Buena parte de las demandas de los sindicatos de la Meca del Cine se centran en la regulación de lo que la IA puede y no puede hacer con el resultado de la creatividad humana
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Entre muchas otras consecuencias, la actual huelga de actores y guionistas en Hollywood puso en discusión un tema fundamental en la producción (cualquier producción) de hoy: el uso de la inteligencia artificial. Los actores están preocupados porque creen que los estudios podrían utilizar su imagen para crear cualquier otra sin su presencia ni anuencia. Los guionistas están preocupados porque hoy las herramientas pueden crear, con datos suficientes, un script estándar. Y lo cierto es que la inteligencia artificial ya se utiliza, aunque aún no de modo intensivo y extensivo. Por ahora, el mayor de los argumentos en su contra es más bien emocional: “faltaría el toque humano”. Hay realizadores y técnicos que dicen que jamás van a utilizarla. Por ejemplo, James Cameron, que -según cita Variety- dijo en una entrevista reciente a CTV News que “no creo que una mente sin cuerpo pueda regurgitar lo que otra mente con cuerpo ya dijo y con eso lograr algo que emocione a la audiencia. (…) Esperemos unos veinte años y si una IA gana un Oscar a Mejor guion, creo que lo vamos a tomar más en serio”.
En la otra punta del espectro, Joe Russo, creador con su hermano Anthony de Avengers-Infinity War y Avengers-Endgame, dijo en una entrevista al sitio Collider en abril que “en algún momento quizás puedas decirle a tu servicio de streaming ‘Ey, quiero protagonizar con mi avatar fotorrealista y el avatar fotorrealista de Marilyn Monroe una película’, y una IA podría generar una historia competente con diálogos que copien tu voz y, de golpe, protagonizás una comedia romántica competente de noventa minutos; podrían curar una historia específicamente para vos”. La pregunta en este caso es quién más querría ver una película estándar protagonizada por una Marilyn falsa y un ignoto. Se supone que el cine es un arte masivo, no individual, aunque eso nos llevaría a otra discusión.
La cuestión de la IA ya ha sido objeto de ficciones, por lo menos desde que HAL-9000 se apropió de la vida de los astronautas en 2001: Odisea del espacio (1969) o desde que el Terminator salió a la ruta en 1984. Pero la creación ex nihilo a partir de pautas informatizadas es otra cosa y requirió la existencia de Internet y de motores que permitieran analizar enormes cantidades de información digitalizada para encontrar patrones reproducibles. En el fondo, de eso se trata la Inteligencia Artificial: de comparar grandísimas colecciones de datos, extraer patrones y aplicarlos a datos nuevos. La gran pregunta es si es posible que la inteligencia artificial pueda crear una película desde la nada. O solo, como dice Russo fantasiosamente, con una serie de órdenes simples. Spoiler: no parece, aunque quizás.
Primero, ¿se usa? Respuesta: sí. Prueba: los guionistas en huelga, que alertaron sobre el abuso al que podrían llegar los estudios construyendo guiones con IA, no quieren que se elimine o prohíba su uso, sino que se regule y que -he aquí el punto clave- un texto producido con estas herramientas se pague como original. El pasado 18 de agosto, un tribunal de Los Angeles decretó que una pieza artística creada con inteligencia artificial no es objeto de copyright. Básicamente porque lo que se genera es mimético de algo original. De hecho, hay un proceso abierto por la comediante Sarah Silverman porque ChatGPT (de los motores de IA gratuitos más populares) puede “generar” sinopsis extremadamente detalladas de los capítulos de su libro de memorias The Bedwetter ¿Es plagio? No necesariamente, pero el lector puede acceder al texto sin pagar un dólar. Y de hecho, es posible pedirle a ChatGPT que desarrolle algo parecido a una sinopsis audiovisual a partir de esos textos. Volviendo a la cuestión del uso por parte de los escritores, es cierto que puede ahorrar tiempo en cuestiones como resolver sinopsis y esquemas que agilicen la producción, pero hasta ahora no se ha desarrollado un guion completo. La cantidad de información con la que debe alimentarse el motor lo hace -por ahora- inviable. Pero el hecho de que los guionistas no solo no desean que se elimine sino que se les pague un texto así producido muestra que la herramienta, en un campo donde todo es producción serializada, sirve y se utiliza quizás más de lo que se admite.
También se utiliza a la hora de musicalizar, o al menos está todo dado para que así sea. Se puede generar cualquier “estilo” y producir deepfakes musicales con poco esfuerzo. Segunda prueba: “Heart of my Sleeve”, canción que surgió en Spotify con enorme fuerza para ser eliminada un par de días después. No era para menos: la cantaban a dúo The Weeknd y Drake, de los artistas pop más vendedores y populares de hoy. Bueno, en realidad no: eran las reproducciones creadas con IA de sus voces y, ante el problema de regulación que tal práctica plantea ante el copyright, se dio de baja. ¿Era plagio? No, era una canción original. ¿Se decía que los que cantaban eran The Weeknd y Drake? No, se daba a entender, pero tal cosa no era explícita. Lo que entra en cuestión aquí es qué es, realmente, propiedad del artista. Su voz, sí, pero ¿hasta dónde? ¿Se puede condenar a pagar royalties al imitador de alguien, por ejemplo? ¿Y el estilo? ¿Es propiedad de quién?
