Crítica de El vasco: nostalgia y arquetípicos personajes para una película que hace pie en sus muy logradas interpretaciones
El film de Jabi Elortegui establece un lazo entre un joven que decide escapar de su terruño para conectarse, de este lado del Atlántico, con familiares que luchan por mantener vivas sus raíces
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El vasco (España-Argentina/2022) Dirección: Jabi Elortegui. Guion: Xabi Zavaleta y Arantxa Cuesta. Fotografía: Jon Sangroniz. Edición: Raúl López. Música: Fernando Velázquez. Elenco: Joseba Usabiaga, Eduardo Blanco, Inés Efrón, Laura Oliva, Itziar Aizpuru, Itziar Ituño. Calificación: apta para todo público. Distribuidora: Cinetren. Duración: 98 minutos. Nuestra opinión: buena.
“¿Contame algo del país Vasco? Que acá todo el mundo se llena la boca hablando pero nadie fue nunca”, le dice Inés a Mikel en un pueblito perdido de la Córdoba argentina adonde arribó este joven vasco harto de vivir sin dinero, sin empleo y sin horizontes en su Bermeo natal. Mikel busca, además, alejarse de una separación viajando a este país en el que tiene parientes que mantienen vivas las raíces en el club vasco local. Eso es lo que hace Chelo, su tío, que lo recibe afectuosamente luego de mediáticas propuestas de trabajo. “Uno en las redes sociales exagera un poco”, dice justificando el talento argentino para la curiosa combinación de exacerbaciones, anhelos y planes imposibles que, muchas veces, definen nuestro vínculo con una realidad bien distinta.
Y en esas diferencias descansa la construcción argumental de El vasco, película que no puede esconder en la caracterización del joven Mikel y en su vínculo con el entorno el recuerdo de la memorable comedia 8 apellidos vascos, y allí es donde, en terrenos de comparaciones, comienza con desventaja. En la clara construcción de arquetipos, el contraste entre el taciturno joven vasco y su entrador pero tarambana tío argentino resulta previsible y el resto de la película ofrece en tal sentido una historia esperable, donde desde la abuela que desvaría hasta la tímida historia de amor que le sucede al recién llegado con la joven cuidadora puede intuirse de principio a fin. Pero si bien el guion ofrece un relato de sentida humanidad y nostalgia carente de originalidad, el film resulta un agradable pasatiempo sostenido por la labor de logradas caracterizaciones.
Joseba Usabiaga como Mikel logra esa hermética contemplación de un entorno exacerbado en tradiciones que su terruño ya no observa, pero que terminan transformándolo. Eduardo Blanco ofrece otro de sus trabajos que dibujan una sonrisa en el espectador de principio a fin, con un rol hecho a su medida como aquel buscavidas un poco chanta pero de noble corazón, que entregó en otras caracterizaciones -principalmente de la mano de Juan José Campanella- pero que nunca defrauda. Laura Oliva, como la hermana temperamental, Itziar Aizpuru (conocida en el cine español desde su consagración en Loreak), como la abuela; y la dulzura de Inés Efrón como su cuidadora, acompañan en un reparto que también luce a los nucleados en la asociación local como descendientes de la inmigración que no ha renunciado a la reivindicación de sus raíces aunque las mismas sean ya un eco lejano.
Con su combinación de drama y comedia con toques de nostalgia y su tono familiar, Jabi Elortegui, con una muy cuidada labor técnica que destaca una lograda fotografía y una sentimental música, consigue entretener en su amable búsqueda de emociones perdidas y sueños truncos. “Si podés soñarlo, podés hacerlo”, dice el Chelo de Eduardo Blanco atribuyendo la frase a Walt Disney para justificar la búsqueda perpetua de un deseo que se traslada cada vez que cree aproximarse al horizonte.
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