Club Cero: perturbador film sobre la manipulación, la responsabilidad parental y los excesos en la “alimentación consciente”
Mia Wasikowska es una especialista en nutrición que le propone un macabro plan a un grupo de alumnos; el film de Jessica Hausner pone sus dardos más afilados en los adultos
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Club Cero (Austria/2023). Dirección: Jessica Hausner. Guion: Jessica Hausner, Géraldine Bajard. Fotografía: Martin Gschlacht. Música: Markus Binder. Edición: Karina Ressler. Elenco: Mia Wasikowska, Ksenia Devriendt, Luke Barker, Florence Baker, Samuel D. Anderson, Gwen Currant, Sidse Babett Knudsen, Amanda Lawrence, Elsa Zylberstein, Mathieu Demy, Lukas Turtur, Keeley Forsyth. Duración: 110 minutos. Distribuidora: CDI Films. Nuestra opinión: buena.
Envuelta en un halo de elogios dubitativos luego de su paso por el Festival de Cannes, Club Cero llega a las carteleras locales con su mensaje perturbador e incómodo que toma a la “alimentación consciente” como punta de lanza de la distopía social que vivimos y veneramos.
El recelo crítico ante la nueva película de Jessica Hausner (Little Joe: El negocio de la felicidad) es comprensible cuando se pierde el foco sobre los verdaderos protagonistas de la historia. Que no son esos estudiantes seducidos por una maestra fundamentalista a abrazar la anorexia y llevarlos luego a las últimas consecuencias de un trastorno de la conducta alimentaria. Tampoco la profesora, ni siquiera la autoridad máxima del colegio donde transcurre la acción. Los verdaderos protagonistas y responsables de lo que sucede en el film son los padres de los chicos, que por diferentes motivos que van desde la incomprensión hasta el desinterés, han roto los lazos que los unen a ellos, dejándolos a merced de un discurso mesiánico de difícil digestión.
Sugerida por el Consejo de Padres, la profesora Novak (Mia Wasikowska), experta en nutrición, llega a un elitista colegio para brindar un curso optativo sobre “alimentación saludable”. El pequeño grupo de alumnos que se suma tiene diferentes intereses a la hora de anotarse: mejorar la silueta, cuidar el medioambiente, reforzar el autocontrol, y hasta conseguir los puntos necesarios para obtener una beca. Sin embargo, el objetivo de Novak es otro: penetrar lo suficiente en la mente de esos adolescentes para sumarlos a un proyecto radical llamado Club Cero, consistente en dejar de comer completamente, y de esta manera acceder a una especie de moderno nirvana: tener el control absoluto del cuerpo y la mente, y así “pasar de la existencia transitoria a la vida eterna”.
La propuesta de Hausner es incómoda, angustiante, desarrollada en un marco claustrofóbico, producto de una puesta en escena y banda sonora que consolida el espíritu perturbador del relato. Con una cámara que apenas se mueve, convirtiéndose en cómplice silencioso de lo que ocurre puertas adentro de la institución.
La idea de secta, que crece conforme avanza la acción y explota durante la conclusión de la historia, adquiere un valor diferencial al tratarse de un grupo de adolescentes, segmento caracterizado por la vulnerabilidad, las decisiones conjuntas, y el interés de mantenerlas ocultas al mundo adulto. Es decir, un germen de cultivo ideal para que proliferen ideas totalitarias como las que aquí se muestran.
Club Cero se aprovecha de un presente dominado por dietas milagrosas, confusión y militancia astral, para tomar esos elementos y satirizarlos. Pero no desde el humor, sino apelando a una estructura dramática que incomoda, interpela y golpea directamente en el seno familiar. Aun cuando en la reafirmación de esos conceptos peque de repetitiva, la película ofrece un mensaje crítico y contundente sobre la realidad, la ausencia de valores, el individualismo y sus consecuencias.
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