Clint Eastwood: los orígenes de su clásico antihéroe alcohólico, maltratador y desconfiado
Hay que ver Crimen verdadero, una película de 1999 en la que interpreta a un periodista de pasado incómodo que quiere redimirse tratando de evitar una condena a muerte para apreciar su próximo film, Cry Macho, que se estrenará en septiembre
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“¿Sabés cuánta gente me dijo que te dejara ir?”. La frase se escucha en el trailer de Cry Macho, la nueva película de Clint Eastwood, en la que el último clásico del cine estadounidense también regresa a la actuación. El destinatario de esas palabras es Mike Milo, el personaje interpretado por Eastwood, un viejo cowboy que hace mucho, como también nos recuerda ese anticipo, había sido campeón insuperable de rodeo. “Antes del accidente y antes de darle al trago”, le dice Howard (Dwight Yoakam) previo a recibir de parte de Milo una de esas filosas e irónicas respuestas que tanto le gusta decir a Eastwood en sus películas.
Cry Macho es la película número 39 en la carrera de Eastwood como director y nos trae de vuelta, según todos los indicios, a su personaje más característico. Ese hombre duro, desconfiado, de pocas palabras, individualista y, sobre todo, dueño de un pasado del que parece dispuesto a arrepentirse. “Solía ser muchas cosas, pero ya no las soy. Crees tener todas las respuestas y al hacerte viejo te das cuenta de que no tenías ninguna”, explica en otro tramo del primer adelanto de la película, que llegará a los cines argentinos el 16 de septiembre.
Mike Milo es la última variante de una figura a la que Eastwood le puso varios nombres a lo largo de los años. Uno de ellos es Steve Everett, el protagonista de Crimen verdadero (True Crime), que Eastwood dirigió, produjo y protagonizó en 1999. Como Milo, Everett también posee una historia personal que no lo enorgullece. Todo lo contrario. No solo se caracteriza por “darle al trago”. Es un mujeriego sin remedio, encara su trabajo con indolencia, trata bastante mal a sus semejantes, se despreocupa de lo que le pasa a su esposa y tiene un comportamiento irresponsable con su pequeña hija. “No eras capaz de sentir nada por los demás”, le dice una de las muchas personas que hacen fila para reprocharle conductas pasadas y presentes.
Pero como hemos dicho y notamos con frecuencia en el tramo final de su carrera, este personaje encuentra en las historias que Eastwood lleva al cine una instancia visible de redención. En el caso de Crimen verdadero, ese rescate aparece en la única virtud que Everett es capaz de exhibir: el “olfato” casi infalible que tienen los periodistas de la vieja escuela. En esta película, Eastwood ocupa un escritorio en la Redacción del Oakland Tribune, un histórico diario que apareció por primera vez en 1874 y publicó como tal su última edición matutina el 4 de abril de 2016. Integrado desde allí a otro medio, el East Bay Times, que sigue saliendo hasta hoy como diario, el Oakland Tribune mantiene su nombre original, pero ahora como semanario.
Los personajes de Crimen verdadero son ficticios, pero algunos de sus mejores momentos transcurren en la verdadera redacción del diario. Allí se muestra un tiempo casi extinguido de la vida cotidiana de un diario, con escritorios cargados de papeles, precarias computadoras y espacios que no estaban precisamente libres de humo. Para sus investigaciones, los cronistas hacían llamados por teléfonos de línea, consultaban los archivos de material impreso y escuchaban testimonios grabados en cassettes.
La trama de Crimen verdadero se desarrolla durante casi 24 horas. Mientras discute con sus superiores y mantiene un affaire con la esposa de su jefe inmediato, a Everett le toca ocuparse de un tema candente que estaba a cargo de una joven colega, fallecida la noche anterior en un accidente automovilístico después de que ambos compartieran algunas copas, coqueteos e insinuaciones.
