Cómo es Yo soy: Celine Dion, el descarnado y amoroso retrato de una artista que no teme mostrar su lado más humano
El film documental Yo soy: Celine Dion ya está disponible en Prime Video
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Yo soy: Celine Dion (I Am: Celine Dion, Estados Unidos/2024). Dirección: Irene Taylor. Edición: Richard Comeau, Christian Jensen. Disponible en: Prime Video. Nuestra opinión: muy bueno
Los films documentales dedicados a la vida de un artista consagrado suelen convertirse más temprano que tarde en odas a su genio y figura que rara vez le dan lugar a los costados más humanos del ídolo. Yo soy: Celine Dion, el documental que muestra la intimidad de la famosa cantante canadiense y su lucha cotidiana por convivir con la grave enfermedad neurológica que le diagnosticaron en los últimos años, invierte la fórmula. Si, las imágenes de archivo de los momentos más brillantes de su carrera y su inmenso talento están presentes pero el auténtico corazón de la película dirigida por Irene Taylor está en el minucioso recorrido de la rutina cotidiana de Dion, que se muestra tan abierta y expresiva en su casa como lo hizo siempre en el escenario.
Una de las primeras escenas del film declara sus intenciones: los síntomas del síndrome de persona rígida que sufre la artista de 56 años se exhiben con crudeza y aunque se eviten los golpes bajos, lo cierto es que la enfermedad en sí misma y cómo afecta a la artista resulta desgarradora.
Claro que la elección más acertada y contundente del film es que sea Dion quién hable no solo de sus padecimientos sino también de su larga carrera, de sus éxitos pero, sobre todo, de su amor por la música, el escenario y el compromiso que siente por el público que la sigue hace décadas. Un amor que no sabe si podrá volver a experimentar dadas las limitaciones físicas que afectan todo su cuerpo y que tristemente incluyen sus cuerdas vocales.
El documental comienza un tiempo antes de que la cantante decidiera anunciar públicamente su diagnóstico en 2022 y se centra en el desarrollo de su carrera desde niña, como la hija de un matrimonio de músicos que dejaron de lado sus ambiciones artísticas para criar a sus 14 hijos en un pueblo en las afueras de Quebec. De aquella infancia llena de canciones y bastantes apremios económicos a su actualidad en la mansión que habita en Las Vegas junto a sus hijos mellizos adolescentes y un nutrido grupo de asistentes atentos a su bienestar, la gran constante de la vida de Dion, según ella, siempre fue la interpretación, cantar sobre un escenario y dejar que “la voz fuera la conductora” de su vida. Sin control de ese instrumento que la hizo inmensamente famosa, universalmente admirada pero sobre todo muy feliz, la artista se pregunta mirando a la cámara, despojada de toda vanidad, quién es Celine Dion sin todo aquello que fue su identidad durante la mayor parte de su vida.
La respuesta se va descubriendo a medida que las cámaras siguen sus sesiones de terapia física, las conversaciones con sus hijos y sus desesperados intentos por poner a prueba su voz, pero también se revela en escenas que en principio parecen más livianas. Especialmente en esa secuencia que la sigue en un recorrido por el enorme galpón donde guarda todos sus recuerdos catalogados con una atención obsesiva. Los dibujos que sus hijos hacían en los camarines mientras ella actuaba y las cartas de sus fans conviven con su impresionante colección de vestidos y zapatos que por un rato despejan la tristeza de su mirada y le dan un brillo juguetón. “Creo que era muy buena”, dice mirando los espléndidos trajes que usó en el escenario. Y no hay falsa modestia en su declaración sino una nostalgia y añoranza por aquello que amaba y no sabe si podrá volver a hacer.
La acertada decisión de limitar las entrevistas del documental a las declaraciones de Dion- una entrevistada elocuente y autoreflexiva- se diluye algo con la inclusión de las muchas imágenes de los shows que brindó a través de los años en diferentes partes del mundo. Eso abre demasiado el obturador y diluye el foco de sus sensaciones más personales y de las sentidas confesiones que hace la artista mirando a cámara.
Es allí, en esas conversaciones, donde la narración logra dar cuenta no solo del alcance de la tragedia de su enfermedad sino también de su afán por superar algunas de las limitaciones que le impone, especialmente cuando se trata de actuar. “Si no puedo correr, camino y si no puedo caminar, gateo. Pero no me voy detener, no me puedo detener”, dice Dion tras sufrir un ataque que las cámaras captan con su aprobación y que para muchos espectadores puede resultar demasiado explícito, pero que para la artista no hace más que reforzar su empecinamiento por volver a cantar.
Emocionante y al mismo tiempo intrusivo y respetuoso, el documental no se deja tentar por los triunfos de la artista ni por el homenaje que obviamente merece y prefiere acompañar su trayecto para volver a ser, para seguir siendo quién es: Celine Dion.
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