Cómo fue el aterrador rodaje de Roar, la película que puso en peligro la vida de todo su elenco
Mientras en 1969 se encontraba filmando en África el film de George Montgomery Satan's Harvest, la actriz Tippi Hedren realizó junto a su entonces marido Noel Marshall - productor ejecutivo de El exorcista - un tour por Mozambique que le depararía unas cuantas sorpresas, dado que no se trataba de la prototípica travesía organizada. Por el contrario, la pareja halló una casa abandonada en cuyo interior se encontraban 30 leones sueltos. Lejos de incorporar ese instante como un anécdota más, Hedren y Marshall visualizaron la situación como algo bien distinto: la premisa para una película que buscara concientizar sobre el daño que se les hace a los animales cuando son removidos de su hábitat natural, y sin cuidado alguno. A priori, el concepto no parecía ilógico y el matrimonio se puso a trabajar codo a codo en uno de los largometrajes más anómalos del cine: la cinta de aventuras Roar.
Luego de que a comienzos de los 70 se eligiera como locación el rancho privado de Marshall de Acton, California, el realizador decidió que quería convertirse en el hombre orquesta de la producción y, de esta forma, escribió, dirigió y co-protagonizó el film en el papel de Hank, una suerte de héroe anónimo que vivía entre los leones y que luchaba por su preservación, al tiempo que se enfrentaba a las leyes gubernamentales. Como la inspiración surgió de ese viaje familiar, Marshall consideró que era apropiado que su esposa Hedren, la hija de ella ( Melanie Griffith ) y sus propios hijos, John y Jerry, fueran los encargados de personificar a la familia que va a visitar al patriarca y consecuentemente es atacada en su hogar por los gatos salvajes de su reserva. Sin embargo, Marshall no pudo prever que esos 132 leones, tigres, chitas y panteras con los que dormían, comían y pasaban sus días antes del rodaje, no estaban aptos para una filmación. De hecho, la convivencia con ellos como forma de preparación se documentó en una producción fotográfica realizada para la revista LIFE, suerte de calma antes de la tormenta.
Mordidas, gangrena y fracturas: el rodaje que se convirtió en una pesadilla
La ambición de Marshall nunca pudo ir de la mano con la realidad comercial a la que se enfrentaba la producción de Roar. El realizador había estipulado que la acción se registre guerrilla style, a partir del año 1976, durante seis meses y con tres millones de dólares de presupuesto. El margen de error era muy fino, y el rodaje nunca pudo estar a la altura del desafío primigenio. Posteriormente se reveló que Roar se filmó a lo largo de cinco años y que su presupuesto ascendió a los 17 millones. Sin embargo, los escollos no desmotivaron al matrimonio Hedren-Marshall. De hecho, ellos mismos financiaron la producción de sus bolsillos con tal de ver concretado ese sueño que había nacido en Mozambique. Por lo tanto, el estilo documental del film, analizándolo en retrospectiva, parece responder más a una incapacidad para realizar un film de manera segura que a una decisión estética deliberada. No importa cuál haya sido la motivación, lo cierto es que los integrantes del elenco y del equipo técnico se vieron forzados a convivir con animales salvajes que, a su vez, no estaban preparados para convivir con ellos.