La mujer tenía que entrevistar a Frank Beechum (Isaiah Washington), un hombre que está a punto de ser ejecutado en la prisión local tras ser condenado por el asesinato de la joven empleada de un pequeño comercio, una mujer pelirroja que además estaba embarazada. Un par de testigos terminó de incriminarlo, dato al que se sumaba una conducta social prejuiciosa hacia el acusado, un hombre de raza negra, casado y con una hija. En ese momento empieza a activarse ese sexto sentido que Everett percibe como única virtud. Está cada vez más convencido de que la condena no tiene sustento, que las pruebas aportadas son endebles y que, en consecuencia, el acusado no es el culpable verdadero del homicidio.
Como en la reciente J’Accuse, de Roman Polanski, Eastwood convierte al personaje central de la historia en una figura resuelta a demostrar la inocencia de quien es falsamente acusado de un delito. Pero el tiempo del que dispone el teniente coronel Georges Picquard para terminar con el calvario en prisión del capitán Alfred Dreyfus no está disponible para Everett. Por el contrario, al periodista le toca protagonizar una verdadera carrera contrarreloj para evitar que Beechum reciba una inyección letal.
“Todos mienten. Yo estoy allí para escribirlo”, señala Everett antes de zambullirse en esa frenética batalla contra el tiempo. Crimen verdadero también podría verse, casi sin proponérselo, como un contundente testimonio en contra de la pena de muerte. La película lo muestra sin necesidad de subrayados, con el simple recurso de acumular las muestras de los rutinarios e impersonales procedimientos que las autoridades aplican en estos casos. Mientras lucha contra una condena que considera injusta, Everett recibe a su vez la condena de su propia familia en escenas todavía más angustiantes que las protagonizadas por un reo próximo a atravesar el “corredor de la muerte”.
Pero como ocurre en todas las películas de Eastwood, en Crimen verdadero no hay lugar ni sentido para ese tipo de “mensajes”. La verdad está en otro lugar. A Eastwood no le interesa asociar la verosimilitud de la historia con algún hecho de la vida real, sino construir el sentido y la lógica de la narración a través de las nobles armas del lenguaje cinematográfico. Lo acompañan aquí grandes actores como James Woods, Denis Leary y el propio Washington. Una de las hijas en la vida real de Eastwood, Francesca, cumple el mismo papel en la ficción, y además es uno de los autores del tema que acompaña los créditos finales, “Why Should I Care”, interpretado por Diana Krall.
En Crimen verdadero, Eastwood elige de nuevo observar desde su postura desconfiada y suspicaz el comportamiento de ciertas instituciones, cuyos desaciertos deben ser resueltos a partir de decididas actitudes individuales. Deja descolocado al representante burocrático y formal de la iglesia para dejar que la víctima se fortalezca a partir de su verdadera fe, justamente la que responde a la transformación interior del personaje y no a un trámite. Y construye las líneas del relato a partir de la conducta de Everett, un verdadero antihéroe que a lo largo de dos horas tensas y desesperadas empieza a arrepentirse de todos sus pecados.
Crimen verdadero es una de las películas más inadvertidas de un tramo de la filmografía de Eastwood que merece revisarse con más detenimiento. Es el que aparece a fines de la década del 90, tras la etapa de Un mundo perfecto y Los puentes de Madison, y precede la de Río Místico y Million Dollar Baby. Ese tiempo muestra a un Eastwood próximo a cumplir 70 años, más autorreflexivo y mucho más consciente del paso del tiempo. En esa etapa (la de obras mayores como Medianoche en el jardín del bien y del mal, Poder absoluto, Deuda de sangre, Cowboys del espacio), Eastwood sigue haciéndose preguntas sobre el sentido de la violencia y sus consecuencias morales. Junto a ellas, Crimen verdadero puede ser un gran aperitivo para saborear a la espera del inminente regreso del último clásico. Falta poco tiempo para que llegue Cry Macho.
Crimen verdadero está disponible en HBO Max y en Movistar Play.
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