Crítica: Pantera Negra 2 es un enérgico y vibrante regreso a un Wakanda atravesado por el duelo
Con la ausencia de Chadwick Boseman como eje, y la aparición de Namor, un antagonista del sumergido Talokan que funciona como espejo de esta ficticia nación africana, el film abandona el multiverso para adentrarse en una veta dramática y geopolítica que le otorga nuevos aires a Marvel
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Pantera Negra 2: Wakanda por siempre (Black Panther: Wakanda Forever, Estados Unidos/2022). Dirección: Ryan Coogler. Guion: Ryan Coogler y Joe Robert Cole. Fotografía: Autumn Durald Arkapaw. Música: Ludwig Göransson. Edición: Kelley Dixon, Jennifer Lame y Michael P. Showver. Elenco: Letitia Wright, Lupita Nyong’o, Angela Bassett, Tenoch Huerta, Danai Gurira, Winston Duke, Julia-Louis Dreyfus, Dominique Thorne, Martin Freeman. Duración: 161 minutos. Distribuidora: Buena Vista. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena.
En 2018, la aparición de Pantera Negra despertó un verdadero frenesí de entusiasmo, sobre todo en Estados Unidos. La primera película de Marvel con un superhéroe negro dejaba a la vista inéditos pronunciamentos de tono político dentro de ese universo y, a la vez, una afirmación explícita y casi celebratoria del legado cultural afroamericano muy en sintonía con este tiempo de afirmación de la diversidad.
Wakanda por siempre vuelve a elevar esos mismos ánimos junto a un condicionamiento casi determinante: la inesperada muerte de Chadwick Boseman en agosto de 2020. Toda la película está atravesada por ese duelo. Como T’Challa, el enérgico y patriarcal monarca de un desconocido (y poderoso) reino africano que se suma a los Avengers con su disfraz oscuro de rasgos felinos, Boseman había logrado convertirse en guía y referente carismático de toda una corriente de pensamiento y acción que encontraba a través de Marvel espacio para afirmarse y llegar a todas partes.
La sucesión de T’Challa es el disparador de una aventura en la que el talentoso Ryan Coogler (que había dirigido Pantera Negra) consolida las señas de identidad de la película original. El resultado es un relato de 161 minutos que nunca aburre (aunque tenga alguna explicación de más), con personajes muy convencidos de lo que hacen y extraordinarias escenas de acción, sobre todo las que se desarrollan hacia el final en alta mar sobre la cubierta de un barco futurista.
El agua es un elemento clave en la historia. El antagonista de los habitantes de Wakanda es el mutante Namor (Tenoch Huerta), que apareció por primera vez en 1939 como personaje de los cómics de Marvel y lidera una especie de Atlántida (un mundo subacuático de formidable diseño visual habitado por seres de piel azul y habla precolombina llamado Talokan) que busca una alianza con Wakanda para evitar que el resto del mundo desarrollado y sobre todo Estados Unidos (la “superficie”) se apropie del vibranio.
El control de este codiciado material, del que está hecho el escudo del Capitán América y en el que se funda la riqueza de Wakanda, orienta en un momento la trama hacia un costado geopolítico en el que Coogler prefiere no profundizar, aunque se vale de él para construir una escena impactante en plena Asamblea General de las Naciones Unidas y también para darle sentido a la aparición de una jefa de la CIA (Julia-Louis Dreyfus), cuya conexión con Edward Ross (Martin Freeman) queda a la vista de la manera más inesperada.
Al realizador le interesa mucho más construir los lazos familiares y comunitarios, visibles o simbólicos que irán configurando la sucesión de T’Challa. En ese camino vuelven a tallar fuerte aquí los grandes personajes femeninos que ya se lucieron en Pantera Negra. Un conjunto preciso y muy bien desarrollado, tan capaz de sostener la historia en términos dramáticos como de liderar con enérgica disposición las grandes escenas de acción: la valerosa Shuri (Letitia Wright), la teatral Ramonda (Angela Bassett), la aguerrida Okoye (Danai Gurira) y la astuta Nakia (Lupita Nyong’o), a la que se suma una joven prodigio surgida del MIT llamada Riri Williams (Dominique Thorne).
A ellos, sobre todo a los decisivos personajes de Wright y Nyong’o, les tocará preguntarse en más de una secuencia clave sobre el sentido de sus decisiones y la influencia que ejerció T’Challa en ellas. En la superficie hay una tensión constante entre Wakanda y Talokan, y sus respectivos líderes se pondrán varias veces frente a frente para ver quién es capaz de ser más intransigente en la afirmación de sus propósitos (al fin y al cabo parecen tener un enemigo común), pero por debajo representan a sendos pueblos que ponen en juego cuestiones tan importantes como la identidad, el legado, el vínculo entre padres e hijos y el liderazgo comunitario.
Desde el prólogo hasta el final, Wakanda por siempre asume de lleno el dolor por la pérdida de Boseman y justifica desde la trama cómo y por qué Marvel tomó la decisión correcta al no reemplazarlo por otro actor. De entrada también queda clara otra cosa que por suerte el estudio hizo muy bien: liberar a esta película del forzado compromiso de sumarse al “multiverso”, una idea que trajo muchas más complicaciones que beneficios en los últimos tiempos.
Enérgica y vibrante a escala masiva y humana, la película se concentra en un solo mundo (en todo caso en dos si sumamos a Talokan, que funciona como un espejo de Wakanda) y esta vez ni siquiera parece tener demasiado contacto con el resto del universo Marvel. Así funciona mucho mejor.
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