Crítica: El colibrí registra la vida de un hombre común con una sobrecogedora belleza
El largometraje de Franchesca Archibugi es uno de los estrenos en salas de este jueves
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El colibrí (Il Colibri, Italia/2022). Dirección: Franchesca Archibugi. Guion: Laura Paolucci, Francesco Piccolo, Franchesca Archibugi, basado en la novela de Sandro Veronesi. Fotografía: Luca Bigazzi. Edición: Esmeralda Calabria. Música: Battista Lena. Elenco: Pierfrancesco Favino, Nanni Moretti, Bérénice Bejo, Kasia Smutniak, Pietro Ragusa. Distribuidora: Impacto Cine. Duración: 126 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Puede ser un arma de doble filo concebir una narrativa profundamente alegórica, partiendo de un determinado tropo, con un personaje central que es siempre comparado con una figura (en este caso, la del colibrí). En su juventud, el apodo surge por su fisonomía pequeña, por su apariencia frágil, alguien que parecía estar continuamente al borde de la disolución. En su adultez, por el modo en el que lograba moverse de un lado al otro, de ciudad en ciudad, de manera sigilosa, como si no quisiese despertar la atención ajena, más bien encontrar confort en la vida que construyó para sí mismo, aquella en la que puede relejarse cuando llega el momento del reposo.
Basada en la exitosa novela de Sandro Veronesi, la adaptación de la realizadora Franchesca Archibugi logra salir airosa de ese empresa lírica, sobre todo cuando su cámara se mueve en ese vuelo rasante por los lugares que marcaron a fuego la existencia de Marco Carrera (un extraordinario Pierfrancesco Favino), como la playa en la que conoció al amor de su vida en la adolescencia, a esa joven llamada Luisa (Bérénice Bejo), y como los espacios clave de Roma y Florencia en los que su cotidianidad empezó a teñirse de una nostalgia que está latente en todo el film. El colibrí se beneficia de la estructura no lineal: los saltos temporales del guion no solo no resultan confusos sino que le añaden otra tesitura al retrato de una vida.
Así, el registro que hace la directora de Vivere de las circunstancias por las que atraviesa Marco adquiere una sensibilidad que apabulla, especialmente cuando la yuxtaposición de épocas nos habla de un pasado en el que todo se presentaba como inconquistable y de un presente en el que convivir con el deseo, con la certeza del amor más puro, es arduo y delicado. El colibrí no destruye necesariamente esa seguridad de Marco de que Luisa es la mujer que marcará su destino y no así su esposa Marina (Kasia Smutniak), aunque sí invita a una conversación acerca de cómo la idealización del amor no resiste del todo al paso del tiempo y a los hechos que irrumpen para correr a los vínculos sentimentales del lugar superior en el que fueron ubicados.
Por lo tanto, los encuentros fugaces, sensibles, entre Marco y Luisa, con los aeropuertos y los hoteles como escenarios inevitables, se superponen con esos otros instantes de la vida del protagonista, aquellos en los que sale de esa burbuja para lidiar con lo inevitable. Allí aparece la figura del psicoanalista Daniel Carradori (interpretado por el gran Nanni Moretti), con quien Marco entabla una amistad que será su sostén hasta el final de sus días, y que le hará ver cómo escaparse de la realidad solo le traerá momentos de dolor aún más grandes de los que ya ha experimentado.
El colibrí conmueve desde una simpleza que se asoma en situaciones mundanas, como el sonido del teléfono que parece escucharse más fuerte cuando, al levantar el tubo, del otro lado se comunican malas noticias; en lo prístino de esos encuentros de juventud junto al mar, ese mar que cobrará otro significado en la vida adulta, cuando se lo contemple con un resabio de melancolía. Esas miradas cargadas de lágrimas contenidas de Marco tienen un origen fácil de descifrar, otro logro de un film que traspola una novela donde la introspección es la llave que abre ese mundo de un hombre que vivió mil vidas, y cuyos retazos se retratan en El colibrí con una belleza abrumadora, con una vitalidad reminiscente al cine del coterráneo de Archibugi, Gabriele Muccino.
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