Claroscuro: llega a Netflix la brillante película que pisa fuerte para el Oscar
La ópera prima de la actriz Rebecca Hall, basada en la obra de Nella Larson, es un potente retrato del racismo y otras temáticas que yacen bajo la superficie
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Claroscuro (Passing, Estados Unidos-Reino Unido/2021). Dirección: Rebecca Hall. Guion: Rebecca Hall, basado en la novela Passing, de Nella Larsen. Fotografía: Eduard Grau. Edición: Sabine Hoffman. Música: Devonte Hynes. Elenco: Tessa Thompson, Ruth Neggan, André Holland, Bill Camp, Alexander Skarsgård. Duración: 98 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
La actriz Rebecca Hall hace su debut detrás de cámara con un film osado, que nunca toma el camino más cómodo y que provoca al espectador ya desde ese primer plano de las calles neoyorkinas y las pisadas que circulan sobre ellas. En ese comienzo no vemos rostros y se vuelve más que evidente la razón: Claroscuro es una obra sobre las percepciones, sobre lo que elegimos ver, y sobre todo aquello que se oculta detrás de una máscara. Ese movimiento oscilante de lo macro de la ciudad en sus años 20 a lo micro de sus dos figuras centrales recuerda inevitablemente a Carol, de Todd Haynes, ese melodrama extraordinario en el que también dos mujeres se encontraban fortuitamente para luego no poder soltarse jamás.
Por lo tanto, también entramos en otro terreno que la ópera prima de Hall aborda con sutileza: es un largometraje que puede tener un subtexto queer. Esto proviene de que ese juego con las apariencias (desolador en un principio, peligroso a medida que se acerca su resolución), que registra magistralmente el director de fotografía español Eduard Grau, no solo abarca los orígenes de sus figuras centrales. Por el contrario, va mucho más allá, por lo cual las respuestas a los numerosos interrogantes que se van suscitando las tenemos que encontrar en los gestos más imperceptibles. Bajo esa óptica, podríamos describir a Claroscuro como una obra fugaz, que se nos escurre rápidamente entre las manos, dejándonos absortos en ese proceso.
Al igual que en Carol, la verdadera protagonista de este drama basado en la novela Passsing de Nella Larsen es quien contempla, la figura tímida que se queda siempre en los márgenes, temiendo alzar su voz, matando el tiempo y no viviendo, con una postura obsecuente que aprendió para sobrevivir en un contexto duro para los afroamericanos. Esa protagonista es Irene Redfield (Tessa Thompson en una actuación consagratoria), la esposa de un médico (André Holland) que vive con él y con sus hijos en Harlem y que, por lo que intuimos de las secuencias que captan su dinámica familiar, está siempre contenida, y se muestra inquieta ante cualquier roce de su marido, o ante cualquier propuesta disruptiva como irse a vivir a otro país o aceptar que sus hijos, paradójicamente, no sean aceptados. Irene se va acostumbrando a una vida burguesa, y simplemente tolera la mirada condenatoria de las personas blancas con las que se codea en eventos benéficos donde, como ella misma admite, está ahí para ser objeto de estudio de alguien más, no porque realmente pertenezca.
En ese transcurrir de observar en la quietud vislumbra unas piernas (nuevamente Hall configura su plano de abajo hacia arriba, una decisión estética que se repite en varios tramos del film) que se cruzan en la silla del restaurante de un hotel. Cuando llega al rostro de esa figura, tarda en reconocerla por una razón. La mujer que se le acerca se hace pasar por blanca (el término “passing” del título original corresponde a una denominación sociológica vinculada a la búsqueda de aceptación social mediante un determinado cambio) y es su vieja amiga de la infancia, Clare Bellew (Ruth Negga, en camino a cosechar su segunda nominación al Oscar con una interpretación arrolladora). El choque de ambas es tan metafórico como literal. Irene no puede aceptar la conducta de Clare, quien le oculta el secreto de su identidad a su marido, el racista recalcitrante que compone Alexander Skarsgård; y al mismo tiempo Clare no quiere alejarse de quien fuera su confidente de pequeña, por lo cual paulatinamente comienza a asistir a sus fiestas, a hacerse a amiga de su esposo, y a ni más ni menos que recordar su pasado desde la inmediatez.
Una vez que Clare regresa a ese escenario en el que solo tiene que ser ella misma, libre de impostaciones y temores, esa idea de orden que Irene creía tener se va cayendo como un castillo de naipes. ¿Acaso Clare quiere ocupar su lugar? ¿Acaso Clare va a ser el centro de atención y ella perderá ese núcleo que tanto le costó gestar? Si bien Negga traslada con maestría el magnetismo de su personaje de la página a la pantalla, cuando Hall se detiene en Irene su película se vuelve mucho más interesante por el enigma intrínseco que arrastra esa mujer, renovada por el regreso de su vieja amiga a su vida, y en simultáneo amenazada por ese terremoto.
Hay una razón por la cual la novela de Larsen ha sido objeto de infinitos debates: ya desde su título se nos plantea una pregunta. Ese acto de “hacerse pasar por...” no parece englobar solo el cambio del color de piel -un acto desgarrador en sí mismo- sino también una orientación sexual, una clase social, todo lo que implique desaparecer hasta convertirse en otro. Hall traslada esa ambigüedad, esa multiplicidad de interpretaciones, a un guion en el que no hay grandes revelaciones, y cuya escena final nos interpela. ¿Qué sucedió y por qué? Quizá el desenlace resulte abrupto, confuso y desconcertante, pero es precisamente lo que la película se propone: que completemos esos espacios vitales, esa distancia entre Irene y Clare, eso que no se dice pero que yace allí, en cada mínimo detalle.
Cuándo verla. Claroscuro ya se encuentra disponible en Netflix.
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