Con enorme fuerza emotiva
"Río místico" ("Mystic River", EE.UU./2003). Dirección: Clint Eastwood. Con Sean Penn, Tim Robbins, Kevin Bacon, Laurence Fishburne, Marcia Gay Harden, Laura Linney y otros. Guión: Brian Helgeland, basado en la novela "Mystic River", de Dennis Lehane. Fotografía: Tom Stern. Música: Clint Eastwood, con Lennie Niehaus como conductor de la Orquesta Sinfónica de Boston y el coro del Festival de Tanglewood. Producción de Malpaso presentada por Warner Bros. Duración: 136 minutos. Sólo apta para mayores de 16 años.
Nuestra opinión: muy buena
Apuntar que "Río místico" es una historia policial con su cuota de suspenso y un clima tan tétrico como dramático sería observar sólo la superficie de un film de enorme fuerza emotiva y de una casi mágica seducción que emana tanto de sus situaciones como de sus personajes. Si la trama, entretejida con virtuosismo de orfebre, recala en lo policial es simplemente para recorrer un camino de venganza, de amistad y de conciencias descubiertas en medio de vidas a las que el destino se encargó de poner sus trampas y sus dolores.
La acción del relato se inicia en un peligroso barrio de Boston. Allí, tres amigos en edad adolescente -Jimmy, Dave y Sean- se entretienen en un juego callejero cuando, de pronto, Dave es secuestrado y violado por un mafioso sediento de violencia. Han pasado veinticinco años de ese doloroso episodio y cada uno de los muchachos ha tomado una senda diferente. Sean se convirtió en policía, Jimmy es el líder de una organización de narcotraficantes y Dave está enfrentado a los demonios de su pasado que amenazan destruir su matrimonio y su futuro. En él todavía se entremezclan la inocencia perdida y la vergüenza de su presente.
Cuando la hija de Jimmy, una joven de diecinueve años, aparece brutalmente asesinada, las piezas del rompecabezas comienzan a armarse y a desarmarse en un expectante nudo de traiciones y de preguntas sin respuesta. Sean es asignado por su jefe para resolver el crimen. Jimmy desea la venganza a toda costa, en tanto que Dave aparece como culpable del delito. Los tres vuelven a encontrarse mucho más allá de sus juegos de niños, y en un círculo trágico asumen sus traumas y van descubriendo que siempre trataron de alejarse del mismo dolor. El hoy no puede borrar en ellos el ayer. Lo que antes había sido amistad es ahora tensión constante, miradas de odio, juramentos siempre dispuestos a cumplirse. Cuando los detalles del asesinato de la hija de Jimmy empiezan a esclarecerse -siempre entre las sombras y las dudas- el trío comenzará a introducirse en una espiral tan siniestra como implacable. Dave es acusado del asesinato; Sean intenta proceder de acuerdo con los dictados de la ley, en tanto que Jimmy cree férreamente en su propia justicia, en esa justicia que da la bala certera y la muerte que lavará su profunda e incontenible amargura.
Adaptado de una novela de Dennis Lehane, el excelente guión de Brian Helgeland escarba sin piedad en ese trío de personajes que se debaten en un infierno cotidiano y se alimentan de notables dibujos psicológicos. Nada hay de más ni de menos en este film al que Clint Eastwood, como director, condujo con enorme sutileza y segura eficiencia dentro de un clima por momentos tenebroso y siempre atento a las más mínimas reflexiones que le brindaba una narración que, gradualmente, va descorriendo las cortinas de la tragedia, siempre asomando como un verdugo dispuesto a la inmediata ejecución.
Un elenco avasallante
No menos inteligente fue la mirada del realizador en la elección del elenco. Aquí están la avasallante personalidad de Sean Penn para ponerse en la piel del vengativo padre; la elaborada composición de Kevin Bacon como ese policía inserto en un conflicto del que él es activo partícipe, y la exacta máscara y el auténtico patetismo de Tim Robbins como ese hombre que quedó al margen de la sociedad por un pecado del que fue víctima y no victimario. A ellos se les suman las impecables participaciones de Laurence Fishburne, Marcia Gay Harden y Laura Linney, que enmarcan esta historia sin piedad ni redención. No menos acertados son los rubros técnicos, que, desde una fotografía que refleja sin forzar el ímpetu del relato hasta la música, del propio Eastwood, tiñen de grandeza esta anécdota que debe verse con la mirada atenta y con la sensibilidad a flor de piel.
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