Cannes 2022: la guerra en Ucrania es el centro de todas las polémicas, dentro y fuera de la pantalla
El tema se agiganta por las posturas enfrentadas de quienes representan a las partes en conflicto; ayer se presentó el documental póstumo de un director asesinado por tropas rusas en Mariupol, mientras un cineasta ruso pidió el levantamiento de las sanciones contra Roman Abramovich, titular de un fondo que financia films de cine arte
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CANNES.- “Hay guerra a una distancia de tres horas en avión desde París”. La frase que pronunció Thierry Fremaux el 11 de marzo pasado, cuando se hizo la presentación de Cannes 2022, resuena cada vez con más fuerza en cada nueva jornada del festival. Sensible como todo gran acontecimiento artístico a los ecos de la actualidad más candente, la muestra cinematográfica más importante del año se fue convirtiendo desde su arranque en un espacio abierto de discusión sobre la situación que se vive en Ucrania.
El debate se agiganta hora tras hora a partir de la decisión de los organizadores del festival de no cerrar ninguna puerta y a darle espacio, más por omisión que por acción, a casi todas las voces que tienen algo que decir sobre los efectos del conflicto desde que Vladimir Putin ordenó la invasión del territorio ucraniano con sus tropas. La más contundente de todas fue la del presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, cuya aparición estelar en vivo y en directo desde Kiev a través de un video difundido desde la pantalla más grande de Cannes, la del Grand Theatre Lumiére, durante la ceremonia inaugural, todavía se comenta.
Artista devenido político, Zelensky hizo un encendido discurso que puede leerse como respuesta y continuidad de las palabras de Frémaux, sobre todo cuando dijo que el 24 de febrero pasado Rusia puso en marcha “una guerra de grandes proporciones contra Ucrania con la intención de adentrarse más en Europa”. Seguramente quiso dejar en los oídos de la sensible audiencia de Cannes que esas tres horas de distancia aludidas por el director artístico de Cannes podrían reducirse dramáticamente en cualquier momento si Putin lo decide.
“Cientos de personas mueren todos los días. No se van a levantar después del aplauso final. ¿El cine se callará o hablará de ello? Si hay un dictador, si hay una guerra por la libertad, todo depende de nuestra unidad. ¿Puede el cine quedarse fuera de ella? Necesitamos un nuevo Chaplin que demuestre que en nuestro tiempo el cine no es silencioso”, agregó Zelensky, en directa referencia al protagonismo que tuvo Charles Chaplin con El gran dictador (1940) en el señalamiento de la conducta criminal de Adolf Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. “No destruyó al verdadero dictador, pero gracias a esta película el cine no quedó mudo”, agregó. Todos los asistentes a la gala inaugural lo ovacionaron de pie.
La respuesta del cine al pedido de Zelensky tal vez esté en las sobrecogedoras imágenes de Mariupolis 2, el documental póstumo del lituano Mantas Kvedaravicius, exhibido por primera vez hoy como parte de las proyecciones especiales. Kvedaravicius, un documentalista reconocido en el circuito de los festivales, murió el 2 de abril de varios disparos tras ser tomado prisionero por tropas rusas justamente en la ciudad de Mariupol, uno de los escenarios más cruentos de la guerra, sobre todo por la cantidad de víctimas civiles del ataque y los bombardeos rusos.
Las imágenes registradas por Kvedaravicius a principios de marzo en esa ciudad ya devastada fueron completadas, compiladas y editadas tras el asesinato del cineasta por su socia ucraniana Hanna Bilobrova, que encontró ayuda de productores lituanos, alemanes y franceses para dar forma a este trabajo programado pocos días antes del comienzo del festival.
El documental suma casi dos horas de registros fílmicos tomados casi en su totalidad dentro de una iglesia evangélica de Mariupol, convertida en improvisado refugio para un grupo de personas (mujeres, niños, personas mayores) que se quedaron sin hogar tras los bombardeos. Es el testimonio visual, calmo y resignado, de un grupo de personas que trata de sobrellevar la adversidad y construir nuevas rutinas para la vida cotidiana en medio de la guerra.
La cámara de Kvedaravicius muestra de manera completamente despojada, sin recurrir a explicación o comentario, la descarnada realidad del acostumbramiento de los habitantes que permanecen en el lugar al nuevo estado de las cosas. Los protagonistas son personas sencillas y anónimas, casi siempre tomadas pudorosamente desde lejos. Gente buscando protección, seguridad y un plato de comida (por lo general cocinado en grandes ollas colectivas) en medio de los escombros luego de haber perdido todo, hasta la vida de sus seres queridos. En el fondo, las imágenes muestran todo el tiempo la amenaza latente de la guerra en medio de un cielo celeste y una aparente calma. No hay soldados o tanques a la vista, pero todo el tiempo se escucha el ruido de las bombas mientras en el horizonte aparecen varias columnas de humo.
