Cómo aniquilar sueños
"Réquiem para un sueño" ("Requiem for a Dream", EE.UU./2000). Presentada por Eurocine. Dirección: Darren Aronofsky. Con Ellen Burstyn, Jared Leto, Jennifer Connelly, Marlon Wayans, Christopher McDonald, Louise Lasser. Guión: Hubert Selby Jr. y Darren Aronofsky, basado sobre la novela de Hubert Selby Jr. Fotografía: Matthew Libatique. Música: Clint Mansell. Montaje: Jay Rabinowitz. Duración: 101 minutos.
Nuestra opinión: regular.
Los singulares rasgos de "Réquiem para un sueño" quedan expuestos desde las primeras escenas. Por una parte, está la analogía manifiesta entre los dos personajes principales, madre e hijo: una, adicta a la TV y después, como indirecta consecuencia, a las medicinas adelgazantes; el otro, a las drogas. Los dos, como quienes los rodean -la novia del muchacho, su amigo y socio-, huyendo de la realidad y embarcándose en una espiral de espejismos que no es sino un vertiginoso descenso hacia la degradación física, psíquica y moral. Todos, víctimas de un engañoso sueño -el americano, claro-, a las que Darren Aronofsky consagra su doliente réquiem.
Por otra parte, también desde el principio, con su pantalla dividida y sus dos vistas simultáneas de la misma escena, queda en claro que el chisporroteo formal ocupará aquí un lugar preponderante. Perspectivas deformadas, montaje precipitado, aceleraciones frenéticas, una sucesión atropellada de planos de detalle, imágenes paralelas, distorsiones, colores saturados. En fin, un torbellino de percepciones que primero alcanza la síntesis expresiva del videoclip y después la niega a fuerza de reiteraciones. Y lo más grave: un lenguaje que deja a los personajes convertidos en maniquíes, en figuras huecas que raramente generan emoción (cuando la hay, es por obra de los actores) y que parecen reducidas a ilustrar el (¿aleccionador?) retrato de este proceso de autodestrucción.
Al cabo de la vorágine descriptiva y en constante crescendo, después de tanto bombardeo visual quizá destinado a reproducir la percepción fragmentada y caótica del adicto, queda por establecerse si los fuegos artificiales alcanzan para disimular que casi todo lo que plantea la película ya ha sido visto muchas veces y en más de un caso desde una perspectiva menos simplista, aunque quizá con menos glamour. Cabe también preguntarse si es el del glamour el lenguaje que mejor se adecua a lo que busca ser una pintura del infierno.
Clisés y simplificación
Aronofsky entusiasmó a la crítica y a una considerable porción de público con la potencia expresiva y los recursos visuales que utilizó en "p" ("Pi"), su opera prima, para asomarse al caos internándose en las obsesiones y la incipiente demencia de un matemático. Como en aquel celebrado film, cuenta aquí con el sostén decisivo de Matthew Libatique en la fotografía y de Clint Mansell en la música; también pone en juego otra vez su variedad de recursos, su nervio y su ingenio para cautivar al espectador con una propuesta fascinante y perturbadora. Sólo que en este caso la fantasía visual es más bien limitada -hay una recopilación de clisés que ya son lugares comunes cuando se trata de pintar el delirio- y sobran flaquezas en el planteo reductor a que se atiene el guión, comenzando por la forzada equiparación entre la adicción a la TV (aun en un caso tan extremo como el que padece la madre del protagonista, que termina conduciéndola a la dependencia de los psicofármacos y la ruina cerebral) y el consumo compulsivo de heroína que el muchacho elige como vía de escape a la frustración.
A medida que la historia avanza y se incrementa la crudeza, también se van haciendo más visibles sus reiteraciones y su esquematismo. El paralelo que se traza en los últimos tramos del film y que busca ser el remate dramático del incesante crescendo resulta más molesto que estremecedor: hay en él acumulación de efectos chocantes destinados a ilustrar el desmoronamiento final, pero su frialdad quirúrgica ahuyenta cualquier emoción.
Son los actores quienes se encargan de poner alguna humanidad en criaturas utilizadas como fantoches. Y entre todos, la magnífica Ellen Burstyn quien más hace por comprometer el ánimo del espectador a fuerza de sensibilidad, convicción y mesura.
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