Clip con aspereza documental
"Ciudad de Dios" ("Cidade de Deus", Brasil/2002, color). Dirección: Fernando Meirelles. Con Alexandre Rodrigues, Leandro Firmino da Hora, Phellipe Haagensen, Douglas Silva, Jonathan Haagensen, Matheus Nachtergaele, Seu Jorge, Jefechander Suplino, Alice Braga. Guión: Braulio Mantovani, sobre la novela de Paulo Lins. Fotografía: Cesar Charlone. Música: Antônio Pinto y Ed Côrtes. Edición: Daniel Rezende. Presentada por Buena Vista Internacional. Duración: 130 minutos.
Nuestra opinión: buena
"Ciudad de Dios" es puro impacto. Apabulla con la crudeza de su retrato testimonial y con la feroz violencia de sus imágenes tanto como aturde con sus innumerables artificios visuales, que hacen uso y abuso de cuanto truco ha puesto la pantalla contemporánea al alcance de los realizadores. Fernando Meirelles propone una curiosa (y no siempre coherente ni justificable) mezcla de aspereza documental con vértigo de clip, quizá para vestir con esos destellos formales (y hacer más digerible) el desdichado cuadro social que quiere revelar ante los ojos indiferentes de sus pares de la clase media, según él mismo ha declarado.
El cineasta paulista utiliza las fórmulas más actuales del espectáculo para pintar la exclusión, la miseria, la marginalidad y el crimen, pero se entusiasma tanto con su estética de shock que si bien el film ha logrado imponer la discusión pública acerca del tema -uno de los grandes dramas que enfrenta el Brasil de hoy- también es probable que genere el contraproducente efecto de tranquilizar conciencias: el show, al fin, se ha puesto por delante de la realidad que se quiere denunciar.
Virtudes y vicios de este controvertido retrato de la violencia urbana en los barrios más miserables de Río de Janeiro quedan expuestos desde el mismo comienzo del film, cuando en un alarde de pericia formal la cámara en mano sigue la atropellada fuga de una gallina por los recovecos de la favela mientras sus perseguidores armados se cruzan con Buscapé, el pacífico aspirante a fotógrafo que será el narrador de la historia, y finalmente son sorprendidos en una esquina por un grupo policial. El esquema, síntesis bastante simplificadora de un drama muy complejo, está a la vista: de un lado, los delincuentes; del otro, la policía; entre ellos, Buscapé y la gallina tratando de sobrevivir.
En ese infierno de violencia creciente transcurre la película, versión de la novela de Paulo Lins considerada uno de los retratos más crudos producidos en Brasil en los años noventa. Es el retrato de dos décadas en Cidade de Deus, esa favela de la zona Oeste de Río creada por el gobierno en los años sesenta para albergar gente exiliada de otras favelas o expulsada de sus lugares de origen por los incendios, las inundaciones y la miseria. Abarca desde la infancia de los protagonistas, cuando el mayor delito era asaltar un camión distribuidor de gas envasado, hasta el comienzo de los años ochenta, cuando el asesinato, la violación y el tráfico de armas y de drogas ya se había vuelto habitual y una terrible guerra entre pandillas de traficantes esparcía horror y pánico entre los habitantes del barrio.
Estructura compleja
El relato se divide en tres épocas que Meirelles recorre transversalmente mediante el uso de flashbacks destinados a robustecer el engranaje dramático tanto como a proporcionar oportunos golpes de efecto. Coinciden con el gradual deterioro del estado de cosas, el incremento de la violencia y la ruina del tejido social. Algunos personajes van recortándose del retrato colectivo, entre ellos, Buscapé (cuya voz en off guiará el relato y aportará ocasionales y no siempre agudos comentarios críticos), que sueña de chico con un futuro como fotógrafo y logrará su objetivo en una suerte de trágica repetición de la escena inicial, y Zé Pequeno, que aspira a ser el más temido criminal del barrio y expone muy tempranamente la firmeza de su determinación. Una de las escenas más violentas del film lo tiene como protagonista cuando captura a dos ladronzuelos, los balea y después obliga a un tercero, de 12 años, a elegir entre ellos al que deberá ejecutar. La crudeza tarantinesca con que Meirelles describe la descontrolada violencia de sus personajes multiplica su impacto cuando ésta se evidencia entre chicos familiarizados desde pequeños con las armas, la sangre, la venganza o el asesinato porque sí.
Si bien en esta visceral historia de pandillas donde todos parecen estar destinados a morir casi no hay juicios morales ni discursos críticos, es posible rescatar apuntes que hablan del estado de exclusión que obra como caldo de cultivo de la corrupción, el crimen y la consolidación de ese "orden paralelo" del que se suele tener noticia por los medios. Sin embargo, también es posible percibir cierta mirada de resignación frente a un problema gravísimo que parece aceptarse como una fatalidad.
Más allá de la dudosa elección estética, cuya dosis de glamour banaliza el propósito testimonial, y de la sobrecarga de retórica virtuosa que el film exhibe -hay imágenes detenidas, aceleraciones, cámara lenta, efectos de luz y de color y una puesta en escena que prioriza el espectáculo según fórmulas importadas del cine norteamericano-, la habilidad narrativa de Meirelles queda fuera de duda. No es fácil lidiar con un cuadro tan superpoblado de personajes y él consigue a lo largo de dos horas de montaje vertiginoso definirlos y hacerlos identificables. También debe reconocerse la vibrante respuesta que logra de sus actores, algunos de ellos debutantes que han vivido de cerca lo que aquí se presenta como ficción y otros reclutados en grupos filodramáticos de las favelas cariocas. La banda sonora, que reproduce la música más difundida en esos ambientes, rap incluido, también hace su aporte de artificioso, extemporáneo glamour.
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