30 de diciembre de 2004. En el recinto había menores y mayores de edad. Zabo y su amigo, de 15 años cada uno, cantaban y saltaban con todo el resto de las almas. Su banda favorita tocaba en vivo. Y pasó lo que pasaba: se encendió una bengala. Eso mismo, el ritual de la tribu, también ocurría a kilómetros de allí, en Once. Zabo no estaba en la República de Cromañón de Omar Chabán, de Callejeros, de la gestión de Aníbal Ibarra.
"Tengo grabado a fuego ese día en el que se enciende la bengala, la gente se abre y Árbol para el show. Era chico y ya me daba bronca la frase ´le pudo haber pasado a cualquier banda´. Ya en ese entonces las bengalas eran un conflicto y ya sabíamos qué bandas nos cuidaban y cuáles no", cuenta a LA NACION Zabo, Nicolás Zamorano, el periodista, músico y escritor que hoy tiene 30 años.
Ambas escenas, la deseada y la trágica, son las que plasmó como puntapié inicial de su reciente libro Yo, adolescente (Editorial Planeta), y del film del mismo nombre, dirigido por Lucas Santa Ana.
Al año siguiente de la tragedia en la que murieron 194 jóvenes y más de 3 mil familias sufrieron las consecuencias de las lesiones, los traumas o las ausencias, Zabo necesitó contar sus propias tragedias. Con 16 años a cuestas, abrió un fotolog anónimo, que luego mudó a Blosgpot, para según dice "apropiarse de la definición de adolescente" y hacer catarsis del dolor de sus días tras el suicidio de su mejor amigo.
Y sin querer, o queriendo, describió allí la Buenos Aires post Cromañón y la pintura de una juventud que vivió una gran tragedia, desde adentro o afuera, y que dejó de conocer la diversión como se conocía antes. Esa pintura hoy se puede apreciar de manera emotiva, cruda y bella en el libro, y se podrá ver en 2020 retratada por los jóvenes actores Renato Quattordio (como Zabo); Malena Narvay; Thomas Lepera y más.
Lugares de pertenencia
Después de la tragedia de Cromañón, Zabo festejó su cumpleaños en un galpón que alquiló con unos amigos. Asistieron más de 600 personas. Había hecho la convocatoria vía Fotolog. Además, los asistentes de las bandas que seguía comenzaron a mandarle mails para que no fuera a los recitales por la gran cantidad de clausuras.
"Casi 200 personas se tuvieron que morir para que los inspectores comenzaran a ver para arriba (...) mis amigos mayores dejaron de llamarme al darse cuenta que los menores se volvieron un problema", relata en la novela Zabo. Pero la juventud siempre busca la manera de colarse, de ser: "Al único lugar que pude ir un par de veces fue a La Cigale (...) a la hora de toque de queda me escondía en los baños. Se ve que se volvió un método muy popular porque los de minoridad empezaron a inspeccionar que no hubiera chicos como yo parados arriba de los inodoros".
El Zabo de 30, hoy reflexiona: "Cromañón es el contexto del libro y de la película. Está bueno que 15 años después tengamos una charla honesta sobre el tema, sobre cómo nos manejábamos todos. Tanto en el libro como en la película está muy marcada la Buenos Aires post Cromañón porque ante las clausuras de los lugares adonde íbamos, hacíamos fiestas clandestinas. Ahora pienso ´Me salvé de pedo, era un quilombo gigante exponernos así".
De 2005 en adelante, en la Ciudad de Buenos Aires se reforzó la inspección de los locales nocturnos clase C en cuanto a su capacidad y medidas de seguridad. Se creó una comisión de Padres de víctimas de Cromañón que asistía a los inspectores. Se cerraron más de 100 boliches y los que comenzaron a cumplir con las medidas volvieron a abrir. Además, aumentaron los controles para evitar que los menores de edad ingresaran a bares y a los espectáculos después de las 24 horas.
"Después de Cromañón era responsabilidad del Estado contener a toda una juventud a la que le cerraron los lugares de pertenencia a una edad en donde necesitan sentirse parte de algo. Mi mejor amigo se había suicidado, y ni yo ni mis amigos teníamos recitales a dónde ir. Algunas bandas como Boom Boom Kid hacían una función para menores y otra para mayores. Pero otras no querían sacrificar la barra de los lugares y los lugares no querían hacer funciones para menores porque eso significaba cerrar la venta de alcohol", explica Zabo.
Los padres de las víctimas señalaban que las normativas no eran suficientes, que se limitaban solo a la Ciudad de Buenos Aires, que se seguían haciendo fiestas en lugares donde los adolescentes corrían peligro, que se iban a provincia donde eran más laxos los controles, que las inspecciones se limitaban a locales bailables.
En uno de los capítulos del libro, Zabo cuenta la vez que fue a regañadientes a La Casona de Lanús. Esa misma que se cerró en 2006 porque un patovica del lugar mató a golpes a un joven.
