Con Beetlejuice Beetlejuice, Tim Burton vuelve al origen con talento pero sin muchas ideas nuevas
Michael Keaton, Winona Ryder, Jenna Ortega y Catherine O’Hara se lucen en los papeles centrales de esta continuación que sirve como una reafirmación del estilo más característico del director y un algo tibio intento de regresar a los valores y la estética que lo consagraron
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Beetlejuice, Beetlejuice (Estados Unidos/2024) Dirección: Tim Burton. Guion: Alfred Gough, Miles Millar, Seth Grahame-Smith. Fotografía: Haris Zambarloukos. Edición: Jay Prychidny. Música: Danny Elfman. Elenco: Michael Keaton, Winona Ryder, Catherine O’Hara, Jenna Ortega, Monica Bellucci, Willem Dafoe. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Warner. Duración: 105 minutos. Nuestra opinión: buena.
Una buena banda tributo debe saber interpretar en vivo las mejores características del grupo o el artista original que homenajea sin apartarse del molde. Pero incluso hasta la mejor banda dedicada a interpretar los temas de otros artistas siempre será su doble, nunca la versión original de aquello que espejan. Algo de eso ocurre con Beetlejuice, Beetlejuice, el film de Tim Burton que –35 años después del estreno de la primera película– retoma los personajes y el estilo de antaño como si fuera un cover, llena de pistas y huellas del pasado, pero sin la sorpresa y la frescura que tenía el film de 1988.
Si la historia de origen era más bien simple, aunque peculiar como todos los proyectos del director en sus comienzos (un par de fantasmas amistosos decididos a espantar a Delia, Charles y su hija adolescente Lydia Deetz, los nuevos dueños de su casa, con la “ayuda” de un demonio tan extraño como desobediente) esta nueva película enreda las cosas con la presencia de viejos personajes que ya no son lo que eran y con otros nuevos que divierten pero también provocan que la trama rebalse.
Del lado de los vivos, la historia sigue a Lydia (Winona Ryder) aquella joven enfurruñada que ahora es madre de Astrid (Jenna Ortega) y se dedica a explotar su talento para conectar con el más allá en un programa de TV que produce su untuoso novio Rory (Justin Theroux). Cuando Delia (Catherine O’Hara) y Lydia se enteran de que Charles murió en una expedición, deciden retirar a Astrid del internado al que asiste y volver al pueblo para enterrar al patriarca y vender la casa. El problema es que Lydia no deja de ver o alucinar a Beetlejuice y que el demonio, por su parte, está siendo acechado en el más allá por Delores (Monica Bellucci), su vengativa exesposa.
De regreso en los escenarios de la primera aventura, tanto el de arriba como el de abajo, ahora la historia avanza de manera tan caótica como el personaje de Keaton, que parece encantado de volver a interpretarlo bajo las toneladas de maquillaje que son su marca registrada. Si Beetlejuice conserva las mañas, no sucede lo mismo con Lydia, que lejos de la adolescente oscura que era, siempre lista para rebelarse, ahora se deja manipular por todos, acepta las imposiciones de la sociedad y es apenas una sombra de sí misma.
Casi un álter ego de la carrera de Burton, quien pasó de ser uno de los autores más celebrados del cine a formar parte del engranaje de los estudios. “Lejos de Disney”, dice Lydia en un pasaje de la trama para describir los gustos de su hija más cercanos al cine de Mario Bava que al de las princesas de cuento. Una declaración de principios salida directamente de las experiencias del director con el conglomerado Disney. Aunque Burton no es el guionista de esta secuela, escrita por Alfred Gough y Miles Millar (junto al novelista Seth Grahame-Smith), los mismos de Merlina, la serie de Netflix que dirige y produce y a la que Beetlejuice, Beetlejuice recuerda, y no solo por la presencia de Ortega. De hecho, el desarrollo de líneas argumentales paralelas a la central delatan el pasado del dúo de guionistas en la creación de series que requieren de esa estructura narrativa para desarrollar una temporada. O varias.
Más allá de las referencias a los derroteros profesionales de Burton, la película, afortunadamente, también repasa su estilo visual, esa mirada del mundo entre monstruosa y humorística, con sus seres pálidos, demacrados y vestidos con colores primarios, habitando espacios tan excéntricos como ellos. El diseño de producción de Mark Scruton (Merlina) y el de vestuario a cargo de la multipremiada Colleen Atwood, habitual colaboradora del director, contribuyen a los esfuerzos del elenco. Keaton, Ryder, Ortega y O’Hara se lucen en los papeles centrales mientras que Bellucci y Theroux aprovechan cada una de sus escenas pero es Willem Dafoe, como el jefe de policía del más allá –en realidad un actor fallecido que solía interpretar a un policía en la TV–quien se queda con los momentos más cómicos de la trama, aunque la presencia de su personaje no aporte demasiado a ella. Lo mismo que un par de secuencias, una animada y la otra en blanco y negro y hablada en italiano, que Burton eligió incluir como una suerte de ritual de reafirmación de su estética y creatividad. Un modo de reencontrarse a sí mismo y un retorno a los inicios, que se ve y se escucha como una recopilación de sus grandes éxitos.
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