Cabaret: a 50 años del film que revivió el musical, decepcionó a su autor y desairó a El Padrino en los Oscar
La película de Bob Fosse no solo consagró a Liza Minnelli, sino que también se convirtió en un gran éxito a nivel mundial
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Cabaret cumple cincuenta años de historia, cincuenta años del triunfo de Bob Fosse y Liza Minnelli, quienes harían historia para el musical. Un retrato de una Berlín decadente, del crepúsculo de la República de Weimar, del final de las ilusiones democráticas y el ascenso del nazismo. Una fábula musical sobre la ambición y los estertores de la vanguardia, una apropiación de Broadway, una reinvención de un género en su anunciada agonía. Todo eso fue Cabaret, la película con la que Fosse le arrebató el Oscar a la Mejor Dirección al Coppola de El padrino, la que brindó a Liza Minnelli un nombre propio y no heredado de la fama de sus padres, la que convirtió al musical en un género moderno, capaz de reflexionar sobre las tragedias de la historia desde su esperpéntica representación sobre un escenario. “La vida es un cabaret” cantaba Sally Bowles. Finalmente era el momento de demostrarlo.
Bowles sale a escena
Para cuando se gestó el proyecto de la película, la historia de Cabaret ya tenía un largo camino transitado. Había nacido como una de las historias cortas de Christopher Isherwood, inglés aventurero de la bohemia berlinesa en el tiempo de entreguerras. Mientras perseguía rubios amantes y coleccionaba anécdotas para su literatura conoció a Jean Ross , una joven bailarina de 19 años, inglesa como él, vecina de habitación en la pensión Fraulein Thurau. Ross se convirtió en Sally Bowles en un relato que llevaba su nombre como un secreto homenaje a Paul Bowles, también asiduo de la efervescencia artística del temprano siglo XX. Asidua a las tablas del night club “The Lady Windermere”, la Sally literaria conjugaba la inminente decadencia que Isherwood vislumbraba en Europa con los fantasmas que agitaban su conciencia, unidos en una voz que leía el futuro. Publicada como parte del libro Adiós a Berlín (1939), la historia de Sally Bowles y algún que otro relato insidioso de Isherwood sobre un seductor arribista y una heredera judía se convirtieron en la materia de la obra teatral I Am A Camera, escrita por John Van Druten en 1951. Sally Bowles salía a escena.
Quien le dio el primer rostro a Bowles en el teatro y luego en el cine fue Julie Harris, la actriz de La casa embrujada (1963) y Reflejos en un ojo dorado (1967) en su temprana juventud, subvirtiendo aquella original descripción de Isherwood que la recordaba como una mujer sombría “de ojos que deberían ser negros para sintonizar con su cabello y el lápiz con el que delinea sus cejas”. Esa primera aparición de Bowles respondía más a la inocencia corrompida en la caída de Weimar que a la ardiente exuberancia que le imprimió Fosse gracias al despliegue vocal de Liza Minnelli. Pero todavía faltaba tiempo para eso. En 1966 el director y productor Harold Prince decidió desempolvar la obra de Van Druten y llevarla a Broadway convertida en Cabaret, reescrita por Joe Masteroff y con la estelar aparición del maestro de ceremonias interpretado por el mismísimo Joel Grey. La que perdió en la reinvención fue Sally, cuyo personaje –ahora interpretado por Jill Haworth, actriz en ascenso por su aparición en Éxodo- se veía acotado; las que ganaron fueron las canciones, compuestas por los maestros John Kander y Fred Ebb, compositores después de las partituras de Chicago, El beso de la mujer araña y de la canción “New York, New York” para la película de Martin Scorsese. Cabaret se hacía musical.
