Chica griega en busca de la felicidad
“Mi gran casamiento griego” (“Mi Big Fat Greek Wedding”, EE.UU./2002). Dirección: Joel Zwick. Con Nia Vardalos, John Corbett, Michael Constantine, Lainie Kazan y otros. Guión: Nia Vardalos. Fotografía: Jeffrey Jur. Música: Xandy Janko y Chris Wilson. Presentada por Eurocine. Duración: 95 minutos. Calificación: apta para todo público.
Nuestra opinión: buena.
Toula Portokalos vive en Chicago con su numerosa familia griega, está cerca de cumplir treinta años, no es demasiado agraciada y trabaja como mesera en el restaurante de su padre, bastante preocupado por encontrarle un novio perteneciente a su comunidad.
Ella, sin embargo, se aferra a otras ilusiones. Tiene ambiciones laborales más elevadas y, sobre todo, desea hallar al candidato que le haga vibrar emocionalmente sus sueños de mujer. El primer paso lo da cuando logra ingresar como empleada en una agencia de viajes de su tía y se enamora a primera vista de un joven y bien parecido profesor de escuela secundaria.
El es alegre, vegetariano y (lo peor) no es griego, y también se siente atraído por esa muchacha poseedora de cierto aire tristón y recatado. De aquí en más no es fácil este romance para Toula, ya que sus parientes se empeñan en poner en marcha una frase que su colectividad repite casi como una orden indiscutible: “De toda buena chica griega se esperan tres cosas: que se case con un chico griego, que fabrique bebes griegos y que alimente a los suyos hasta el día de su muerte”.
Pero Toula es lo suficientemente testaruda como para no dejarse convencer con esas tradicionales palabras y prepara su plan de lucha para persuadir a su parentela de que toda regla tiene su excepción y de que puede llegar a su gran casamiento griego con la necesaria libertad que dan el amor verdadero y la opción propia.
No se debe ser muy perspicaz para imaginar que la protagonista se saldrá con la suya, aunque la boda estará enmarcada por una limusina azul, dos esculturas de hielo, diez damas de honor vestidas de turquesa y danzas helénicas que poseen el sabor de la tierra lejana. Esta trama, jugada dentro de esos convencionalismos de comedia romántica a que nos tiene acostumbrados el cine norteamericano, posee sin embargo una gran simpatía, un alocado ritmo y unos divertidos diálogos que elevan el nivel de lo remanido dentro de este género.
Trama con ritmo
La trama parte de un espectáculo unipersonal que Nia Vardalos interpretó con mucho éxito, como protagonista y autora, en escenarios del off Broadway. El suceso de la obra tentó a los productores Tom Hanks, Rita Wilson y Gary Goetzman, quienes decidieron llevarla a la pantalla grande. Nia Vardalos aceptó el reto, poniendo como condición que ella adaptaría la pieza al cine y que cubriese el papel central. El resultado es una película simpática, amable, por momentos cercana a la poesía y desarrollada en su guión con la suficiente inteligencia como para hacer olvidar que parte de una obra escénica. Los aciertos de la propuesta son más que suficientes como para convertir a “Mi gran casamiento griego” en un agradable pasatiempo que refleja las interioridades cotidianas de una familia inserta en sus vínculos telúricos intactos en una ciudad norteamericana. Y recorre, además, las tribulaciones de una mujer que desea romper con esos lazos indestructibles en favor de su cotidiana felicidad.
Como actriz, Nia Vardalos demostró una capacidad histriónica que viste a su papel con enorme calidez y sinceras situaciones en las que la limpia comicidad habla a las claras de su total conocimiento del hábil manejo de la comedia. John Corbett, como el profesor enamorado de la chica griega que de pronto se ve involucrado con toda su familia, aporta una apreciable cuota de simpatía, en tanto que el veterano Michael Constantine, ese padre rígido en sus convicciones, demuestra que no es necesaria la machieta para lograr hacer blanco en la risa espontánea. Con todos estos elementos a su favor, el director Joel Zwick supo manejar sin tropiezos esta historia que habla de amor, tradiciones y férrea voluntad. Y recala en un clima amable en el que la muy buena fotografía y la música, sostenida por entrañables aires griegos, apuntalan este romance tan accidentado como cordial.
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