Cuando acecha la maldad, la aterradora película argentina que ganó el premio mayor en un reconocido festival internacional, llega a los cines
El film de Demián Rugna, laureado en Sitges, tiene como escenario un pueblo rural y construye un relato directo y salvaje; “Estoy muy contento de que una película cuya identidad es claramente argentina esté en las salas de cine del mundo, de Europa, Estados Unidos, sin pretender homogeneizar el lenguaje o borrar marcas de nuestra idiosincrasia”, asegura el director
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Hace apenas unas semanas, y por primera vez en su historia, una película latinoamericana se alzaba con el mayor premio en la 56° edición del Festival de Sitges, la plaza festivalera más importante para el cine de terror y el fantástico. La película ganadora fue Cuando acecha la maldad, del argentino Demián Rugna, que desde entonces ha cosechado éxito y celebración en festivales de ciudades como Toronto y Los Ángeles, se ha convertido en un triunfo para la distribuidora Shudder, y este 9 de noviembre espera conquistar al público argentino luego de su estreno en salas comerciales.
Cuando acecha la maldad recoge la tradición del terror rural, la leyenda del “encarnado”, un cine de exorcismos sin cruces ni agua bendita que compite con lo mejor del terror contemporáneo. Un cine genuino, ajeno a las pretensiones del “terror elevado” y también a los condicionantes de las plataformas. Un terror que hunde las raíces en nuestros miedos ancestrales, en la tradición de los cuentos crueles de Horacio Quiroga, en lo profundo de una historia que todavía se está escribiendo.
Demián Rugna no es un nombre nuevo para el terror. Su figura asomó con el éxito de Aterrados (2017) y desde entonces se convirtió en un referente del terror local. Aterrados –hoy disponible en Netflix- fue toda una sorpresa para el público, un éxito en su distribución internacional y un giro auspicioso para la carrera de su director. Pero la carrera de Rugna comenzó tiempo atrás, como espectador obsesivo del cine de terror de los 80, como artífice de cortometrajes prometedores en los años 2000, debutante en el largometraje en 2007 con The Last Gateway –estrenada en el Bueno Aires Rojo sangre y luego directo a DVD-, y más adelante codirigiendo con Fabián Forte Malditos sean! (2011). Una carrera anclada en el horror, explorando sus diversos contornos, haciendo un lugar para el género en una cinematografía reacia a esa tradición. Aterrados cambió el escenario: una película austera, un cuento pequeño, un triunfo de magnitud para Rugna. Ahora bien, ¿qué tiene Cuando acecha la maldad que ha logrado convertirse en una sensación en Sitges y viene cosechando elogios en todas las ciudades en las que se estrena?
“Cuando acecha la maldad es muy diferente a Aterrados”, revela Demián Rugna en diálogo con LA NACIÓN. “Aterrados es una película urbana, contenida, filmada con poco presupuesto en una sola locación. Cuando acecha la maldad, en cambio, rompe con la estructura de mis películas anteriores: está ambientada en el campo, con muchas escenas en exteriores, con mayor riesgo técnico y artístico. Para mí, la intención siempre fue hacer una película de exorcismos pero sin exorcismos, y sin la religión como salida”. La referencia a la posesión es una clave que recorre a la película, pero sorteando no solo la iconografía religiosa fundada por el clásico de William Friedkin, El exorcista, sino también recogiendo todo un universo de mitos populares, tradiciones orales y literatura nacional. La referencia a los cuentos crueles de Horario Quiroga impregna la definición del poseído como “el encarnado”, un hombre supurante y maloliente que esconde en esa enfermedad pecaminosa la huella del diablo.
“La idea para la película tuvo varios orígenes”, continúa Rugna. “Primero, mi mudanza fuera de la ciudad, a la región de Brandsen, luego la experiencia cotidiana de esas extensiones de campo, con sus ranchitos aislados y las historias que podían surgir alrededor del desamparo y la soledad. También están las enfermedades de esas regiones, surgidas del efecto de los pesticidas. Entonces comencé a pensar en el drama de una familia muy pobre que vive usurpando un campo, que trabaja para un estanciero que los explota, y ante la enfermedad debe arreglarse como puede. Podía alojar una historia de terror ahí, en el medio de la nada, donde a nadie le importa esa familia hasta que comienza a afectar al resto de los habitantes del lugar”. La historia de la película comienza con unos tiros en la noche, un alboroto extraño en el campo, una pesquisa incierta para los hermanos Pedro (Ezequiel Rodríguez) y Jimi (Demián Salomón). A la mañana siguiente salen a inspeccionar el campo con los perros y las pistas del horror se acumulan: un hombre mutilado, una extraña aparatología para curaciones, las señas del rancho de María Elena. Allí, en un recinto retirado, yace “el Ulises”, el “embichado”, una verdadera encarnación de lo que vendrá.