El éxito de Cabaret en teatro duró tres años consecutivos (fueron 1165 representaciones), ganó el Tony como Mejor Musical en 1967 y la decisión de llevarla al cine no tardó en llegar. Lo que ocurría era que el musical cinematográfico se encontraba en un período de cambios e incertidumbres: los éxitos como Mi bella dama (1964) y La novicia rebelde (1965) habían dado paso a fracasos como Hello Dolly! (1969); la industria se mostraba reacia a una monumental inversión sin garantías de éxito; y el debut de Fosse en la pantalla con Sweet Charity (1969) tampoco había sido demasiado auspicioso. En 1970, Harold Prince regresaba de Austria donde había filmado El hombre propone…y la mujer dispone (1970) con Angela Lansbury y Michael York y evaluaba producir un musical escrito por Stephen Sondheim. Para ello vendió los derechos de Cabaret para el cine a ABC Pictures y Allied Artists y el proyecto quedó en manos del músico y productor Cy Feuer. Cuando Bob Fosse se enteró de la película por un comentario del mismo Prince en una cena, decidió perseguir a Feuer para obtener la dirección. Por entonces ya había comenzado la pre-producción en los estudios de Múnich, estaba definida la contratación de Liza Minnelli y de Joel Grey, quien volvería al rol del maestro de ceremonias que había interpretado en la versión teatral, y ya estaba avanzado el guion a cargo de Jay Presson Allen. Cabaret necesitaba un director.
Una historia pertinente
Feuer barajó varios cineastas antes de ceder al entusiasmo de Fosse. Nombres como los de Billy Wilder, Joseph L. Mankiewicz y Gene Kelly estaba en danza en la agenda del productor, pero los dos primeros ofrecían dudas en el manejo de los números musicales y Kelly cargaba sobre sus espaldas el desastre de Hello Dolly!. Según cuenta Martin Gottfried en su biografía sobre el director de All That Jazz, el talento probado de Fosse como coreógrafo fue la variable decisiva para Feuer, que quería asegurarse de conseguir un éxito. El problema sobrevino a la hora de leer el guion de Jay Presson Allen, con el que Fosse se mostró bastante disconforme. Para corregirlo quería regresar al material literario de Isherwood, por lo cual instó a contratar a Hugh Wheeler y terminó incorporando la historia de la heredera judía y retirando el romance entre la casera y el vendedor, expandiendo el protagonismo de Sally, y sumando nuevas canciones para hacer avanzar la historia. Fosse era partidario de concentrar el musical en el cabaret, espacio simbólico que funcionaba como eco de esa Alemania camino al precipicio, y por ello pidió a Kander y Ebb tres nuevas canciones, que resultaron ser “Mein Kerr”, “Money” y “Maybe This Time”, esta última escrita en 1964 para la actriz Kaye Ballard e interpretada por Liza Minnelli en un concierto de su madre en el London Palladium y luego parte de su primer álbum.
“Concentrar o no todas las canciones en el espacio del Kit Kat Klub fue algo que discutimos incluso en el momento de la escritura original”, recordaba Kander en una reciente entrevista con The Guardian, a propósito del estreno de una nueva versión teatral de Cabaret en Londres, con Jessie Buckley, Eddie Redmayne y Omari Douglas. “A Hal Prince se le ocurrió la innovadora idea de que las canciones del maestro de ceremonias, interpretadas directamente para el público, serían una metáfora del alma de Alemania cuando los nazis subieron al poder. Pero finalmente definimos dos espacios en el teatro, el escenario del cabaret y el de la vida real”. Fosse fue un paso más allá en la pantalla al concentrar las canciones en el Kit Kat Klub y dejar fuera del escenario del club nocturno solo una canción: “Tomorrow Belongs to Me”, escrita por Kander y Ebb en el estilo de la canción patriótica alemana y a menudo confundida con un himno nazi (de hecho algunas voces acusaron a los compositores de antisemitismo, a pesar de que ambos eran judíos). “En su momento, todos teníamos edad como para haber sido parte de la Segunda Guerra Mundial y de lo que significó el nazismo. Así que todos nos habíamos interrogado sobre por qué las personas se comportan de la forma en que lo hacen”, continúa Kander. “Quizás fuimos un poco ingenuos al creer que el nazismo era algo nuevo o que iba a terminar para siempre. De hecho, cada vez que hay una nueva producción de Cabaret aparece ese interrogante: ¿por qué es tan pertinente ahora?”.
Éxitos y desencantos
Los problemas entre Fosse y el equipo se desataron durante el rodaje en Múnich. Primero fue su resistencia a trabajar con el director de fotografía Geoffrey Unsworth, a quien quería reemplazar por Robert Surtees, con quien ya había colaborado en Sweet Charity. Feuer se opuso y eso originó constantes enfrentamientos que concluyeron con el alejamiento del productor del set. En la relación con el elenco, Fosse tuvo varias desavenencias. Con Joel Grey nunca se llevó bien, pero el actor había ganado el Tony por su interpretación del maestro de ceremonias en el teatro y era una apuesta segura para la película.