Con su sencillo y transparente registro de los hechos a través de una cámara que permanece fija durante todo el tiempo necesario, y sin un solo agregado capaz de alterar esa mirada completamente natural, Kvedaravicius parece haber recuperado aquí de manera plena el sentido originario del documental como género. La formación del realizador (antropólogo graduado en la Universidad de Cambridge) seguramente tuvo mucho que ver en la elección de esta mirada. Tal vez el momento más impactante aparece al comienzo, cuando dos personas encuentran un generador de electricidad en la entrada de una casa, junto a dos cadáveres, y deciden allí mismo probarlo con la expectativa de que pueda aprovecharse en el templo evangélico convertido en refugio.
La bandera de Ucrania es una de las que sobresale en medio del extenso pabellón dispuesto por el Festival para las delegaciones oficiales de los países. Cada uno de ellos cuenta con un stand de igual diseño y dimensiones pintado de blanco, desde el cual se llevan adelante actividades de promoción y difusión de cada pantalla local.
Desde el Marché du Film, Andrew Fesiak, uno de los productores ucranianos que llegaron hasta aquí, reclamó en las últimas horas, en nombre de todos sus colegas, la exclusión completa de Rusia del Festival de Cannes. Este año, la muestra decidió vetar la presencia de cualquier autoridad o delegación que estuviese relacionada con la administración de Putin y acreditar solo a los medios de prensa rusos dispuestos a adoptar una postura crítica, pero al mismo tiempo no quiso cerrarle la puerta a los cineastas de ese país dispuestos a mostrar su arte con espíritu independiente.
Esta conducta del festival parece explicar la presencia en la competencia oficial de Kirill Serebrennikov, el aplaudido director de Leto, que regresó a Cannes con su película más reciente, Tchaikovsky’s Wife, el torturado retrato de la esposa del famoso compositor, que aceptó el matrimonio para ocultar su homosexualidad.
“La guerra es una catástrofe”, dijo Serebrennikov, que sufrió un largo arresto domiciliario en Rusia tras ser condenado por un presunto hecho de malversación de fondos en 2017. Poco antes de la invasión de Ucrania, las autoridades rusas le permitieron salir del país y desde entonces vive en Berlín adoptando posiciones muy críticas hacia la guerra y las políticas del gobierno de Putin en contra de los homosexuales.
Pero al mismo tiempo, Serebrennikov pidió explícitamente en Cannes el levantamiento de las sanciones contra el magnate ruso Roman Abramovich, uno de los promotores del fondo ruso Kinoprime, desde el cual se apoya el financiamiento de varias películas de cine arte como Tchaikovsky´s Wife. “Ha ayudado mucho al arte moderno apoyando este tipo de cine, que no tiene nada que ver con la propaganda”, señaló en la conferencia de prensa posterior a la presentación de su película en la competencia oficial por la Palma de Oro.
La respuesta del productor Fesiak fue inmediata: “Toda la carrera de Serebrennikov fue financiada con plata del gobierno ruso, que jamás financia a artistas que piensan distinto”, dijo en un panel organizado por las delegaciones ucraniana y estadounidense. Allí, otro productor dijo directamente que hubo “dinero negro” aportado por Abramovich para apoyar económicamente la película rusa que compite por la Palma de Oro.
El propio Frémaux tuvo que terciar en toda esta discusión. Dijo que aceptó sumar a Tchaikovsky’s Wife a la competencia oficial, a pesar de todas las sospechas y cuestionamientos por la presencia del cuestionado Abramovich entre los productores, porque la película había sido filmada antes de la invasión rusa a Ucrania. “Ninguna película producida en Rusia desde el día de la invasión, el 24 de febrero, ha sido seleccionada por el festival. Antes de esa fecha no estaba prohibido obtener dinero ruso para una producción. Y como la película ya se había hecho decidimos seguir esa última regla”, explicó el hombre fuerte de Cannes. Aclaró de paso que Mariupolis 2 fue la única excepción a la regla por las características extraordinarias que rodearon su producción y realización.
Se esperan para los próximos días nuevos episodios de toda esta controversia, sobre todo cuando se exhiba en competencia dentro de la sección paralela Una cierta mirada (Un Certain Regard) el largometraje Butterfly Vision, del director ucraniano Maksym Nakonechnyi, sobre una mujer combatiente de las fuerzas armadas de ese país que debe enfrentar los efectos del estrés postraumático luego de atravesar un período de cautiverio en la zona del Donbass, territorio reclamado como propio por Rusia.
También se espera la presentación de La historia natural de la destrucción, de Sergei Loznitsa, un habitué de Cannes que además es el cineasta de origen ucraniano más prestigioso y reconocido en todo el mundo cinéfilo. Loznitsa se ganó últimamente la antipatía de buena parte de la industria del cine de su país por sus críticas al pedido de un boicot generalizado a las películas de origen ruso.
“Necesitamos juzgar a las personas por sus acciones y no por sus pasaportes”, dijo el realizador, que acaba de ser expulsado de la Academia de Cine de Ucrania. Algunas esquirlas simbólicas y verbales de lo que pasa en Ucrania siguen cayendo en Cannes, mientras la verdadera guerra, testimoniada en un documental impactante recién llegado al festival, sigue su cruel desarrollo a tres horas de distancia en avión.
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