La pesadilla comenzó cuando, al filmar las escenas feroces, los leones comenzaron a herir sin tregua. El total de ataques registrados alcanzó un número alarmante: 70 personas pusieron su vida en riesgo. Uno de los casos más graves fue el del director de fotografía Jan de Bont (quien luego se convertiría en realizador de films icónicos de los 90 como Máxima velocidad y Twister), cuyo cuero cabelludo fue parcialmente arrancado por un león, por lo que recibió 220 puntos. Increíblemente, cuando le dieron el alta, retomó su trabajo como si nada hubiese pasado. Marshall tampoco estuvo exento de los ataques y fue mordido en reiteradas oportunidades, muchas de ellas registradas por la cámara, casi como se tratara de una película snuff. De hecho, el daño que le hicieron al director fue tal que debió ser internado por un cuadro de gangrena. Hedren y su hija Griffith sufrieron pesadillas similares. La experimentada actriz se fracturó una pierna en una secuencia en la que se cayó del elefante Timbo porque no tenía protección, y posteriormente le diagnosticaron gangrena cuando fue mordida en el cuello por un animal. Griffith, por su parte, fue arañada por un león y tuvo que someterse a una cirugía de reconstrucción facial, temiendo quedar desfigurada por el resto de su vida. Dicha escena, insólitamente, también formó parte del corte final del film. "Mamá, no quiero terminar el rodaje con la mitad de mi cara arrancada", le expresó entonces Griffith a Hedren, en un pedido desesperado que lo resume todo.
La maldición de El exorcista, ¿mito o realidad?
En 1973, William Friedkin adaptó la exitosa novela de William Peter Blatty, El exorcista. La película, considerada hasta el día de hoy como uno de los mejores exponentes del cine de terror, también es debatida por razones extra-cinematográficas. Muchos consideran que el rodaje estaba efectivamente maldito: la locación de la casa de la familia MacNeil se prendió fuego, la actriz Ellen Burstyn sufrió una herida cuando filmaba una escena con Linda Blair, e incluso el hijo del actor Jason Miller, que interpretó al Padre Damien Karras, tuvo un accidente de moto que casi le cuesta la vida. Por lo tanto, cuando los ataques de los leones en el set de Roar se repetían con frecuencia, el equipo infirió que Marshall, al haber formado parte del film de Friedkin, seguramente había trasladado la maldición al set de su ópera prima. Motivos para creerlo sobraban.
Además de los ataques trascendidos, la filmación fue caótica porque el equipo técnico era destruido por los animales, y éstos a su vez sufrieron enfermedades y murieron durante el rodaje. Otros de los incidentes acontecidos involucraron al hermano de Marshall, Jerry, quien fue mordido en el pie, y al asistente de dirección, Doron Kauper, quien fue atacado en su mandíbula y en su oreja, cuando uno de los leones intentó arrancársela. Milagrosamente, ninguno de los ataques fue letal. "Yo creo que más de cien personas fueron lastimadas, es la película más peligrosa jamás filmada. Ahora, con todas las regulaciones existentes, si dos integrantes del equipo se lastiman, la producción se cierra, hay reuniones de seguridad al respecto", explicaba el director del fatídico film, quien falleciera hace ocho años y quien nunca más volvió a filmar. "Pensamos que criar a nuestros hijos y a esos animales bajo el mismo techo podía minimizar los ataques cuando empezara el rodaje, pero en retrospectiva no fue una buena deducción, sé lo estúpido que fue hacer esa película, me asombra que nadie haya muerto en ella", fue una de sus más reveladoras declaraciones.
Un drama que mutó en comedia (y luego en film de culto)
Cuando Roar finalmente logró estrenarse el 12 de noviembre de 1981 en algunos países europeos, la recaudación fue verdaderamente desastrosa: 2 millones de dólares. Las aterradoras jornadas de rodaje intentaron ser enmascaradas por la productora Filmways, que buscó infructuosamente vender al film como una "comedia feroz", como si el espectador encontrara placer en contemplar ataques que estaban en las antípodas de la construcción ficcional.