La propuesta de Rugna se establece desde el comienzo, y es lo que ha maravillado a espectadores de todas las latitudes. Frente a las veleidades del “terror elevado” del presente, una especie de cáscara del género que esconde pretensiones mayores, asuntos de agenda pública y ambiciones de prestigio, el cine de Rugna es visceral, un terror directo y salvaje, una mirada cruda que no escatima en emociones para el espectador. “Yo quería hacer una película de terror, algo genuino, que le brinde al espectador un viaje de sensaciones que con una película de otro género no lo va a tener”, confiesa el director. “Obviamente, me atraviesa la realidad argentina y latinoamericana, hecho que se percibe a partir del abordaje de problemáticas como la pobreza, la desigualdad, el egoísmo, la discriminación. Pero no es una película de denuncia”. La película asume riesgos temáticos y se desmarca de las ataduras de la corrección política, esquiva al concepto de “producto” que domina hoy en día en el cine comercial y, al mismo tiempo, asume desafíos técnicos y artísticos que ponen en evidencia una libertad envidiable.
“Yo no quería hacer una película de algoritmo, similar a lo que puebla todas las plataformas. Estoy muy contento de que una película cuya identidad es claramente argentina esté en las salas de cine del mundo, de Europa, Estados Unidos, sin pretender homogeneizar el lenguaje o borrar marcas de nuestra idiosincrasia”, agrega el director. El triunfo en un festival como Sitges corona un camino que Rugna viene construyendo desde hace más de una década. “Esta película me dio la posibilidad de ser el director que siempre quise ser –confirma-, sobre todo por el reconocimiento y porque ahora puedo elegir lo que quiero hacer con los medios suficientes. Antes lo hacía pero con restricciones presupuestarias y técnicas, haciéndome cargo de todo. En la película que filmé justo antes de Aterrados, No sabés con quién estás hablando (2016), hice toda la posproducción, el sonido DFX, el guion, la dirección”. La vocación artesanal de Rugna no es una novedad para el cine de terror argentino, un género al que le costó el mismo tiempo que al director de Aterrados convencer a los espectadores de la importancia del apoyo en las salas.
“Estuvimos veinte años sin estrenar una película de terror argentina en salas comerciales. Desde Alguien te está mirando (1988) [de Gustavo Cova y Horacio Maldonado], hasta Visitante de invierno (2008) de Sergio Esquenazi. En ese tiempo el público igual llenaba las salas para ver películas de terror provenientes de Hollywood, a veces no demasiado buenas. Pero con el cine propio siempre hay mayores prejuicios, mayores exigencias. También es cierto que las temáticas que abordó el cine nacional, sobre todo desde la generación del 60 y durante el Nuevo Cine Argentino de los 90, están vinculadas al cine social y el cine de autor, y no tanto al género. El género necesita mayor presupuesto y cuando se hace con pocos recursos resulta fallido. Y una película de género mala te expone al ridículo”, explica el director.
Sus influencias se remontan a su adolescencia, al cine slasher de los 80 –John Carpenter, Sam Raimi-, a los italianos del giallo como Argento, Bava o Fulci –cuyas marcas pueden rastrearse en Cuando acecha la maldad-, pero también al cine de Tarantino, de Scorsese y sobre todo al inglés Clive Barker, director de Hellraiser (1987). “Barker es escritor y sus libros son muy originales para el género, siempre me ha motivado para intentar buscarle la vuelta a ese imaginario. Hoy no miro demasiado terror contemporáneo, miro todo tipo de cine. En mi infancia y adolescencia sí vi todas las películas de terror habidas y por haber, era muy fanático. Pero siempre me supuso una relación de amor-odio, en tanto es un cine de entretenimiento y comercial y muchas veces está dictado por esas búsquedas, traicionando su espíritu transgresor”.
Fueron varias las razones que estimularon el estreno de películas argentinas de terror en los últimos años, las mismas que fueron creando un público propio que hoy explica el triunfo de Rugna en Sitges. “En primer lugar, el apoyo del INCAA, que durante mucho tiempo consideró al terror como un cine marginal, casi pornográfico. Luego, festivales de cine –no solo Sitges, sino también el local Buenos Aires Rojo Sangre- que invitan y programan a estas películas, abriendo una veta comercial que antes no existía. El avance de la tecnología permitió que se puedan realizar películas de mejor calidad con menores recursos. Todo ello contribuyó a formar un público que asiste al cine, recomienda las películas, y se convence día a día de que nosotros también podemos hacer buen cine de terror. El premio en Sitges es la demostración de eso, es una buena noticia para nuestro cine, para nuestra industria. Y por ello lo que más me conmovió fue la alegría que sentía que venía desde la Argentina. Esa celebración me regaló una de las sensaciones más hermosas en mi vida como cineasta”.
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