Camino al Oscar: cómo llegó Jessica Chastain a convertirse en la favorita para quedarse con el premio a mejor actriz
Luego de dos nominaciones, la tercera parece que será la vencida para la intérprete de Los ojos de Tammy Faye, película que llega este jueves a las salas locales
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Jessica Chastain ha elegido un peculiar camino en la búsqueda de su reconocimiento como actriz. Si bien sus decisiones como intérprete primero, y hoy ya como productora, privilegian personajes con fortaleza y liderazgo, atípicos en su apariencia, críticos de los estereotipos y audaces en sus gestas, de alguna manera no responden a la tradicional empatía que demanda la Academia. El mejor ejemplo es su reciente interpretación de Tammy Faye Bakker, la líder televangelista convertida en celebridad musical en los 80 y luego condenada por los medios por las estafas y engaños que encabezó su marido, el pastor James Bakker. Tammy Faye no solo era una versión extravagante y ridícula de la religión televisada que pululó en aquella década por las cadenas locales de Estados Unidos, sino una voz esencialmente disruptiva en la defensa de los derechos de las minorías, en las performances musicales al estilo Madonna en plena celebración religiosa, y sobre todo en la búsqueda de autonomía en un entorno en el que el poder era detentado únicamente por los hombres.
Esa parece ser la clave para el interés de Chastain. Una mujer que se sale de las normas, aún con el castigo público que ello conlleva. “Yo veo al cine como un acto político”, declaraba hace algunos meses a la revista Vanity Fair cuando se conocía su nominación al Oscar por Los ojos de Tammy Faye, estreno de esta semana en los cines argentinos. “Desde una película se puede llevar a la conversación pública el lugar de las mujeres en los medios, cómo son vistas y juzgadas a los ojos de la audiencia”. La elección de un personaje controvertido como Tammy Faye, y la transformación facial que supuso para Chastain recrearla, prótesis y abultados maquillajes incluidos, puede parecer una plataforma perfecta para la premiación. Ya sabemos cómo le gusta a Hollywood la epopeya de la metamorfosis. Sin embargo, el personaje es incómodo desde muchas aristas, tanto en la instrumentación de sus fieles para su popularidad mediática como en el despliegue de una vida kitsch y glamorosa construida a base de una acumulación de riqueza nacida de las estafas bendecidas por la religión.
Pese a esas alertas, Chastain no le tema a las contradicciones. El interés por la figura de la líder televangelista surgió después de ver el documental sobre los Bakker hace ya una década, cuando su propia carrera comenzaba a despegar con prestigio y autonomía. En ese 2011 en el que recibía su primera nominación al Oscar por la interpretación de una sureña algo frívola en el retrato ecuménico del racismo que brindaba Historias cruzadas (disponible en Star+), la actriz se hacía con los derechos del documental The Eyes of Tammy Faye (2000) y comenzaba a imaginarse encarnando a aquel personaje. “Crecí pensando que Tammy Faye era un payaso porque eso fue lo que los medios vendieron. Todos parecían tan preocupados por la máscara antes que por aquello que ella había logrado: ser una figura disruptiva, una especie de estrella punk en un entorno conservador y dominado por hombres como la religión evangelista”, apuntó.
No es el primer personaje incómodo que Chastain encara desde el extremo de la caricatura para ir revelando su humanidad progresivamente. De hecho, su Celia Foote en Historias cruzadas revelaba la contracara del discurso bien pensante de la película, y exponía la mirada de una mujer blanca encapsulada en esa posición de privilegio que iba reconociendo sus miedos e inseguridades a medida que se propiciaban los encuentros más inesperados. Y al año siguiente Chastain dio un paso decisivo en su carrera: la interpretación de Maya, la agente de la CIA encargada de la persecución de Osama Bin Laden a través de Medio Oriente en los años posteriores al atentado a las Torres Gemelas.
Dirigida por Kathryn Bigelow, La noche más oscura (disponible en Netflix y Star+) se convirtió en su apuesta más seria para los Oscar –de hecho le valió su segunda nominación que perdió a manos de Jennifer Lawrence, nominada por El lado luminoso de la vida- y paradójicamente el personaje más ambiguo de su trayectoria, una mujer cuyo vínculo con su presa estaba definido tanto por el deber como por el espeso condimento de una obsesión. Una y otra vez, en cada una de las entrevistas de promoción realizadas en aquellos años, la prensa la interrogaba sobre qué sentía al representar a un personaje tan “masculino”. “¿Masculino significa que es un personaje interesado en su carrera y no en una vida amorosa?”, se pregunta la actriz con cierto sarcasmo. Hoy Chastain recoge aquellos interrogantes para afirmar su intención de correr a sus personajes de ese encasillamiento, sortear las fáciles definiciones en virtud de caminos más ricos e inquietantes.
