Con pincelada de western y una invitación a repensar ciertas éticas del momento, Caballos Salvajes irrumpió en el cine nacional en 1995. "¿Pasaron veinticinco años ya?", dice hoy a sus 90 un vigoroso Héctor Alterio desde Madrid al otro lado del teléfono. En la piel de una dupla de "indomables", el consagrado actor y un jovencísimo Leonardo Sbaraglia protagonizaban entonces la película con la que el director Marcelo Piñeyro cuestionaba el credo de una época.
"El dilema es simple: o me devuelven lo que me estafaron o me mato aquí y ahora". La consigna, disparadora de la acción al minuto cinco del relato, da la pauta de lo que procede: un reclamo de justicia que, de no ser satisfecho, se pagará con la vida del damnificado, por lo que sería doblemente víctima. Este hombre es José, un viejo anarquista interpretado por Alterio que fue estafado, como muchos otros, por una financiera y que exige el pago no ya para sí sino para liberar a los caballos que vio crecer y que serán sacrificados. En esta suerte de asalto bancario a la inversa, el protagonista se encuentra con el joven Pedro Mendoza, yuppie encarnado por Sbaraglia que paradójicamente se une al plan. Al ver al hombre apuntarse a sí mismo y luego de llenar un bolso con cientos de miles de dólares de dinero negro guardados en el propio banco, Pedro se vuelve noble cómplice.
No será el dinero el disparador de las acciones de ninguno de ellos, que se enmarcarán en una huida a Patagonia y en un viaje revelador en el que se irá tejiendo una inesperada cadena humana solidaria en las dos horas de película. Un cuarto de siglo después de aquel rodaje, las figuras claves de esta historia recuerdan con LA NACION la experiencia compartida durante las largas semanas de filmación en el Sur del país y lo que para ellos significó el proyecto.
Marcelo Piñeyro venía de estrenar su ópera prima, Tango Feroz, con rotundo éxito, que volvería a repetirse en esta segunda obra. "Éramos casi el mismo equipo técnico y artístico y tengo un recuerdo maravilloso de aquel rodaje. Estaba tan contento de haber nacido, de haber elegido el cine y de estar haciendo esa película que la vida no podía ser más grata conmigo. Fue un disfrute permanente y es una película que amo", expresa el director. "A Héctor lo conocía desde La historia oficial. A Fernán (Mirás), a Leo y a Cecilia (Dopazo), de Tango Feroz. Y estaban Cipe Lincovsky y Federico Luppi. Era trabajar con las glorias del cine argentino, celestial, y la onda y la alegría que tenían de trabajar juntos, el entusiasmo, la vocación. Un privilegio", añade.
Con esta producción, el cineasta materializaba un viejo anhelo. "De algún modo era mi celebración personal con el cine, hacer algo que recorriera las pelis con las que yo me había enamorado del cine siendo un niño: westerns y el cine de aventuras, ese cine más grande que la vida. Caballos Salvajes arranca como una película de realismo urbano y va atravesando pantallas hasta terminar casi en un western", señala.
Cuando Piñeyro le propuso a Sbaraglia ocupar uno de los papeles principales, el actor ya experimentaba el reconocimiento del público por sus trabajos en teatro, cine (La noche de los lápices) y televisión (Clave de Sol, Atreverse, Amores), pero aún tenía 24 años y este era un paso mayor, un "sueño".
"Siendo inclusive tan chiquito, yo ya era re obsesivo y estaba todo el día trabajando el personaje porque sentía que era muy importante para mí. Me lo tomé muy en serio. Cuando rodamos, cuando todos hacían cosas turísticas, como ir a ver las ballenas, yo me quedaba estudiando. Me lo tomé con mucha responsabilidad, pero disfruté muchísimo porque lo pasábamos increíble y a esa altura éramos un grupo de amigos. El rodaje fue una fiesta", recuerda Sbaraglia.
A la historia, con guion de Piñeyro y Aida Bortnik, se sumaban Cecilia Dopazo, en la piel de Ana, el tercer personaje fundamental de la historia; Fernán Mirás, un periodista que aporta luz a la trama y figuras como Luppi o Lincovsky, con participaciones secundarias.
