Crítica de Corsage, la emperatriz rebelde: una mujer incómoda en la agobiante rigidez de la realeza
La gran actuación de la luxemburguesa Vicky Krieps apuntala una película que revela la personalidad y las convicciones de su directora y guionista, Marie Kreutzer
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Corsage, la emperatriz rebelde (Corsage, Austria-Luxemburgo-Alemania-Francia/2022). Guion y dirección: Marie Kreutzer. Elenco: Vicky Krieps, Colin Morgan, Ivana Urban, Florian Teichtmeister, Finnegan Oldfield, Aaron Friesz. Música: Camille. Fotografía: Judith Kaufmann. Duración: 114 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: muy buena.
“Nadie quiere a nadie. Todo el mundo ama lo que quiere de los demás. Y amamos a quien ama en nosotros aquello que nos gustaría ser”. Este tipo de cavilaciones son las que inquietan a Isabel de Austria cuando llega a los 40, una edad fastidiosa y comprometedora para la época y el lugar donde le toca vivir, fines del siglo XIX en la corte imperial de Viena, cargada de aparatosos protocolos que la directora austríaca Marie Kreutzer enfoca con ácida ironía.
La mayor parte del mundo que rodea a la provocativa emperatriz pertenece a un ambiente que luce como un circo decadente. Y ella –culta, refinada, insólitamente liberal para su tiempo– sobrevive con astucia, pero sin estar exenta de sufrimientos cotidianos.
Lo primero que se nota en esta película ligera y a la vez ambiciosa es la idea fija de escapar a la solemnidad que ha aplastado a innumerables producciones de época. Más de una vez, la pomposidad del contexto contagió a los propios cineastas y nos aburrimos tanto como los monarcas y cortesanos en sus ceremoniosos banquetes. Pero la puesta en escena de Kreutzer escapa a ese peligro. La cadencia suave de la narración está en perfecta sintonía con la prudencia que revela en todo su recorrido para no entregarse a la gravedad. Corsage es una película tan grácil como su protagonista excluyente, interpretada por Vicky Krieps con una soltura que ratifica su enorme talento para la actuación.
Es también una película sobre los secretos, los ocultamientos y los engaños. La emperatriz rebelde que muchos conocieron como Sissi, un apelativo demasiado informal para su estatus, tiene una intimidad cargada de tensiones, una vida interior agitada y otra pública en la que está obligada a fingir. Es una rebelde sin causa que sin embargo no está retratada como una heroína inmaculada. Hay más de una actitud fría y despreciativa de esta mujer sinuosa que Kreutzer pone de manifiesto y también remarca a través del reclamo de dos hijos que intentan ponerla en vereda razonando como exige el mundo al que pertenecen: “Te abandonás a cualquier capricho y te olvidás de tu posición”, le dice el mayor, sin resignar por eso una sincera complicidad con su madre.
Reina consorte de Hungría, Isabel encuentra allí un refugio para alejarse intermitentemente de la rigidez austríaca y de un marido que la aburre. Vive aventuras amorosas, fuma finos cigarros violáceos que hacen juego con sus atuendos, se inyecta un opioide y descubre el cine incluso antes que los hermanos Lumiere. Los anacronismos refuerzan la voluntad de desmarcarse del encorsetamiento del cine de qualité, como lo hicieron antes Sofia Coppola con su María Antonieta pop y Yorgos Lantimos con el atrevimiento de La favorita. La otra referencia evidente es Spencer, la magnética versión de Lady Di creada en sociedad por Pablo Larraín y Kristen Stewart con la que la atribulada Isabel tiene más de una similitud. Principalmente, esa energía que fluye a partir de la incomodidad y que las transforma en sublevadas, un perfil que hoy en día es necesario leer en clave feminista.
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