Boquitas pintadas: a 30 años de la muerte de Manuel Puig, el rodaje de la película que mejor retrató su obra
Boquitas pintadas sacudió en los 70 la moral de una época. Tres décadas se cumplen de la muerte de Manuel Puig, autor del texto y dueño de un ojo crítico que supo enjuiciar los valores y costumbres de una sociedad a través de unos personajes que, con reforzado lirismo, Leopoldo Torre Nilsson explotó en su arrasadora versión cinematográfica.
Estrenada en 1974, la película -que fue censurada en la localidad natal del escritor, General Villegas, al sentirse interpelados los lugareños por las hipocresías desentrañadas de las dinámicas de pueblo- llegó sin escalas al Festival de San Sebastián, donde obtuvo la Concha de Plata y el Premio del Jurado.
"Deliciosas criaturas perfumadas, quiero el beso de sus boquitas pintadas", cantaba Carlos Gardel en la canción que da nombre al título. A través de un relato realista y paródico, la historia habla de amores frustrados, represión sexual, envidias, tabúes, prejuicios y de la solapada urgencia de los personajes femeninos por trascender dentro de un orden opresivo.
Puig y Torre Nilsson trabajaron juntos en el guion, luego de que el realizador lo buscara en un aeropuerto. El editor Jorge Álvarez le había comentado que "el mejor escritor del país" era un empleado de Aerolíneas Argentinas que estaba en Nueva York. Cuando "Babsy" -tal como lo apodaban al director de La casa del ángel, El pibe cabeza y Piel de verano- viaja a esta ciudad, lo busca por la zona de cargas, descargas, embarque y oficinas. "Me dicen que no, que nadie escribe novelas y renuncio. Luego llego a París y [Emir] Rodríguez Monegal, director de [la revista literaria] Mundo Nuevo, me dice: 'Acabo de recibir unos originales de Estados Unidos de un novelista que me parece que va a ser el más importante de Argentina en los últimos tiempos y que curiosamente trabaja en Air France'. La equivocación era de compañía", contaría luego el director a Joaquín Soler, en una entrevista para el programa A Fondo, de Televisión Española.
Cuando meses más tarde conoce al escritor, Puig le confiesa: "Leopoldo, yo tenía estos originales y te veía a ti pasar y pensaba: ‘Si yo no fuera tan tímido y me animara a hablarle a este hombre, que parece tan agresivo y tan grandote'. Quería acercarme y no me animaba", ante lo que Nilsson responde: "Yo te estaba buscando a ti. ¡No hay que equivocarse de compañías aéreas!".
A partir de entonces, ambos referentes de las letras y la cinematografía argentina trabajan juntos en el guion que llevaría a la pantalla al donjuán de la historia, Juan Carlos Etchepare, interpretado por Alfredo Alcón, y a las mujeres de su órbita: Nené (Marta González), una ama de casa algo inocente que sigue enamorada del protagonista; la sensual y altanera Mabel (Luisina Brando), amante en discordia; y la viuda de Di Carlo (Cipe Lincovsky). A ellos se suma la maliciosa hermana de Etchepare, Celina (Isabel Pisano); Pancho (Raúl Lavié), albañil devenido en agente de policía; y la "Rabadilla" (Leonor Manso), excompañera de colegio de Nené, Mabel y Celina que trabaja de empleada doméstica y tiene un hijo que Pancho se niega a reconocer.
"Todo lo que yo pueda mostrar de secreto, sea permitido o no, costumbre o anomalía, trato de mostrarlo a través de lo emocional y de lo estético", decía Torre Nilsson. "El cine debería servir para lograr una identificación del hombre con un momento sociológico, para plasmar costumbre y metafísica. El artista cinematográfico está con las amas de casa, con el pueblo que trabaja demasiado y gana poco y con la injusticia peculiar del ser humano, la infelicidad o la incomunicación; es un quejoso, un hombre que se queja siempre", matizaba.
Sobre la experiencia de haber trabajado junto a este magistral experto de la "queja" y en un texto que, 50 años después de su publicación, continúa vigente, los protagonistas de Boquitas pintadas comparten con LA NACIÓN recuerdos de aquel rodaje.
Marta González: su Nené, el lunar, la camilla y la escena del algodón
Marta González cuenta que para ella y sus compañeras "esas filmaciones eran alegría pura". "Tanto Leonor como Luisina y yo estábamos tan contentas de hacer esa película que íbamos todos los días cantando boleros, tangos, lo que sonara. Era una fiesta", señala. Y agrega que llegó a recibir una misiva de Manuel Puig: "Me escribió una carta muy bella en la que me decía que estaba muy contento con que yo hiciera su Nené, una carta que ya no tengo porque mis hijos eran muy chicos en ese momento y la agarraron e hicieron garabatos".