Para Alterio, aquellas semanas en la Patagonia se vivieron en medio de un clima de trabajo inolvidable. "Se conjugaron una cantidad de cosas que hacen que lo recuerde con placer. Estaba haciendo algo comprometido ideológicamente y con coincidencias estéticas en el sentido de la creatividad por parte de Marcelo, que me gustaban y por las que apostaba, y eso no suele ocurrir con frecuencia", señala el emblemático actor. "Y la repercusión que tuvo la película me llevó a pensar que hicimos un trabajo que tuvo trascendencia, como si me colocaran un galardón realmente. La gente se identificó con mi personaje y yo lo pasé estupendamente bien. Recuerdo el buen hacer de todo el equipo humano, la complicidad, la simpatía que había, daba gusto trabajar ahí y lo sentí mucho cuando terminó", subraya.
Dopazo tiene la sensación de haber vivido "una road movie dentro de otra road movie" mientras la caravana de vehículos en la que viajaban actores, técnicos y dirección avanzaba por las tierras del Sur en el itinerario de las locaciones, que en ocasiones se improvisaban. "Hicimos mucho trayecto por ruta y había mucha presencia de motorhome en ese viaje", recuerda la actriz.
Una larga caravana conectada por walkie talkies
Algo más de diez semanas de rodaje, seis de ellas en el Sur, se destinaron a la filmación de la película. Las grabaciones comenzaron a finales de 1994 -con una interrupción en Navidad- en la Patagonia para luego dar paso a las tomas en Buenos Aires.
El equipo requirió de un despliegue de no menos de doce vehículos, entre autos, combis, micros y motorhomes. La producción había realizado varios viajes previos al Sur para dar con las locaciones, aunque algunas escenas fueron improvisadas en escenarios naturales que el propio camino les fue revelando. "Tomamos la Ruta 3 hasta Bahía Blanca, en donde se filmó en las localidades cercanas, siguiendo la costa hasta Puerto Madryn, Trelew (ahí paramos unos cuantos días y filmamos por Península Valdés, Gaiman y por la zona), y después para adentro hasta Esquel y la vuelta por la Cordillera y Mendoza. Dormíamos en hoteles, viajábamos y rodábamos", cuenta el director, aficionado de joven a hacer kilómetros por la ruta.
Parte de ese impulso estuvo presente en el germen de la película. Cuando Piñeyro estrenó Tango Feroz, en 1993, la presión mediática lo llevó a escaparse de Buenos Aires. "Creo que no estaba preparado para tanta exposición, así que me subí al auto y me fui al Sur. Hice medio la ruta que después está en la película y viendo esos paisajes, pensé: ¡qué bueno filmar acá!", cuenta el realizador, "enamorado" del Sur desde que aprendió a manejar.
El camino invitaba a reflexionar, en tiempos del menemismo, sobre industrias que cerraban a lo largo del país arguyendo que no daban los números. "Todo eso empezó a trabajar en mi cabeza y era la época en que también se hablaba de que la solidaridad social era como un disparate", reflexiona Piñeyro.
Mientras sobre la marcha compraban más ropa de abrigo por el frío, Buenos Aires ardía en aquel fin de año. Se grababa de lunes a sábado. "Recuerdo dormir muy pocas horas, trabajar y rodar todo el tiempo. Eran jornadas muy largas pero había alegría. Se quería seguir. Íbamos en una caravana larga, con música e intercomunicados de forma permanente por walkie talkie (los celulares eran raros entonces) y desde los walkies hacíamos concursos de chistes o de canciones. También al pasar, si veíamos una buena locación: ropa, maquillaje y en 20 minutos estábamos grabando. Fue un rodaje hermoso, nunca lo pasé tan bien", expresa el director.
Como ocurrió con Tango Feroz, Caballos Salvajes está siendo remasterizada para una nueva vida. Actores y director creen que la película envejeció bien. "La veo muy entera y sigue hablando de cosas que están totalmente vigentes. Es muy entretenida y está en un espacio que el cine argentino no recorre muy habitualmente. Tango... buscó una reconstrucción del pasado pero Caballos... fue presente puro. No se trataba de hacer una película realista o costumbrista sino lo contrario, una historia fantasiosa. No hay una pretensión de decir la vida es así (ni estética ni de guion), sino algo más estilizado, más sublimado", opina el realizador.
