavía más cuando dice que en este, su segundo film, pudo cumplir con un deseo: la posibilidad de ensayar nuevos recorridos, bien distintos a los expuestos en su ópera prima. "Sin retorno –explica a LA NACION– era una película seca, ascética, muy contenida, y Betibú, en cambio, nos demandaba expansión. En mi primera película, la cámara no se movía si no lo hacía el personaje. Aquí está en movimiento todo el tiempo."
–¿Cómo encaró el desafío de adaptar una novela tan exitosa y conocida?
–Cuando uno lee un libro de este tipo, inmediatamente empieza a hacerse la película en su cabeza. Cada lector es un adaptador en potencia, ya está imaginando cómo transformar el texto en imágenes. Por eso, en primer lugar, diría que esta adaptación provocará en algunos cierto descontento. Pero en otros es posible que guste. Tal vez haya mucha gente que sienta que la adaptación es mejor de lo que imaginaban. Con mi hermana Ana trabajamos mucho para ser fieles al espíritu de la novela, pero lo que sí es seguro es que la película que van a ver es la que yo me hice en la cabeza mientras estaba leyendo la novela.
–¿Qué le atrajo más de Betibú?
–Que los personajes eran muy concretos, muy reales, con conflictos reconocibles. En un punto hasta parecían surgidos de otros géneros y llegados a la novela desde allí. Todos dentro de una trama que, de tan potente, los seguía arrastrando hasta el final.
–Los tres protagonistas (Mercedes Morán, Daniel Fanego, Alberto Ammann) confluyen en la misma búsqueda.
–Al principio trabajan juntos porque así lo decide el director del diario, que a su vez tiene otros objetivos bien claros. Y allí comienza una especie de paso a paso que nace de la escritura misma. Si a estas tres personas [dos periodistas, una escritora] les dicen desde el vamos que tienen que investigar sobre un poder oculto, no creo que acepten. Pero cuando vamos entrando en la trama, vemos que la orilla de la que ellos partieron está más lejos de la opuesta y ya no les queda otra que mojarse para alcanzar el otro lado. Si en ese momento el espectador queda igual de atrapado por la trama que los personajes, será mucho más fácil comprenderlos. Y esa comprensión es uno de los pilares del éxito de cualquier ficción. Por otra parte, eso es lo que busco.
–¿Hubo consultas y acercamientos con Claudia Piñeiro durante la producción?
–Claudia fue muy generosa con nosotros. Colaboró mucho cada vez que teníamos una versión terminada del guión y nos acercó siempre sus puntos de vista. En nuestras charlas, aportó ideas y también entendió algunas decisiones de adaptación que le tuve que justificar. Fue clave para que este proceso avanzara.
–¿Y el proceso del casting? ¿Cómo se armó este elenco?
–Cuando me llamaron, el nombre de Mercedes Morán ya estaba en boca de todos desde el vamos. Claudia me dijo poco después del rodaje que muchos lectores le habían sugerido su nombre para interpretar a Nurit Iscar. Eso es algo fabuloso, porque ella se vio de inmediato a sí misma dentro del papel. Fanego es un actor extraordinario y está pasando por un momento increíble. Y después de hacer la película me pregunté cómo fue posible que en algún momento haya dudado, ya que él está acostumbrado a otro tipo de roles. Daniel es Brena, sin dudas. Y en el caso de Ammann hubo un trabajo mucho más complejo, porque en comparación con la novela es el personaje más retocado y ampliado. Alberto fue la solución a varios de nuestros desafíos: la coproducción exigía un actor con mucho rodaje en España, pero a la vez nos permitió recuperar la idea del acento local en una película argentina. Su personaje es el de un cordobés que recién llega del exterior y no tiene contactos en el mundo policial. Es casi un extraterrestre en Buenos Aires. Funcionó perfecto.
–¿Cuántas veces volvió a la novela mientras la adaptaba?
–Lo que descubrí cada vez que volvía a ella es el interés y el de mi hermana por explorar los comportamientos de la clase media. Aquí están a la vista los personajes poderosos que viven en un country top, pero por sobre todo los protagonistas, los que investigan, son de clase media, un sector que no es ni todopoderoso ni una hoja en el viento. Me atrae muchísimo la relación entre la clase media y el crimen, por ejemplo. Y lo que puede llegar a tapar, por ejemplo, a partir de conductas aspiracionales.
–Siempre existe en películas así la tentación de la denuncia, de dar mensajes sobre la corrupción y el poder.
–Más que dar respuestas, el cine intenta generar preguntas. Y se apoya en la potencia de la metáfora: si yo me paro frente a una platea y les recito una máxima, a los que me escuchan sólo les queda aceptar o rechazar. En cambio, cuando eso aparece sin ser dicho en una película, se asienta mucho más en el espectador. Quisimos que se especulara sin demasiadas certezas sobre ese poder que se mueve en las sombras. Porque siempre será mucho más potente la imaginación del espectador que la del director.
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