Crítica de Mansión embrujada: una comedia de terror que asusta muy poco y jamás hace reír
En este segundo intento por llevar al cine una popular atracción de sus parques temáticos, Disney vuelve a fracasar como lo hizo hace dos décadas
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Mansión embrujada (Haunted Mansion, Estados Unidos/2023). Dirección: Justin Simien. Guion: Katie Dippold. Fotografía: Jeffrey Waldron. Música: Kris Bowers. Edición: Phillip Bartlett. Elenco: LaKeith Stanfield, Rosario Dawson, Owen Wilson, Tiffany Haddish, Danny DeVito, Jamie Lee Curtis. Duración: 123 minutos. Distribuidora: Buena Vista. Calificación: apta para todo público. Nuestra opinión: regular.
Hace exactamente 20 años, en julio de 2003, Disney encontró con el estreno de La maldición del Perla Negra la fórmula de la felicidad. Una de las más populares atracciones de sus parques temáticos, Piratas del Caribe, había logrado trascender ese espacio y transformarse muy rápido en una serie de aventuras celebradas en todo el mundo, con múltiples posibilidades audiovisuales. Y todavía hay quienes sueñan con una posible resurrección del capitán Jack Sparrow, el bucanero personificado por Johnny Depp.
Imaginar que algo así pueda repetirse con La mansión embrujada, otro espacio muy convocante entre quienes pasan sus vacaciones en Disneylandia y Disney World, a esta altura ya parece una utopía. Hubo un primer (y fallido) intento encarado por la compañía del Ratón Mickey inmediatamente después de la primera película de Piratas del Caribe. La versión 2003 de La mansión embrujada (disponible en Disney+) proporcionaba pocas risas y menos sustos. En su momento, además, se le reprochó a esta película el haberse alejado con sus variantes argumentales de la esencia del juego original.
Ahora, Disney hace un nuevo intento, ahora sin el artículo en el título para marcar supuestas diferencias con todo lo anterior. Pero la propuesta fracasa por segunda vez. Esta supuesta comedia de terror pensada para el clásico público familiar de Disney no va a divertir y menos todavía a despertar algún módico miedo. Sus resultados son tan magros y frustrantes que hasta nos invitan a revisar con un poco de indulgencia el ensayo previo, al menos para reencontrarnos con la eléctrica comicidad de Eddie Murphy.
A la rígida estructura del juego original le sobra coherencia en comparación con los resultados de esta nueva trasposición. No hay brújula que guíe a un grupo de personajes que andan todo el tiempo a la deriva, forzados por un tenue hilo argumental a convivir en una casa poblada de fantasmas en Nueva Orleans. A la cabeza está un astrofísico caído en desgracia, el pobre y abrumado Ben Matthias (LaKeith Stanfield, el excelente actor de Judas y el Mesías negro, que funciona aquí en piloto automático), convocado por una mujer (Rosario Dawson, también trabajando a reglamento), su pequeño hijo y un estrafalario sacerdote (Owen Wilson, en su peor actuación en mucho tiempo) para acabar con un antiguo conjuro.
Hay tan poca convicción en el diseño de los personajes y el armado de las situaciones que los actores se ven obligados a recurrir a su probado oficio para enmendar todos los desatinos y darle alguna energía a una historia que hace agua por todas partes. Y además transcurre en dos horas interminables. Ni siquiera funcionan bien los efectos visuales usados para mostrar el despliegue de fantasmas y espectros en todos los rincones del tétrico caserón. Hace tiempo que no vemos en una producción surgida de un gran estudio tanto descuido en este terreno.
Jamie Lee Curtis (con su cabeza parlante atrapada en una bola de cristal) y Danny DeVito se las ingenian para divertirse un poco cuando el pálido guion les ofrece una breve oportunidad de lucimiento. Todo lo demás, mejor olvidarlo.
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