Nótese que en los casos que mencionamos, la cuestión es más económica que tecnológica. Las IA trabajan por acumulación, interacción e iteración (hacer “bucles” sobre información acumulando nueva información). Así que el límite de su horizonte de aplicación es desconocido. Vamos a lo que en general es la parte más espectacular de los miedos que genera su uso: ¿puede la IA generar imágenes creíbles? Aquí las cosas son mucho más complicadas. En principio, sí: la matemática detrás de estas herramientas no muestran que sea imposible, aunque la credibilidad de las imágenes depende tanto del grado de detalle como del ojo del observador. Hoy las herramientas de deepfake (por ejemplo, tomar una secuencia y cambiar el rostro de un protagonista) están bastante evolucionadas y son utilizadas todos los días por no profesionales en redes como Tik-Tok. El lector puede buscar por ejemplo videos satirizando a nuestros políticos: surgen como hongos tras la lluvia. De hecho, son aplicaciones con bastantes años encima. Digamos, treinta años: en 1993, Steven Spielberg tuvo que recurrir a un deepfake para Jurassic Park. En cierto momento, el personaje interpretado por la joven Ariana Richards queda colgando en el vacío. La toma la hizo una doble, pero miró a cámara. Cuando se descubrió el plano, ya era tarde para repetirlo. Spielberg optó por “pegar” a la cara de la doble el rostro de Richard con ayuda de las mismas computadoras que habían creado a los aún tremendos dinosaurios de la película (que, de paso, habla de manipulación tecnológica y fracaso de la inteligencia artificial). Es cierto, era solo un plano, casi sin movimiento, apenas una expresión. Pero la capacidad de cálculo de las computadoras crecieron exponencialmente en tres décadas y en eso se basa la posibilidad de manipulación de imágenes.
Como siempre, en el primer lugar en el que se experimentaron estas herramientas fue en el porno. Nota importante: el triple X, campo marginal donde los aventureros prueban cosas porque no tienen nada que perder, es donde por primera vez se desarrollaron herramientas de securización bancaria y sistemas de video on demand. Es decir, estimado lector, si hoy tiene home banking y Netflix, es gracias al porno. Pues bien: la idea de ver celebridades teniendo sexo llevó al uso del deepfake, lo que además hizo que se generaran varias demandas no por atentado a la intimidad (no se filmaba clandestinamente a ningún famoso haciéndolo) sino por infringir la propiedad intelectual de la propia imagen. Hoy uno de los discursos que sostienen los actores es que los estudios pueden escanear sus imágenes y manipularlas para hacer cualquier cosa que deseen (incluso las que los intérpretes no desean). Los estudios aducen que no, que de ninguna manera. Si el lector a esta altura sigue con curiosidad, puede ver la excelente película El Congreso (2013) de Ari Folman, basada sobre una novela de Stanislav Lem donde una actriz en las malas (Robin Wright) “vende” su imagen a los estudios para que la utilicen incluso después de su muerte. De paso, es una visión apocalíptica de cómo lo virtual “tapa” la decadencia de lo real. Pero eso es otro tema.
Dos ejemplos de que la IA ya está en uso. El documental sobre el fallecido chef Anthony Bourdain Roadrunner, de 2021, disponible en Netflix. La película retrata al personaje pero el personaje también habla...después de haber muerto. Esos diálogos fueron creados con herramientas de IA, y la única forma de descubrirlo es cotejar las fechas de producción y los archivos de Bourdain. Aunque esas declaraciones son apenas algunos interjecciones (“WTF?”, y cosas por el estilo), muy en la vena del personaje, hubo un debate ético y respuestas negativas de los fans; incluso el The New Yorker publicó un texto -recomendable, aunque solo en inglés, pero ChatGPT puede traducirlo de manera más o menos precisa- sobre la ética del uso de la IA en la creación artística. Y la última serie de Marvel, Invasión secreta, tiene una bellísima secuencia de títulos que resume el sentido de la tira (menos bella que su secuencia de títulos, todo hay que decirlo) realizada totalmente con IA. Por ahora, estas herramientas son usadas de modo más o menos cosmético: rejuvenecer a Harrison Ford en la primera media hora de Indiana Jones y el dial del destino, o a Al Pacino y Robert De Niro en media El irlandés. O para asistir en el montaje: la IA puede ensamblar diferentes secuencias para que parezcan una sola reconociendo patrones de luz y color, por ejemplo: el plano secuencia donde todos los Guardianes de la Galaxia pelean en un túnel en el Volumen 3 tuvo asistencia de IA, aunque la planificación fue totalmente humana.
La inteligencia artificial, pues, hoy asiste en las tareas más mecánicas, no en las creativas. Entonces, a la pregunta de si la inteligencia artificial puede hacer una película, puede responderse que “sí”, que es técnicamente posible. Aunque, como solo lo haría “imitando” cientos y cientos de clichés, no sería, irónicamente, una película demasiado inteligente.
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