Crítica: Beau tiene miedo es una comedia edípica demasiado enamorada de su propio ingenio
Ari Aster abandona el art horror que dominó con Midsomar y Hereditario con resultados desparejos
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Beau tiene miedo (Beau Is Afraid, Estados Unidos-Reino Unido-Finlandia/2023). Dirección y guion: Ari Aster. Música: The Haxan Cloak. Fotografía: Pawel Pogorzelski. Elenco: Joaquin Phoenix, Amy Ryan, Patti Lupone, Parker Posey y Nathan Lane. Duración: 179 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años con reservas. Nuestra opinión: buena.
El argumento de Beau tiene miedo puede sintetizarse en una línea: Beau (Joaquin Phoenix) sale de su departamento y viaja hasta la casa de su madre. El realizador Ari Aster (Hereditario), sin embargo, necesita tres horas para contarlo. En verdad, la película, que mantiene estrictamente el punto de vista de su protagonista (bien se puede imaginar que transcurre íntegramente en su mente) comienza mucho antes de ese derrotero. La escena inicial, por un momento enigmática, muestra el nacimiento del personaje desde sus propios ojos mientras se escucha a una madre prematuramente sobreprotectora que acusa al obstetra de lastimar a su hijo con sus maniobras.
Corte a 49 años más tarde: Beau está en medio de una inevitable sesión de terapia discurriendo sobre qué otra cosa sino el vínculo con su progenitora al tiempo que deja sonar en el teléfono una llamada de la mujer, cuyo nombre es Mona (Patti Lupone): se trata del aniversario de la muerte de su padre y ella lo espera, como cada año, en su lujosa residencia para conmemorar la fecha. El padre murió de una cardiopatía congénita durante su única relación sexual, justo a tiempo para concebir a Beau y también, según Mona, para transmitirle la enfermedad y la certeza de que morirá el día que tenga su primer encuentro amoroso. Beau no solo tiene una madre castradora sino también una inflamación en los testículos. Como es evidente, el nuevo film de Aster es una suerte de tragicomedia edípica, que cruza a Freud con (en sus tres o cuatro mejores gags) el Mel Brooks de trazo más grueso y con (en sus momentos más autoindulgentes) el surrealismo de Charlie Kaufman. Aquello a lo que Beau le tiene miedo es, desde luego, su mamá.
El primer tercio del relato, en el que el protagonista se prepara renuentemente para su viaje, muestra una vitalidad y energía que el resto no consigue retener. El mundo exterior al que fue lanzado Beau se revela infinitamente agresivo y predatorio de los más débiles (en su propia calle circula un asesino serial desnudo -”y circuncidado” aclaran las noticias-, llamado “el cumpleañero” que apuñala frenéticamente a sus víctimas). Patológicamente incapacitado para valerse por sí mismo, Beau siente que solo su madre puede brindarle protección, a la vez que, en algún lado, sabe que esta noción es su mayor problema.
El viaje se complica y el film se convierte un relato picaresco en el que desfilan los encuentros del protagonista con diferentes obstáculos-personajes (una familia que perdió a su hijo en la “guerra de Caracas” y está decidida a que Beau ocupe su lugar, una troupe teatral itinerante parece representar su historia sobre el escenario) hasta que llega la confrontación final con el monstruo-madre. Esta historia episódica es inevitablemente despareja y derivativa. El nivel de exceso en la metáfora la emparenta con ¡Madre!, otra película autoindulgente aunque visualmente cautivante. Esta no tiene signos de exclamación en el título pero los tiene en casi todo lo demás, salvo en la actuación de Phoenix, apocada para representar a un personaje definido por su endeblez. Aster se propuso salir del gueto del art-horror en el que incursionó en sus dos primeras obras. Esto no es horror, pero se esfuerza demasiado en demostrar que es arte.
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