En esa línea también está su reciente aparición en la miniserie Secretos de un matrimonio (disponible en HBO Max), creada por el israelí Hagai Levi e inspirada en la célebre obra de Ingmar Bergman, Escenas de la vida conyugal (1973). Como en la exitosa miniserie de los 70, la vida matrimonial de una pareja es diseccionada ante la cámara y fuera de ella, elemento que Levi asume con inteligencia del legado de su predecesor –algo que Bergman ya había expuesto en una película anterior como fue La pasión de Ana (1969) –, y que le permite ofrecer las aristas más incómodas de sus personajes. Si bien la decisión de poner la infidelidad y la salida del hogar compartido en el personaje femenino, invirtiendo la narrativa del director sueco, parece ser un claro guiño a las narrativas contemporáneas, lo cierto es que Chastain asume –como actriz y nuevamente productora- la figura de Mira sin suavizar sus decisiones más arbitrarias, abriendo su deseo más allá de juzgamientos, exponiendo sus contradicciones con humanidad y emoción. “En general, cuando una mujer hace algo así es severamente castigada. En la serie intentamos hacer algo diferente: ver a Mira pasar por un momento difícil, atravesar esa oscuridad y luego permitirle asumir que tomó la decisión correcta”, reflexionaba.
Antiguos compañeros en la prestigiosa Academia Juilliard, Chastain y Oscar Isaac dieron una profunda intimidad al matrimonio formado por Mira y Jonathan, durante una crisis profunda que incluye sus ambiciones profesionales, la conciliación entre la pasión y las demandas de la vida familiar, al mismo tiempo que una identidad propia para cada uno, que expone los límites de la pareja para dar respuestas a los interrogantes individuales. La colaboración entre los actores había tenido como plataforma la excelente El año más violento (2014), dirigidos entonces por J. C. Chandor. En la Nueva York de comienzos de los 80, los negocios se enraízan con el ascenso de la violencia y la dinámica del matrimonio Morales escapa a las convenciones, revela los límites de esa pertenencia regional, las exigencias de una arena cruel teñida de sangre y prejuicios. Nuevamente Chastain se corre de la comodidad, brinda a Anna Morales una textura opaca y contradictoria, esquiva a los contornos de la ama de casa tradicional, de la maternidad segura, de la armonía hogareña.
En los últimos años, la actriz nacida en Sacramento también apostó por dar cuerpo y acción a heroínas de armas tomar, reclamando allí el liderazgo en narrativas de entretenimiento antes reservadas a los varones. En esa inversión de género no siempre fueron buenos los resultados, como los demostraron las recientes X-Men: Dark Phoenix (2019, disponible en Disney+) o Agente 355 (2022, disponible en Google Play y Apple TV+). Sin embargo, sí logró dar presencia a personajes que disputaban su poder en un escenario más complejo y esquivo que aquel del despliegue físico y los efectos espaciales. En la sorprendente El caso Sloane (2016, disponible en Star+), interpretó a una feroz lobista que pone en jaque todo el andamiaje de una firma dedicada al auspicio de la venta de armas en contra de una nueva legislación. El ímpetu de Elizabeth Sloane encarnado por Chastain pone a la película de John Madden en una carrera de creciente tensión, que más allá de los resultados de acuerdos y negociaciones, evidencia la complejidad de sus motivaciones, el pulso atípico de sus búsquedas y relaciones.
Lo mismo sucede con la protagonista de Apuesta maestra (2017, disponible en Amazon Prime Video, HBO Max, Movistar Play y Appe TV+), de Aaron Sorkin, esquiadora olímpica convertida en reina del póker clandestino que surfea en un territorio peligroso sin que Chastain pierda nunca la pista. Estos personajes que abrazan la extrañeza, que contradicen todas las predicciones, que forjan su liderazgo siempre en desventaja, sientan perfecto a esa mirada siempre alerta de la actriz, concentrada en la próxima jugada.
Con el correr de los años, Jessica Chastain convirtió aquellas actuaciones emocionales que parecían su temprana distinción, como la que encarnó casi sin palabras en El árbol de la vida (2011, disponible en Amazon Prime Video, Movistar Play y Mubi), de Terrence Malick, o la del díptico La desaparición de Eleanor Rigby (2013, disponible en Star+, Movistar Play y Paramount Plus), en una introspección mucho más madura, esquiva a esa primera ingenuidad, encendida en su vocación de sentar posición a través de la voz de sus mujeres.
Quizás la figura de Tammy Faye, bajo los kilos de maquillaje y los atrezzos mediáticos que ahogaron la verdad de la original, ahora conduzcan a Jessica Chastain finalmente a su premiación. Es clave la sintonía de su interpretación barroca con el magnetismo que la cámara impuso para la propia Tammy Faye: la disolución del límite entre el escenario y la vida que corría detrás. Una transformación que funciona en las fronteras del grotesco, que embebe el maquillaje de un fervor poseso, de una parodia inconsciente, del abrazo con todo aquello que nadie parece tomarse en serio. En esa liberación de todas las ataduras a la hora de presentarse ante el mundo, Chastain reinventa a Tammy Faye ante nuestros ojos. Su cuerpo proyecta la convicción de su destino, la edificación de su carácter, incluso en los momentos de mayor dolor y vulnerabilidad, aquellos que se permiten esa bocanada de aire como el alimento perfecto de un grito de guerra.
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