Bleu: un film que muchos críticos desestimaron cuando se estrenó, pero que hoy se vuelve una experiencia única
El film dirigido por Krzysztof Kieslowski y protagonizado por Juliette Binoche es una gran propuesta para ver en el mundo del streaming
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A finales de los ochenta del siglo pasado, para la televisión polaca, Krzysztof Kieslowski hizo la serie -o miniserie, distinción para entendidos- El decálogo, diez capítulos basados en Los Diez Mandamientos. Dos de esos capítulos, dos de esos mandamientos, se convirtieron, se ampliaron y fueron películas, se vieron en cines, los números cinco y seis: No matarás y Una película de amor. Kieslowski escribió esa serie de capítulos, o de películas, junto a Krzysztof Piesiewicz, y la música la hizo Zbigniew Preisner. Luego de esa experiencia, los tres polacos volvieron a los mismos roles para La doble vida de Verónica, una película que tenía una Verónica doble, o dos Verónicas. Una Weronika polaca y una Véronique francesa, ambas interpretadas por la misma actriz, la suiza Irène Jacob. Números. El diez, el dos. Y se vendría el tres, en una trilogía que marcaría el cine de la primera mitad de los noventa y que sería la despedida a lo grande de Kieslowski, quien moriría en 1996.
Bleu, Blanc, Rouge. Azul, blanco y rojo. Los colores de la bandera de Francia. “Azul, blanco, rojo: libertad, igualdad, fraternidad. Fue idea de Piesio (Piesiewicz): ya que tratamos de filmar El decálogo, ¿por qué no probamos con la libertad, la igualdad y la fraternidad? ¿Por qué no intentamos hacer una película en la que los principios dominantes de El decálogo se entiendan en un contexto más amplio? ¿Por qué no tratamos de ver cómo los Diez Mandamientos funcionan en la actualidad, cuál es nuestra actitud hacia ellos y cómo funcionan las tres palabras libertad, igualdad y fraternidad hoy en día? Es decir, en un plano muy humano, íntimo y personal, no filosófico ni mucho menos político o social. Occidente ha implementado estos tres conceptos en el plano político o social, pero es algo totalmente diferente en el plano personal. Y por eso se nos ocurrieron estas películas”. Eso contaba Kieslowski en conversaciones con Danusia Stok, que pueden leerse en el muy recomendable libro Kieslowski por Kieslowski editado en la Argentina por El cuenco de plata. Sigue Kieslowski: “Bleu trata sobre la libertad, sobre las imperfecciones de la libertad humana. ¿Hasta qué punto somos realmente libres? Pese a toda su tragedia y su drama, es difícil imaginar una situación más lujosa que la de Julie. Es completamente libre al principio porque se mueren su esposo e hija; pierde a su familia y a todas sus obligaciones. Tiene medios de sobra, posee muchísimo dinero y no tiene ninguna responsabilidad. Ya no tiene que hacer nada. Y aquí surge la siguiente pregunta: ¿es realmente libre una persona en esa situación?”
La respuesta cinematográfica de Kieslowski fue un éxito. La respuesta cinematográfica de Kieslowski, su coguionista Piesiewicz, su músico Preisner y su protagonista Juliette Binoche fue un éxito llamado Bleu. Es decir Azul, pero nadie le dijo Azul a Bleu cuando se estrenó en los cines en la Argentina en mayo de 1994. La revista mensual de cine El Amante -referencia e influencia fundamental cinéfila durante dos décadas- la puso en su tapa, pero no le dedicó una gran cobertura ni tampoco fue tan favorable a la película. En la votación de las mejores películas del año a finales de la temporada, los lectores de la revista eligieron a Bleu como la mejor del año, con los votos suficientes para que superara a La lista de Schindler de Steven Spielberg, a Perros de la calle de Quentin Tarantino y a Un mundo perfecto de Clint Eastwood. En la votación de los redactores de la revista Blue ni figuraba, literalmente: nadie de los 16 redactores la había votado como una de sus diez favoritas del año (había, sí, algunos votos para la segunda película de la trilogía de Kieslowski, Blanc). Nunca había habido ni volvería a haber una discrepancia semejante entre la revista y sus fieles y apasionados lectores. Bleu fue una película que muchos críticos desestimaron por recargada, por intensa, por ambiciosa, por poco apegada a un realismo de las formas que empezaba a estar de moda en esos tiempos. Bleu era una película que se animaba a planos detalle de un terrón de azúcar siendo asediado por un café, a múltiples fundidos a negro como elipsis que aparecían en momentos inesperados, a momentos de pausa que acompañaban el viaje personal del personaje protagónico. Los fundidos a negro con ansias de permanencia solían acompañarse en Bleu con fragmentos de la música de Preisner, que a la vez era la música en la que estaba trabajando el marido de Julie para el “Concierto para la unificación europea” (así de ambicioso podía ser Kieslowski en su película de tono más alto). Un fundido a negro podía significar un paso importante en el tiempo de la historia, pero con otro fundido también podíamos volver al mismo momento: el mundo no se detenía pero sí el tiempo personal de Julie. Blue, película de tiempos internos versus los tiempos del mundo, de la necesidad de Julie de no estar versus los recordatorios del mundo sobre esa música por terminarse, por presentarse públicamente. Pero Julie se escondía, en su casa, en su cama, en un café. O se escondía doblemente al sumergirse en el agua para nadar.
Vuelta a ver hoy, Bleu es una experiencia -claro- intensa, y que también puede llegar a ser singularmente placentera y verdaderamente extraordinaria. La podemos ver o volver a ver -en Mubi y en Qubit- tal vez ya sin tanta urgencia comparativa con la más seca y negramente humorística Blanc o con la más euforizante Rouge, ya sin discusiones acerca de si los espectadores casuales de Blue no estaban siendo demasiado snobs en su gusto, ya sin la necesidad de pensarla como “cine de autor contemporáneo”. Y así, la travesía de una película como Bleu es muy distinta, nuestro viaje hacia y con ella es muy distinto. Es también un viaje a un cine que no se dejaba amedrentar por las modas, a un cine que no temía a la exacerbación de los sentimientos más complejos, a un cine que se hacía a partir de ideas pero sin negar la importancia del personaje, del ser humano en medio del asedio de la vida, la muerte, los deseos y las dificultades y las bellezas del mundo, nada menos. Y uno puede quedarse -o se queda, qué tanto- con la imagen de Juliette Binoche mirando hacia allá en la calle, con el fondo fuera de foco. Y uno se queda con su voz inolvidable, con esa mezcla de fragilidad y decisión, que va cambiando en el peso de sus componentes a medida que avanza la película, una película sobre un cambio externo brutal y su repercusión interna, una película no tanto sobre el tiempo sino sobre los tiempos, allí donde transcurren tanto los individuos como la música, también la de las reunificaciones, incluso con aquellas circunstancias que sacudieron nuestros cimientos, nuestras sólidas seguridades que veíamos desvanecerse en el aire.
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