Coronavirus: fin de semana de terror para la taquilla cinematográfica global
Con la mayoría de los países cerrando sus cines o –en el mejor de los casos– limitando el ingreso de público a las salas, el negocio del cine vivió un fin de semana de terror. Pero eso no es nada frente a lo que viene: los pocos mercados en los que todavía se proyectaban películas, como la Argentina, acaban de extremar las medidas de seguridad para evitar la propagación del coronavirus.
Del terror, entonces, se ha pasado a un escenario... apocalíptico. Mientras en Italia, India o España –por citar solo algunos países– la actividad de suspendió por completo, en los Estados Unidos se recaudaron apenas 55,3 millones de dólares entre viernes y ayer; es decir, una caída del 44 por ciento respecto del fin de semana previo y la cifra más baja en casi 20 años (hay que remontarse hasta septiembre de 2000 para encontrar ingresos más pobres). Pero las perspectivas son aún mucho peores.
Los gobiernos de Nueva York y Los Angeles decretaron en las últimas horas el cierre de todas las salas y en ciudades pequeñas se ha obligado a las cadenas a vender como máximo 50 entradas por función. Los ingresos, por lo tanto, serán mínimos, irrisorios. A ese panorama desolador hay que sumarle la suspensión de todos los rodajes y la superposición de lanzamientos postergados que habrá durante la segunda mitad del año, cuando se espera que los efectos de la pandemia vayan aflojando. Además, la cancelación de festivales como SXSW o Tribeca ha afectado la posibilidad de difusión para la producción más independiente y autoral.
Los estragos en mercados importantes como los de Estados Unidos, Francia, Italia, España o Reino Unido son tan fuertes que, tantos las cámaras empresariales como los sindicatos del sector están pidiendo ayudas, compensaciones, exenciones impositivas y un plan de salvataje no solo para algunas compañías –que ya comenzaron a dar licencia a sus empleados– sino también para los freelancers que, al no tener rodajes para cine, televisión, streaming y publicidad, pierden todos sus ingresos.
En la Argentina el panorama es igual de preocupante. Por un lado, los exhibidores (dueños de las cadenas) y los distribuidores (aquellos que compran los derechos de las películas y luego las lanzan) ven afectados seriamente su funcionamiento. En el último fin de semana con público (en un principio se había reducido la capacidad de las salas en un 50 por ciento y extremado las medidas de higiene, antes del cierre de las salas que entró en vigor en todo el país a partir de hoy, y hasta el 31 de este mes), apenas 120.000 personas concurrieron a las salas argentinas entre jueves y ayer.
En ese magro contexto, Unidos,la película animada de Pixar-Disney, fue lo más visto con apenas 38.000 entradas, seguido por el estreno de Bloodshot, film de acción y ciencia ficción protagonizado por Vin Diesel, con 15.000. Pero hay más: como el Incaa se nutre en buena medida gracias al impuesto del 10 por ciento a la venta de entradas, el cierre total de las salas por al menos dos semanas anunciado ayer por el presidente Alberto Fernández pone en riesgo el financiamiento del Fondo de Fomento al cine argentino y amenaza con cortar la cadena de pagos en el sector.
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