De Torre Nilsson, destaca la "tranquilidad" que lo caracterizaba a la hora de dirigir. "Él sabía siempre lo que quería. Nunca un grito ni una subida de tono, había gran armonía", señala.
Sobre su personaje, González dice que para ella "fue un sueño", y lo recuerda con similares suspiros con los que su Nené se refería a veces a sus desdichas de mujer y madre infelizmente casada. "¡Qué cansadores son los varones! A sopapo limpio los tengo que tener. Se han puesto feúchos. No está bien que lo diga, pero no son nada lindos los chicos. Ni siquiera ellos son un consuelo para mí", expresaba en la película.
"Cuando terminé de leer el libro, dos años antes, en el acto escolar de una amiga que era maestra, lo cerré y dije: ‘¡Qué maravilla poder hacer ese papel!’ Porque cuando leés Boquitas, ves imágenes, como en todos los libros de Manuel, están hechos a modos de secuencia cinematográfica. Y yo veía a esa Nené", relata. Cuatro o cinco años más tarde, su deseo se vería cumplido.
"Yo había sido premiada por Aplausos, con Libertad Lamarque, y allí estaban Nilsson y Beatriz Guido [escritora y esposa del director], y yo no sé por qué había ido con la boca pintada de rojo, ni sabía que iban a estar ellos. Salí y estaban hablando de otros papeles para otras actrices, y dije '¡otros sueños que se van!'. Cuando nos encontramos, a la entrada del boliche donde daban el premio, Beatriz dice: '¡Babsy, Babsy, mirá: Boquitas pintadas!' Y él me miró y dijo: ‘Sí, Boquitas pintadas’. Bueno, pasaron quince días y viene Jorge Barreiro a mi casa -yo estaba sin trabajo- y me dice: 'Marta, te está buscando Torre Nilsson porque quiere que hagas Boquitas pintadas'. Le digo: 'Jorge, sos mi amigo, no me hagas estas bromas'.Y dice: 'De verdad, te espera esta tarde en la oficina'. Fui y me ofreció el papel", recuerda.
Para ello, el realizador le hizo un pedido muy especial. "¿Te sacarías el lunar para hacer la película?". "¡Pero sí!", respondió la actriz, que recurrió a una cirugía para retirárselo del labio. Al igual que para el resto de los jóvenes actores de ese momento, a González este hito le cambió su carrera. "Era el sueño de mi vida. Me pagaban muy poco, pero el productor me dijo: 'Vas a compartir cartel con Alfredo Alcón’", recuerda hoy, al mismo tiempo que alaba la "generosidad" del consagrado intérprete.
Sobre el resultado de la película, opina: "Se puede ver hoy contextualizada y pinta exactamente lo que era esa época: de hipocresía, del 'de abajo' y el 'que tenía más plata', de la amiga que no quería que supieras que estabas trabajando de empleada".
Entre las anécdotas de aquellos días, donde las filmaciones transcurrían principalmente entre casonas y jardines de Adrogué, recuerda algunas escenas apasionadas que le tocó encarnar. Una fue junto al médico interpretado por Luis Politti, que abusaba de ella. "Un periodista me dijo: ‘Esa escena, con la pierna tuya, con la liga, en la camilla, que se veía la bombacha’. Y yo corregí: 'La bombacha nunca se vio'. ¡Mirá los ratones que se había hecho!’ Esa escena la grabamos cada uno de forma independiente, él por un lado y yo por otro".
González también recuerda una de las escenas de amor con Alcón en el "portalcito", donde él la insta a bajar su mano hacia sus partes íntimas. "Le pusieron algodón, para simular la subida de voltaje", apunta, y aclara que con Alcón "no se colaban" los besos reales. "¡Alfredo era un santo!", subraya.
Luisina Brando: las escenas eróticas, "Babsy", Beatriz y su Mabel
Boquitas Pintadas fue una película fundamental para Luisina Brando. Sobre ello, la actriz cuenta: "Está en un lugar de privilegio dentro de mi historia personal. Cuando la iba haciendo, me daba cuenta de que eso era muy importante. Al mismo tiempo, tuve muchos mitos de mí misma que derribar. No me imaginaba que podía hacer ese personaje y me ayudó mucho el asistente de la película, Rodolfo Mórtola, que era un genio; la vestuarista y fundamentalmente 'Babsy', que me otorgó su sí, y eso es muy importante para un actor, que un director como Torre Nilsson le diga a alguien como yo: ‘Sí, usted va a ser la Mabel -como se dice cuando se habla de personajes, con el artículo delante-, y por supuesto recogí el guante, como si hubiera sido de cajón para mí, pero me puse a temblar".