Caballos Salvajessuperó el millón de espectadores (Tango Feroz tuvo 1.800.000) y se estrenó en casi todo el mundo. Se vendió a distintos países y tuvo presencia en múltiples festivales, resultando elegida ese año para inaugurar el Festival de Venecia, donde fue proyectada en una plaza en Lido y ovacionada por el público en una noche que a Piñeyro le quedó "tatuada en el alma". Con producción de este último y Claudio Pustelnik, fue de las primeras películas realizadas con sonido Dolby 0.1 y la posproducción se hizo en Londres.
"Algún lugar encontraré", la canción que compuso Calamaro
En la ficción, cuando los protagonistas se dan cuenta de que los inescrupulosos de la financiera los buscan, encaran la huida, aunque no estaba en los planes del viejo ejecutar su plan en compañía. "¿Tenés donde esconderte?", pregunta al joven. "No, ¿soy un delincuente yo ahora?", responde Pedro. "Te venís conmigo", decide José, a quien esperan en el Sur.
Este punto de inflexión en la vida del joven empleado bancario va acompañado del cambio de fotografía y de un tema que Andrés Calamaro compuso especialmente para la película, "Algún lugar encontraré". El viaje será el paso de un realismo urbano a una película de aventuras, cuya banda sonara fue realizada por el autor de "Sin documentos".
A partir de entonces, crecerá el vínculo entre los protagonistas, dos personajes más bien opuestos y de mundos distintos que terminan ensamblados y descubriendo lo mucho que tenían en común desde lo humano. Piñeyro está convencido de que esa "calidez" que emana de José como de Pedro es obra de Alterio y de Sbaraglia. "Ese pedazo de humanidad que ellos tienen se lo regalaron a los personajes. Para mí, la película sería inimaginable con otros actores, no tengo duda de eso", recalca.
Sbaraglia: "En el estreno yo flotaba"
En Bahía Blanca, recuerda Sbaraglia, grabaron en una estación de servicio donde José invita al joven Mendoza a apreciar cómo huele el mundo fuera de las ciudades. "Le iba enseñando a vivir a un pibe que estaba enajenado dentro de un sistema. Era como un libertario que daba la posibilidad a un chico de salir del encierro y de creer en valores humanistas, solidarios".
"Caballos Salvajes ha quedado y que quedará en la historia del cine argentino y es súper valiosa e importante porque está hecha en los 90, una época muy complicada para el país y la cultura, en la vuelta a la democracia y que entreteje aquellas cosas que se habían perdido con la dictadura: valores, un sentimiento de comunidad, de la conformación de identidad, de salir de un sistema. Había un decir: volvamos a construir una cadena de transmisión de valores, que se perdió con la gente que mataron. A Pedro, hijo de ese sistema, le meten la semilla de la posibilidad del cambio, de la solidaridad y de creer en una construcción con otros y no individual", señala.
El día del estreno en el cine América está grabado en su retina. "Creo que cuando nació mi hija y esa vez fueron los momentos que yo sentí como más importantes. Fue como el nacimiento de algo. Me sentía que estaba flotando: la gente me decía: '¡qué lindo laburo!', estaban todos fascinados", apunta.
Piñeyro descubrió las potencialidades del actor viéndolo en teatro y Sbaraglia creció con la puerta que se le abrió. "Marcelo es un director que cree mucho en la construcción con el actor. Tengo el recuerdo de trabajar mucho con él a solas, improvisando mucho antes de cada escena. Él estaba siempre dispuesto. Para Caballos... me metí mucho en el mundo de las financieras y, como que él quería que estuviese muy fuerte físicamente, tenía que estar como muy guapo, fui mucho al gimnasio. Además me pidió que no me cortara el pelo".
Se tiñó tres veces a lo largo del rodaje. De rubio, para las tomas grabadas en el Sur, en donde altera el aspecto físico de su personaje para distraer a los perseguidores, y luego en Buenos Aires para las escenas del comienzo se lo oscureció, y los interiores correspondientes al viaje, de nuevo se lo decoloró. "Claudio Cerini viajó para teñirme y es el día de hoy que recordamos ese momento", señala el actor, que es desde hace unos años imagen de su peluquería. "En la escena en que Cecilia me está supuestamente tiñendo, ya me habían decolorado tres veces, y a ella se le quedaban mis pelos en la mano", recuerda.
