Canina: la maternidad y los cambios que trae consigo, en una adaptación que no se atreve a la transgresión
Protagonizado por Amy Adams, el nuevo film de Marielle Heller no consigue trascender la riqueza de novela de Rachel Yoder
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Canina (Nightbitch, Estados Unidos/2024). Dirección: Marielle Heller. Guion: Marielle Heller, Rachel Yoder. Fotografía: Brandon Trost. Edición: Anne McCabe. Elenco: Amy Adams, Scoot McNairy, Arleigh Snowden, Emmett Snowden, Jessica Harper, Zoë Chao, Mary Holland, Archana Rajan. Duración: 109 minutos. Disponible en: Disney+. Nuestra opinión: regular.
La metáfora puede parecer obvia. La maternidad como un estado de primaria animalidad, un descenso a los instintos, una transformación del cuerpo femenino radical e inevitable. Quizás en la novela debut de Rachel Yoder, publicada en 2021 con gran repercusión, la analogía daba alimento a la imaginación, y la progresiva conversión de la protagonista -una artista convencida de dedicarse tiempo completo a la crianza de su primer hijo- en un perro, con colmillos e instinto de jauría, resultaba una reflexión sugerente. Pero el cine exige una representación concreta, más allá de la polisemia de las imágenes, y pensar a Amy Adams devenida en animal consiste en verla a ella ladrando, lidiando con el pelo crecido, con una protuberancia que se asemeja al rabo, y dispuesta a salir en la noche junto a otros canes de los suburbios. El desafío para la adaptación consistía en traspasar esa representación del orden de la pesadilla imaginada en palabras, fácilmente comprensible bajo la lógica onírica, en una transformación sustancial, algo que resulte verdaderamente transgresor.
Hay una clave que contiene la novela y que Marielle Heller, directora y responsable del guion, comprende con cierta astucia: la idea del cuerpo traicionero. La protagonista de Yoder es una mujer que ha tomado una decisión –la crianza de su hijo y la renuncia temporal a su trabajo para llevarla a cabo- y pretende vivir conforme con ella, validarla cada día. Sin embargo, es su cuerpo y no su voluntad el que la traiciona, el que desliza su disconformidad más allá de ese discurso convincente que ella se repite cada vez que quiere tirar los pañales por la ventana y salir corriendo. Heller elige entonces a una actriz como Amy Adams, capaz de concentrar en su rostro tanto el amor maternal más dedicado como ese malestar amargo y sutil que la muestra extraña en la vida cotidiana, ajena a las otras madres que cruza en la plaza, desganada en su relación de pareja (su marido está a menudo fuera de la ciudad debido a un trabajo que no se menciona) y frustrada respecto al abismo que separa aquello que imaginó para su vida y lo que resultó ser en realidad.
Sin embargo, no todo funciona como la actuación de Adams. Y el terreno en el que Heller más tropieza es en la amalgama de un realismo concreto y cotidiano, que refiere a la vida en los suburbios, la rutina de una madre entre los juegos infantiles y las compras en el supermercado, y la esporádica vida de pareja afectada por el cansancio y la falta de sueño, y la emergencia del fantástico, que se concreta en la progresiva transformación del personaje humano en su versión perruna. Hay ahí un desajuste visual, una sensación de incompatibilidad en la unión de esas escenas, que afecta a la película en su conjunto. Por ejemplo, para afirmar la repetición asfixiante de la vida hogareña de la protagonista, Heller monta una sobre otra, varias escenas similares: la fritura de una tostada, los fideos con queso, el balbuceo del niño en el juego, la ceremonia de lectura de cuentos en una librería, el baño nocturno. Una y otra, y otra vez, como para que nos quede bien en claro que los días son desesperantemente iguales y que el mundo de los adultos ha quedado reducido a cero para el personaje.
Pero cuando vamos a la anomalía, a la traición corporal del rabo y los colmillos crecidos, la película se pone pacata, le resulta tan ajena esa transformación que prefiere edificar dos mundos en paralelo, uno destinado a esa realidad aplastante y otro en el que la fabulación mental se transforma en pesadilla. Mientras que el material de Yoder apuntaba justamente a esa sensación de extranjería del propio cuerpo que habilita la maternidad y que origina la distorsión de la realidad de manera tal que ya no es posible situar sus fronteras con el sueño, lo que le pasa a la madre interpretada por Adams, quien no tiene nombre y por ello está atrapada literalmente en su rol, es que su voz es la única que da cuenta de la pérdida de su condición humana a merced de su tarea de proveer cuidado y protección a su hijo.
Y si bien Heller había conseguido notables aproximaciones a los mundos femeninos en conflicto, desde su opera prima, El diario de una adolescente (2015), hasta la excelente ¿Podrás perdonarme? (2018), con Melisa McCarthy, aquí queda prisionera de un vínculo demasiado literal con el material literario, que aplasta las posibilidades del cine de trascenderlo. La voz en off como atajo de significación y la repetición de escenas, insistiendo ambas en el mensaje sobre la compleja integración de la maternidad con la vida sexual y profesional de una mujer, dejan de lado el potencial del fantástico para condensar la “transformación” del personaje y erosionan el poder visual de Canina. Aún con la versátil actuación de Amy Adams, el humor y la irreverencia de la premisa se quedan apenas en intenciones y la película ofrece muy poco sobre esa madre que se convierte en perro.
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