Sin embargo, pasó a la acción. "Un roce, un perfume, un vestido, una tela, una textura, un sonido, son cosas que ayudan mucho al actor, que lo acomodan a uno en el personaje. Y a mí, el sombrerito con las cerezas y la cola del zorro rozando mis caderas me acomodó muchísimo en la Mabel. Y de ahí en adelante es como que no paré. Pude tomar su respiración", cuenta.
Brando también se deshace en palabras de admiración hacia la dupla creativa que formaban el director y Beatriz Guido. "Yo sentía que estaba delante de una pareja de antología, ellos verdaderamente se merecen muchos capítulos. Eran un sello en el que uno se apoyaba en el otro, muy fuerte. Beatriz venía con su voz disfónica a donde nos estaban maquillando, porque acaba de ver ‘campeón’ -así se decía cuando uno ve la película en bruto- y decía: ‘Ay, chicos, que no sepa 'Babsy', pero acabo de ver 'campeón' y está maravilloso".
En Boquitas..., Luisina también conocería a Alfredo Alcón y coincide con González en que era "para enamorarse como persona, encantador, fácil a la hora de trabajar, se adaptaba y tenía un sentido del humor impresionante".
Sobre las escenas de alto voltaje que compartió junto al gran actor, recuerda algunos de los trucos a los que recurrían para distenderse. "El cine es así de cruel: a veces uno se tiene que meter desnudo en una cama con alguien que conoce hace dos minutos y yo me encontraba con Alfredo debajo de las sábanas, y los dos estábamos muy nerviosos; porque bueno, ahí es la más pura intimidad, la piel, el perfume de uno, el del otro, entonces teníamos escondido, o no tanto, en el decorado, en la mesita de luz, dos copitas creo que con Tía María, y fuimos tomando a lo largo de la tarde, antes de las tomas, hasta que en un momento ya estábamos más relajados. Pero cada vez que veo la película, me acuerdo del Tía María. Creo que era algo más como apoyatura y complicidad entre nosotros dos que otra cosa", recuerda.
Al traer a la memoria aquellas escenas de su Mabel, la cual pasaba parte de la película en el dormitorio con sus amantes, también aparece una toma junto a Raúl Lavié. "Había dos maquilladores extraordinarios, por eso digo que Boquitas... es un libro de cine. Ellos eran Jorge Bruno y Orlando Vilone, que te maquillaban como los ángeles, como muy de época y cargado, como pedía el libro y la dirección. De repente yo tenía una escena con el Negro Lavié, que era tan cuidadoso y tan gente que se bañó, se perfumó y se puso talco para la toma. Hete aquí que cuando lo fotografían, 'Babsy', haciendo la prueba de cámara, le dice algo bajito a Jorge Bruno: y Jorge dice: ‘Sí, sí’. Se acerca y le dice: ‘Me dijo el director que te tenés que sacar el talco del trasero’. ¡Se había puesto mucho talco y a nosotros nos pareció muy gracioso!", cuenta con humor.
Luisina coincide en que el clima de rodaje era inmejorable y cuenta que también conoció a Puig. "Él se manifestó muy a favor de que yo hiciera la Mabel, se puso contentísimo, y después estuvo muy feliz con cómo la había hecho", apunta hoy.
Otro gran acierto de la película, desde su óptica, es la música "genial" de Waldo de los Ríos. "Además había un actor, Mario Sánchez, que era extraordinario, un cómico al que 'Babsy' tuvo la genialidad de llamar para que imitara a Gardel. Entonces está la voz de Mario Sánchez doblando alguna parte como si fuera Carlitos".
La última vez que Brando vio Boquitas..., cuenta que lloró. "Es una película nostalgiosa y cada uno acomoda las nostalgias a como le dé lugar, pero para mí va a ser siempre una película maravillosa en donde tuve la suerte de trabajar y conocer a un tipo fantástico como Torre Nilsson, que además después me llamó para Piedra libre. También íbamos a hacer otra película, pero él se murió antes. Me acuerdo de que desde su lecho de enfermo me decía: ‘Vamos a hacer una toma así, vamos a ir a Colonia y vamos a hacer tal cosa y tal otra’. Beatriz y 'Babsy', 'Babsy' y Beatriz, Boquitas..., Alfredo, es todo un pedazo de historia que ya no está", reflexiona hoy, acomodando su nostalgia.
Raúl Lavié: "El diálogo, con voces en off en el tapial, fue algo muy innovador"
Con el personaje de Pancho en Boquitas..., Raúl Lavié dejaba atrás su participación en películas "pasatistas". "Los productores pedían a un tipo simpático, divertido: ‘Llamá al Negro Lavié’. Y la mejor sorpresa que tuve fue cuando recibí el llamado de Torre Nilsson y me ofrece un personaje que él consideraba hecho a mi medida. Para mí fue tocar el cielo con las manos, porque en ese momento que te llamara Torre Nilsson era como si te llamara Steven Spielberg", dice el músico y actor.