El día que Alterio lloró
El equipo de rodaje funcionaba como una familia. Leo, Cecilia y Fernán eran amigos y hubo situaciones de gran disfrute para todo el equipo, pero también momentos emotivos. A Sbaraglia se le caen las lágrimas hoy al recordar la reacción de Alterio cuando él le pidió de ver juntos La Tregua, que el actor protagonizó en el año 74. "Una camioneta tenía una videocasetera, pusimos la película y le digo: 'Héctor, venite, que vamos a ver La Tregua', y él me dice: '¡Dejame de joder!' Y de pronto iba y venía y además en la película él tenía esas gafas negras, que llevaba puestas todo el tiempo, con ese piloto, estaba como vestido tal cual, y en un momento yo veía que él venía, se iba, y entonces de la ventana de la camioneta miraba, se asomaba. Me emociono al recordarlo... En un momento se acerca y yo lo estoy mirando y veo que a través de los lentes negros se le caían lágrimas. Estaba llorando súper emocionado. Para él, La Tregua había representado como su primer gran reconocimiento y al mismo tiempo después de eso no pudo volver a la Argentina durante muchos años porque lo amenazó la Triple A". Sbaraglia sentía profunda admiración por Alterio y "la hermosura" de trabajar con él le permitió comprobar, además, "su sencillez, en el mejor sentido de la palabra, como compañero".
En la ficción, el vínculo entre el viejo anarquista y su partenaire también crece. "El hombre arriesga su propia vida cada vez que elige y eso lo hace libre", pronuncia el hombre citando un fragmento de Los bajos fondos, de Máximo Gorki, ante la fascinación de su joven compañero y antes de grabarse ambos para denunciar la estafa de la financiera. A partir de entonces, se une al relato Ana, personaje encarnado por Dopazo. "Es una chica que se había salido de todo y con un escepticismo brutal, pero que de pronto también encuentra que podía existir otra mirada de sí misma y de los otros", resume el director.
En señal de que no los mueve el dinero, los protagonistas deciden desprenderse del involuntario botín en otra ilustrativa escena del relato y hacen volar el medio millón de dólares que llevaban sobre una multitud que ataja los billetes al vuelo. La estampa, que bien podría parecerse a la suelta de dinero de los atracadores "de bien" vestidos de rojo de La Casa de Papel, se desarrolla en un pueblo de la Argentina donde los damnificados por el cierre de una industria celebran una olla popular.
Alterio, a sus 90, se reafirma: "Vale la pena estar vivo"
La empatía que despiertan los personajes es el origen de una serie de actos en su apoyo de los distintos sujetos con los que se van cruzando. "Éste es un mensaje para los ‘indomables’: amigos, atención, eviten la Ruta 3. La cadena solidaria sigue extendiéndose para ustedes, que nos recordaron que no todo está perdido. Cuídense", suena por la radio. Esto genera un sentimiento de plenitud en los fugitivos y da lugar a la escena más memorable de la película, cuando Héctor Alterio abre los brazos con un vals de Strauss y la costa de fondo (cerca de Puerto Madryn) y grita: "La puta, ¡qué vale la pena estar vivo!".
Desde Madrid, el actor cuenta hoy que todavía le siguen pidiendo por la calle que repita esas palabras y explica el origen de la idea. "En un momento nos quedamos todos un poco en blanco para ver cómo rematábamos esa imagen. Entonces Marcelo llamó a Aída a Buenos Aires y ella le indicó que dijera esa frase", cuenta el actor. "¿Y cómo lo tengo que decir?", preguntó Alterio. "Y lo hice ahí, cuando me quedo solo ahí en el medio del monte. Por lo simple, la frase repercutió mucho. La gente se asomaba de los colectivos y me la gritaba. Estaba todo el mundo entusiasmado y cada uno la decía de acuerdo al estado de ánimo que tenía. Fue muy divertido y muy gratificante a su vez", valora el protagonista.
Desde aquellos días en la Patagonia, el tiempo pasó, casi "en un suspiro", señala el actor, que a sus 90 años se reafirma en aquella misiva de la ficción. "Lo digo con total sinceridad. Vale la pena estar vivo y vale la pena encontrar a gente que nos haga sentir bien. Yo espero contribuir también a que eso ocurra", señala.
