Crítica de No me rompan: dos amigas imposibles se embarcan en una pesquisa que involucra cirugías estéticas y demandas judiciales
Entre el policial y el costumbrismo, Carla Peterson y Julieta Díaz protagonizan la segunda película de Azul Lombardía como directora
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No me rompan (Argentina/2023). Dirección: Azul Lombardía. Guion: Jazmín Rodriguez Duca, Sebastián Meschengieser, Alberto Rojas Apel. Fotografía: Eric Elizondo. Edición: Vanesa Ferrario (SAE/EDA). Música: Mariano Otero. Elenco: Carla Peterson, Julieta Díaz, Salvador del Solar, Esteban Lamothe, Martín Garabal, Eugenia Guerty, Celina Font, Jazmín Rodríguez Duca, Fito Páez, Nancy Dupláa, Cecilia Dopazo. Calificación: Apta para mayores de 13 años. Distribuidora: BF Distribution. Duración: 93 minutos. Nuestra opinión: buena.
La ópera prima para el cine de Azul Lombardía, Dóberman (2019), ya marcaba alguna de las claves que reaparecen en No me rompan: la dinámica femenina, el trabajo sobre el diálogo como territorio del humor, la apropiación del costumbrismo. Aquella película, inspirada en una pieza teatral y concentrada en el espacio de una casa del conurbano, seguía la conversación entre dos mujeres en tiempo real, dejando entrever cómo las observaciones banales y el despliegue de chismes y prejuicios desembocaba en una tragicomedia anunciada. Uno asistía a la preparación de un conflicto, al caldo de cultivo de una explosión.
No me rompan ensaya el camino inverso. Con una producción de mayor ambición y un elenco estelar encabezado por Carla Peterson y Julieta Díaz, comienza con el caos para, a través del humor y la auto-aceptación, ensayar su posible recomposición. A diferencia de Mecha (Mónica Raiola) y Mirna (Maruja Bustamante) en Dóberman, vecinas que comparten una tarde calurosa a partir de un favor incumplido, Ángela (Peterson) y Vera (Díaz) no se conocen: la primera es una actriz famosa, enredada en una incómoda separación expuesta con crueldad en los medios; la segunda tiene un emprendimiento de cremas orgánicas que combina con las tareas domésticas y la atención de sus dos hijas. Lo que une sus caminos es lo mismo que separa los de Mecha y Mirna, un enojo incontrolable que deviene en una explosión catártica: una quemadura merecida para el infiel, una crema voladora para una rival del pasado.
Lo que en Dóberman funcionaba a base de la austeridad en la puesta y el inteligente uso del plano secuencia alrededor de esa casa convertida en campo de batalla, en No me rompan debe desplegarse en sintonía con las ambiciones de una trama policial, que entreteje a partir del encuentro de esas amigas imposibles una pesquisa que involucra cirugías estéticas, demandas judiciales, investigadoras amateurs. La atención al costumbrismo local, que era el eje de aquel debut, aquí es la plataforma donde se sostienen los clisés del policial, los gags más anunciados, el recorrido de una historia que resulta concebida para los tiempos y los ritmos heredados de la lógica de pequeñas pantallas, siempre redundante y explicativa.
Pese a ello, No me rompan aprovecha con astucia el talento para la comedia de sus protagonistas, no solo de Peterson y Díaz, que consiguen un dúo simpático y efectivo y logran dar autoconciencia antes que naturalidad a diálogos que evidencian sus costuras, sino del grupo que las acompaña -sobre todo Eugenia Guerty y las apariciones de Cecilia Dopazo y Nancy Dupláa-, capaz de poner el cuerpo a la fábula que recrean, aún con los condicionamientos de un discurso con aspiraciones de masividad antes que con verdadero arraigo popular. Y allí se encuentra quizás el verdadero obstáculo de la comedia argentina con ambiciones comerciales: desprenderse de los tics heredados de los discursos más adocenados de la televisión para ensayar una conexión con la tradición popular del género, el potencial del costumbrismo -que Lombardía había aprovechado en Dóberman- y aquellos diálogos capaces de invocar desde un humor menos calculado a un público atento e interesado.
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