Cuando acecha la maldad: un insoportable clima de pesadilla en un enorme film argentino de terror
La película de Demián Rugna reivindica lo mejor del género, sin traicionar una esencia propia que la aleja de ser una impersonal fotocopia
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Cuando acecha la maldad (Argentina-Estados Unidos/2023) Dirección: Demián Rugna. Guion: Demián Rugna. Fotografía: Mariano Suárez. Música: Pablo Fuu. Elenco: Ezequiel Rodríguez, Demián Salomón, Luis Ziembrowski y Silvina Sabater. Calificación: apta para mayores de 16 años. Distribuidora: BF+Paris Films. Duración: 98 minutos. Nuestra opinión: excelente.
Resulta tentador destacar las posibles filiaciones de Cuando acecha la maldad, con el fin de convencer al espectador que mira de reojo de la posible calidad de un film de terror argentino. Y es que en este largometraje hay algo del John Carpenter de En la boca del miedo, algo de H.P. Lovecraft y hasta un poco de Sam Raimi, entre las muchas influencias conscientes (o inconscientes) que aquí conviven. A golpe de cine, Demián Rugna logra una película asfixiante, de esas que se construyen con una hábil economía de elementos narrativos, pero con un vértigo que muerde al espectador y no lo suelta, como un perro rabioso decidido a matar a su presa.
El protagonista de la historia es Pedro (Ezequiel Rodríguez), un trabajador de campo quien junto a su hermano descubre a un hombre en estado de descomposición. En el cuerpo de ese moribundo se encuentra latente la amenaza de un mal capaz de provocar muerte y locura a su paso. Se trata de un “encarnado”, una criatura que hace de los cuerpos su morada, y que prácticamente no puede ser asesinada. Quizá por ese motivo, es que Pedro asume desde el minuto uno que la única solución posible es huir. Pero la situación pronto se sumerge en un completo caos, y el escape del protagonista estará teñido de la muerte de amigos y seres queridos, todas enmarcadas en un intenso viaje hacia las pesadillas más dolorosas.
La ya mencionada “economía de recursos” que presenta el film no tiene que ver con hacer mucho con poco, sino más bien con la seguridad de Rugna en lograr un terror abrasador con muy pocas herramientas. El director no se va por las ramas, y confía en la solidez de su imaginario visual para construir pesadilla con los elementos justos. Los primeros minutos de la película son inmejorables: la inmensidad del campo como terreno hostil resulta reveladora y el sol que quema la piel de los protagonistas, se convierte en un verdugo y no en sinónimo de luz (hay acá algo que remite al avión fumigador de Intriga internacional, y el deseo de Alfred Hitchcock por montar una escena de peligro con los elementos más insospechados). Y Rugna golpea a los espectadores con un registro frenético, de personajes que huyen constantemente solo para chocar de forma violenta con todos los obstáculos que se encuentran en su camino. De esa modo, cada escena funciona por acumulación, y el espectador no puede más que sumergirse en ese estado de pesadilla que se torna denso, áspero, y que lleva a la fatiga de compartir la angustia de Pedro frente a un mal que resulta insoslayable.
Cuando acecha la maldad llega con la medalla de haber ganado el premio mayor en el último Festival de Sitges (gran vidriera del cine fantástico), sin embargo, el principal desafío de Rugna es ser profeta en su tierra, y conquistar también las salas argentinas. Y debería ser así. Esta pieza supone un paso enorme en el terror local, y marca la posibilidad para el público local de encontrarse con un fascinante relato de género, que hace de los campos argentinos la cuna en la que anida una maldad absoluta. Se trata de un largometraje memorable, de esos que uno necesita olvidar cuando se va a dormir. Pero, como le pasa a Pedro, puede que al espectador también lo acompañe el horror durante mucho tiempo.
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