Décadas más tarde, en el año 2015, James Shapiro, el cabecilla de Drafthouse Films, compañía que se dedica a reestrenar películas "perdidas en el tiempo que ameritan ser redescubiertas", se encontró con Roar de manera inesperada. "La miré con mi novia y mis tres gatos y el primer pensamiento que tuve fue 'no puedo creer que esta película exista', ni siquiera tuve que terminarla: empecé a mandar mails para que todo el mundo la viera", le contó Shapiro al portal IndieWire. "Lo extraño es que para la familia era completamente normal convivir con esos animales, para ellos eran el equivalente a gatos", subrayó Shapiro, uno de los responsables del tagline con el que se reestrenó el film: "Ningún animal fue lastimado en esta película, pero 70 personas del equipo sí". Para Shapiro, otro de los componentes extraordinarios del rodaje fue el compromiso de Marshall y Hedren por finalizar la producción, que se abandonaba y retomaba constantemente, y que también debió sobreponerse a dos inundaciones y un incendio que hicieron estragos en el rancho familiar. "Al momento de terminar la película, ésta olía a fracaso de distribución", añadió Shapiro. De hecho, Roar no fue estrenada en Estados Unidos por todo ese ineludible background que no favorecía sus chances con el público.
El reestreno. Un día como cualquier otro, John Marshall, uno de los hijos del realizador, estaba listo para vender los derechos del film por monedas. El diablo metió la cola y súbitamente recibió el llamado de Drafthouse, se firmó un contrato de división de derechos, y así fue cómo el film encontró su nicho al reestrenarse hace tres años. "El error en su momento fue venderla como una película familiar, entonces nosotros revertimos la perspectiva y la presentamos de modo hiperbólico, porque es imposible mirarla y no quedar atónito, con la boca abierta por el desconcierto que genera", subrayó Shapiro. En consecuencia, Roar se estrenó en 100 salas en Estados Unidos donde no había podido proyectarse en los 80, e inspiró un documental, apropiadamente titulado ROAR: The Most Dangerous Movie Ever Made - The Strange Truth.
La versión de Tippi Hedren: "No sé cómo sobrevivimos"
La actriz de Los pájaros (el thriller de Alfred Hitchcock que al lado del rodaje de Roar parece una experiencia placentera), en una entrevista con Variety, refutó el número de heridos arrojado por John Marshall - de cuyo padre se divorció en 1982, un año después del estreno del film -, como si renegara esa etapa de su vida: "No fueron tantos heridos como dicen. Quizás están hablando de personas que se lastimaron un pulgar o una uña. En cinco años, creo que solo siete personas fueron lastimadas, pero no seriamente", declaró, aun así admitiendo los daños que padeció su familia. "Hubo instancias en las que yo salí herida. Melanie salió herida. Mi entonces marido salió herido tantas veces, que en el hospital iban a poner una placa en una habitación con su nombre", recordó con tono tragicómico.
"No sé cómo sobrevivimos, nuestro plan de rodar la película en pocos meses se convirtió en un rodaje de cinco años. Estábamos peleando cara a cara con esos animales grandes y peligrosos. No deberían ser considerados como mascotas. Son depredadores, eslabones importantes de la cadena alimenticia", advirtió Hedren, quizás demasiado tarde. Además de escribir un libro (The Cats of Shambala, editado en 1985) en el que documentó el rodaje de Roar, la actriz utilizó la mala experiencia para una buena causa. Hedren es la cabecilla de The Roar Foundation, una organización sin fines de lucro que colabora con la preservación de los gatos salvajes de Shambala. Y si bien Griffith prefiere no hacer declaraciones sobre el film, John Marshall no tuvo pruritos en describir esos episodios sin rodeos: "Empezó como una idea divertida que se tornó peligrosa, nosotros convivimos con animales que no estaban acostumbrados a vernos actuar en peligro, que nos respetaban, entonces cuando nos escucharon gritar repentinamente, se mostraron confundidos y empezaron a aterrarnos", reveló.
Entonces, ¿qué recuerdo le queda del film al hijo del realizador? "Que podría haberme muerto mil veces y que nuestro padre fue un verdadero imbécil por hacerle eso a toda la familia", declaró el actor al New York Post, sintetizando así la irresponsabilidad con la que el líder del clan abordó uno de los proyectos más desastrosos, descabellados e irrepetibles de la historia del cine.
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