“Creo que el mismo Bob Fosse quería interpretar al personaje del maestro de ceremonias, por ello se disgustó cuando los productores de la película le dijeron que debía elegirme. Eso afectó nuestra relación durante el rodaje”, contó Grey en una entrevista con Kevin Sessums en 2015 en el Curran Theatre. Liza Minnelli diseñó su cabello y maquillaje con la ayuda de su padre, el director Vincente Minnelli, de acuerdo a los íconos flapper de los años 20. En una entrevista en 2006, Liza recordó que le había preguntado a su padre: “¿Debería emular a Marlene Dietrich?” Y él respondió: “No, estudia todo lo que puedas sobre Louise Brooks”.
El personaje de Brian Roberts, alter ego del propio Christopher Isherwood, quedó en la piel de Michael York, luego de que más de veinte actores británicos pasaran por el casting, entre ellos Malcolm McDowell, David Hemmings, Timothy Dalton y Jeremy Irons. Finalmente el rodaje comenzó en febrero de 1971 y se extendió durante seis semanas de arduo trabajo. Fosse era un perfeccionista y exigió que todos los números musicales que trascurrían en el escenario del Kit Kat Klub se ensayaran en la plataforma del set, cuya superficie era de 4x3 metros. Según recoge Gottfried en su biografía, Fosse mantuvo esa premisa para crear la ilusión de que los números no eran coreografiados por el director de una superproducción de Hollywood sino por un alemán que debía estar sumido en la miseria. La importancia de la ilusión era la clave de la película, la imaginación que convertía ese exterior inquieto y amenazante en un espectáculo con destellos de vanguardia y excentricidad. Así el musical llenaba esa brecha entre la realidad y el escenario, entre el sombrío destino de los personajes y los colores y los bailes que sacudían a la platea. Fosse concluyó el rodaje en Europa y regresó a Nueva York para afrontar seis meses de montaje. Cabaret iba camino a su destino.
Estrenada en febrero de 1972, Cabaret se convirtió en un éxito inmediato, a lo que se agregaron las diez nominaciones a los premios Oscar de las que obtuvo ocho estatuillas, incluidas a mejor director, mejor actriz para Liza Minnelli (premio que nunca había ganado su madre), mejor actor de reparto para Grey y varios rubros técnicos. Y todo en el año de El padrino, nave insignia del Nuevo Hollywood al que Fosse se sumaba con su reinvención del musical como género moderno, crítico y desencantado. Sin embargo, no todos quedaron tan contentos. Kander y Ebb se mostraron sorprendidos cuando vieron la película por primera vez: “Nos la proyectaron a Freddie [Ebb] y a mí en una habitación. Recuerdo que al final nos miramos y sacudimos la cabeza porque, para nosotros, eso no era Cabaret. Nos llevó un tiempo quitarnos esa idea de la cabeza. Luego, cuando fuimos a verla al cine con público, nos dimos cuenta de que no era Cabaret, pero era una película extraordinaria. En relación a nuestras intenciones originales, sigo prefiriendo la pieza escénica”, concluye Kander hoy a sus 94 años en la entrevista con The Guardian.
En sus memorias, publicadas en 1976 bajo el título Christopher y su gente, Christopher Isherwood señalaba que su Sally Bowles era una joven de clase media sin talento que no tenía demasiado que ver con el despliegue escénico y la exuberancia vocal que Liza Minnelli le había brindado a la Sally de la película. Además, “yo nunca me acosté con Jean (la versión real de Sally), sino que fantaseamos con ello por aburrimiento durante una tarde lluviosa”.
La reciente producción londinense a cargo de la directora Rebecca Frecknall que estrenó a fines del año pasado y cosechó elogiosas críticas, volvió a poner en discusión la relación entre el texto original de Isherwood, la obra de Joe Masteroff, Kander y Ebb y la exitosa película de Bob Fosse. Para Frecknall la historia de Cabaret no ha perdido vigencia, y llevarla al teatro hoy en día es volver a revisar su potencia como creación artística y testimonio histórico. “Creo que el momento político en el que viven los personajes expone la propia naturaleza humana, que muchas veces nos lleva a pensar que es más fácil vivir en la ilusión que en la realidad, tanto más fácil que a veces no nos damos cuenta de que lo estamos haciendo”. El número final representa el apogeo de esa ilusión.
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