Lavié recuerda lo novedoso de un registro que el director improvisó en el acalorado, a la vez que poético, diálogo que su agente de policía mantiene con Mabel mientras recoge de un árbol unos higos a pedido de ella, desde un tapial. "Yo me subía a arreglar una supuesta antena de comunicación y ella estaba del otro lado. Entonces a 'Babsy' se le ocurre hacer un diálogo distinto, doble, directo pero también con otro virtual en el pensamiento de cada uno de los personajes, en el que, mientras yo hago una pregunta, pienso y sale en off qué es en realidad lo que yo creía de ella, y cuando ella me contesta pasa exactamente lo mismo. Creo que esa tal vez fue una de las escenas más originales del cine en ese momento, para esa época fue muy novedoso", apunta.
El actor también menciona que, fuera de las cámaras, Alcón era bastante tímido. "Cuando se paraba la filmación a la hora del almuerzo, íbamos a algún restaurante cercano, donde iba mucha gente diversa, y seguíamos maquillados para la ocasión. Él no quería venir porque tenía ese complejo de que de pronto podrían mirarlo de otra forma, y yo le decía: 'Sos Alfredo Alcón, ¿te crees que alguien va a criticarte?'. Y lo pude convencer".
El trabajo con "Babsy" fue para el artista puramente enriquecedor. "Te dejaba libertad para armar, no era un director de marcar a actores; él te daba la idea y te largaba para que vos lo compusieras y eso te transmite confianza, entonces es más fácil estar frente a un monstruo como Leopoldo Torre Nilsson. Además, tenía una relación muy cordial. Era un tipo sensacional, de buen carácter. Él abrió una escuela de dirección y trabajar con él para mí fue un lujo y una reafirmación de todo lo que yo sentía por esta profesión. Me enseñó muchísimo sobre cómo se hacen las cosas", dice.
Para armar a Pancho, tuvo que realizar cierta preparación física. "Tomé sol desnudo para que no hubiera, en el desnudo con Luisina, ninguna marca pálida. Y no me importó subir de peso, porque estaba armando un personaje y no pretendía salir esbelto ni galán". Además, grabó un tema de promoción de la película, con música de Waldo de los Ríos. "La letra prácticamente es mía. Trata sobre un diálogo en el que aparece el asunto de las cartas que se enviaban Juan Carlos y Nené. En la grabación, el personaje de Marta González lo cubrió Aurora del Mar".
Leonor Manso: su Rabadilla, el humanista y la escena que causó estupor
Leonor Manso trabajó en diversas ocasiones con Torre Nilsson (El santo de la espada, Martín Fierro, Los siete locos) y "siempre fue un placer", señala hoy. "Él creaba unos climas hermosos, y Beatriz, que siempre estaba ahí, también. Eran seres muy lindos. Los recuerdo con mucho amor. Y un día vino Manuel Puig a la filmación; vino como una persona tímida, pero muy afable".
La intérprete considera que la adaptación cinematográfica es fiel al libro original. "Pienso que realmente estaba el espíritu de Puig y filmarlo fue maravilloso. No había nada de compulsivo ni de apuro o apremio en 'Babsy'. Todo era: ‘Bueno, Leonor, ahora vamos a hacer tal escena, vos estás en tal lado, pasa tal cosa. Bueno, ¿están todos listos? Gente muy hermosa".
La actriz, que en estos momentos está pendiente de retomar una versión teatral de Cae la noche tropical, también de Puig, en el San Martín, recuerda hoy a su Rabadilla. "Hermosa la Raba. Era muy vital ese personaje, respondía de manera muy inteligente. Recuerdo las escenas con los compañeros", comparte.
Para Leonor, el film es sin duda un extraordinario retrato de época: "Refleja el mundo de Puig, de ese barrio, de ese clima, de esa zona, los vínculos, los ricos y la 'Raba', que era lo contrario, con unos actores maravillosos y un gran director. Después vino el cine en el que la técnica era lo importante, y está bien, es otra etapa, pero Nilsson era un humanista y así funcionaba como creador y como director".
Su memoria viaja hoy a aquellas señoriales casonas de Adrogué donde filmaban, "con muchos cuartos y jardines llenos de hortensias". Allí protagoniza la escena en que la "Raba" degüella a una gallina: "Una situación horrible para mí. Y mientras estábamos filmando, Beatriz, que era tan expresiva, al igual que otros decía: ‘¡Ay, ay!’. Porque a una gallina tuve que cortarle el cogotito en una escena real. Pero tengo recuerdos de una época muy linda y de gente muy hermosa".
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