Un trámite de excepción, contemplado por la resolución N° 1010 de 2005, permitió que se pudiera bailar en locales no permitidos hasta dos veces por semana. Fue para autorizar en forma excepcional el desarrollo de recitales o bailes. Esa resolución se cuestionó en 2010, tras la muerte de dos chicas de 20 y 21 años en el bar Beara, habilitada tras el pago de coimas. Tras tocar una banda de cumbia, la estructura de un techo cedió por la gran cantidad de gente y murieron aplastadas.
¿Nadie quiere a los menores?
Mientras el Zabo de 16 años no se cansaba de escribir su blog, pasó de tener 20 mil visitas diarias a tener 120 mil seguidores cuando pasó a Facebook. Ya en 2006 su blog mereció que una editora le propusiera hacer un libro. Él era "un cuelgue", no asistió a la reunión. Eso se concretó recién en noviembre pasado y su historia llega a cada vez más adolescentes de ahora y de antes. La película ya circula en festivales y en España, en el Festival de Huelva, Quattordio ganó como mejor actor y el film estuvo nominado como mejor película joven.
"Elegí hacer una película de la novela de Zabo y trabajar con él porque siento que hay que volver a pasar por lo que nos pasó a todos", le cuenta a LA NACION el director Lucas Santa Ana (El puto inolvidable: el legado de Carlos Jáuregui) desde el Festival de La Habana. "Si bien la tragedia son solo los tres primeros minutos del film, muestra cómo un grupo de adolescentes pasa por buenos y malos momentos; cómo viven la escena de la música y de la noche, y cómo se sintieron no queridos por ser menores. Aún hoy sigue el descuido al adolescente por negligencias de los adultos que no los consideran o que no quieren recordar lo que fuimos todos", explica.
Los nombres de los chicos y chicas muertas se enumeran en las voces de periodistas de TV y radio. Una comunidad de diferentes edades escucha atenta y con el temor de que uno de esos nombres se transforme en una cara conocida y amada.
"En el libro plasmo esto de estar pendiente de la lista de fallecidos, eso de ‘puede aparecer el nombre de un amigo mío’. Antes no todos tenían celular, no podías tranquilizar a tu mamá. Incluso cuando sabían que ya estabas bien. Porque existe esa angustia de las madres que entendí mucho más cuando leí un texto de Miss Bolivia, que asistió a los padres como piscóloga, en el que hablaba del grito gutural de quienes pierden a su cría. Y es un dolor que siente el resto, que se hace colectivo", cuenta Zabo.
Renato Quatordio tiene 22 y para él Cromañón más que un hecho es un dolor. "Recuerdo a mis papás hablar del tema con una angustia que no entendía. Creo que el libro y la película ayudan a interpelarnos a todos, a mostrar la necesidad de comunicarnos, a decir qué es lo que queremos. Quizás soy más contemporáneo con la Time Warp", dice a LA NACION Renato y hace referencia al predio de Costa Salguero donde en 2016 murieron 5 jóvenes por consumir drogas.
¿Cuán difícil es cuidar?
Para Zabo la respuesta está en rever actitudes y los verdaderos intereses. "Estaban los que se preguntaban '¿Cómo voy a exponer a la gente que me da de comer?'. Si sos cantante, no podés cantar con humo. Otros decían el lema ´la música no mata´, ya lo sé, pero es como decir ´Somos todos´, ¿entonces no fue nadie responsable? Esas frases matan el análisis. ¿Cuánto había bajado el nivel de lo que pasaba en el escenario a nivel mainstrem para que te importara más el show de la bengala y esa pasión? ¿Sos careta si cuidas a tu gente?".
–Careta y responsabilidad, ¿son palabras que se contraponen?
–En el show de Árbol muchos se fueron diciendo, 'qué caretas, no vengo más'. Creo que el fanatismo es lo que te genera ingresos, porque no te cuestionan y a la vez una persona que se cuestiona a sí misma es mucho más rica. Cuando volví a leer el blog para escribir la novela me agarré la cabeza y me dije: '¿qué hice?'. Imaginate que yo hablaba de lo que hacía, del suicidio de mi amigo, de mi depresión y recibía comentarios de chicos de todo el mundo y me deprimía más. A esa edad, ¿qué podía hacer? No tenía herramientas. Por eso en el libro mantuve el espíritu de los 16 años, pero con la perspectiva y responsabilidad de mis 30 años. Entonces Yo, adolescente está escrito por un chico para los chicos, pero aproveché que también les sirva como herramienta a los padres. Se lo escribí a mis viejos de alguna manera, que hicieron lo que pudieron. Siempre hay una responsabilidad en lo que hacés, incluso cuando hacés arte y una catarsis de tus sentimientos hay que pensar en qué le puede ocasionar al otro lo que digas y hagas".
Yo, adolescente