Del rodaje, recuerda: "Fue una película que se hizo sin altibajos y yo lo pasé estupendamente. Ya había hecho alguna película con Marcelo y nos llevábamos muy bien, me gustaba la franqueza con que hacía sus trabajos. Fue un clima recordable, que no sucede muchas veces".
Sobre cómo creció su compañero de aventuras de aquel proyecto, agrega: "Leo ha hecho trabajos muy importantes y creció hasta ser hoy un señor actor, reconocido, respetado y con una carrera brillante -también aquí en España-, y eso me gratifica mucho como conocido de él".
Sin dejar de expresar cierta inquietud por el futuro inmediato ante el actual escenario mundial y viéndose él también afectado por la suspensión de varias fechas de un espectáculo que venía protagonizando con textos de León Felipe, Alterio celebra aquel rodaje.
Dopazo: "Pude construir un personaje bien diferente"
Tras el éxito de Tango Feroz y Convivencia, Caballos Salvajes fue la tercera película para la actriz. "Esta experiencia me permitió seguir aprendiendo lo que empecé a vislumbrar que era trabajar en cine, de ahondar en el trabajo creativo. Se abrió un mundo para mí porque la posibilidad de jugar tanto con mi estética y de que fuera bien diferente a las películas anteriores me llenaba de excitación. Era un encuentro con lo lúdico que me encantaba, una de las razones por las que había querido ser actriz y acá estaba todo dado para que uno pudiera jugar y construir un personaje bien diferente desde la estética hasta el alma", señala.
Dopazo cuenta que tanto Piñeyro como Jorge Ferrari, director de vestuario y de arte, querían crear en ella un look muy diferente a los anteriores y que este personaje fuera una chica "muy ruda, que tenía sentimientos y emociones que habían sido muy lastimados, por lo que se había creado una coraza física fuerte y en cuanto a su comportamiento". Entonces apareció la idea de la campera de esta joven con mechones desteñidos. "Con la campera vino la idea del pelo. Apareció primero la idea del personaje por fuera y luego, ¿cómo sería por dentro? Una persona que se vestía así, cómo actuaba y por qué. Se fue construyendo de afuera para adentro y cuando entré, lo trabajé desde adentro. Me ayudó mucho a componer el personaje Luis Romero, un gran coach de actores", cuenta.
Sobre la filmación, la actriz añade: "Fue muy linda y divertida y Marcelo sobresale por el temple con el que llevó a cabo el proyecto, porque ya era enorme llevar una road movie con tantas locaciones, traslados y producción, más la gran expectativa después de hacer Tango Feroz, de ver qué iba a hacer en su segunda película, que es una presión extra. Sin embargo, había tranquilidad y hasta humor en el set. Se trabajaba bien y el equipo era amoroso".
La actriz cree que el film fue "súper novedoso" para la Argentina. "Se parecía más a cierto cine estadounidense o europeo y es una película bien de género y de aventuras con sello argentino, más Aída Bortnik. Abarcaba un poco varios gustos: para el que tenía ganas de comulgar con lo ideológico o simplemente de una película de aventuras. Ese mix me parece que fue interesante y que gustó mucho".
La escena final
José quiso recuperar el dinero que le habían estafado para liberar a los caballos. Lo consigue, pero para esa escena final de la película, con Ana y Pedro (Sbaraglia no sabía por aquel entonces montar y se cayó de un caballo) y con la cordillera de fondo, estilo western, "hubo que buscar caballos por toda la Patagonia", recuerda Piñeyro.
"Son muchísimos caballos porque no solo son los que sueltan sino todos los que corren después por ese valle cuando Héctor (José) dirige la orquesta. Eran cientos de caballos corriendo y nosotros rodando desde un helicóptero. Hubo que buscarlos hasta en el ejército, los había de todos lados. Era juntar tropillas y tropillas. ¡Y después había que devolverlos!", rememora con humor el creador de la película.
José pagó con su vida la libertad de los animales. "Fui a dejar matarme. Era lo único que podía hacer para intentar salvarlos. Ellos confiaban en mí desde que nacieron, los iban a vender a un frigorífico: que me hicieran carne picada a mí también. Pero vos cambiaste todo. Empezamos a encontrar gente y la gente estaba allí si uno sale a buscarla. Y de eso me había olvidado", expresa al final el protagonista a su escudero.
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