El actor más redituable de la industria cinematográfica cuenta cómo llegó a la cima y habla de su futuro: ¿realmente quiere ser presidente de Estados Unidos?
Si esta mañana el mundo parecía algo vago –si los pájaros no cantaban tan dulcemente, o el sol estaba un poco más bajo en el cielo– quizás haya sido porque Dwayne Johnson no entrenó.
Cualquier otro día, Johnson se levanta antes del amanecer y se pone a hacer ruidos metálicos con los 20.000 kilos de equipamiento en la cámara de tortura de un gimnasio doméstico que él bautizó su Paraíso de Hierro. Pero hoy no. Hoy Johnson, bajo el seudónimo de Sam Cooke, durmió perezosamente hasta las seis de la mañana en una suite de hotel en Beverly Hills, donde ahora está sentado leyendo con atención el diario mientras su novia de mucho tiempo, Lauren Hashian, disfruta de un bowl de granola del room service.
¿El motivo para esta extraña ociosidad? Johnson y Hashian tienen una hija de dos años y medio, Jasmine, y un segundo hijo que llegará en un par de semanas. “Estamos en la recta final”, dice Hashian, acariciándose la panza, así que dejaron a la hija con una niñera por la noche y se escabulleron en una escapada romántica. “Queríamos hacerla ahora, antes de que fuera demasiado tarde.” Johnson, caminando lentamente por la habitación con medias de gimnasia y una remera que dice BLOOD SWEAT RESPECT, cuenta que Hashian y él originalmente iban a casarse esta primavera en Hawái. “Pero después nos embarazamos”, dice. “Y Mamá no se quiere sacar fotos en el casamiento con una panza enorme; Mamá quiere salir bien.” No estaban exactamente tratando de tener otro bebé. “Estábamos hablándolo”, dice. “Y después, de repente, recibí un mensaje de ella con [una foto de] un test de embarazo.” Aparentemente, no necesitó mucho. “Lo único que hice fue mirarla”, bromea Johnson. “Adiviná. Estás embarazada. Hay un bebé adentro tuyo ahora.”
“Me frunció el ceño”, dice Hashian. “Aquí hay un bebé.”
Johnson dice que está entusiasmado. “Tuve a Simone cuando tenía 29 años” –su hija mayor, que ahora tiene 16, y a la cual tuvo con su ex mujer, Dany Garcia, hoy su manager (ellos lo hacen funcionar)–. “Los hombres no maduran hasta mucho, mucho después, así que está bueno estar en mi cuarto nivel y tener bebés de nuevo.” Cuarto nivel, eso es nuevo. Johnson, 45 años, sonríe. “Es mejor que decir el número exacto.”
¿Ya eligieron un nombre? “Creo que sí”, dice Hashian. “Estamos pensando en Tia. Es simple. Es medio polinesio. Y creo que quizás va a tener cara de Tia. O sea, puede salir de cualquier manera, porque él y yo somos completamente diferentes”; ella es pálida y delicada, él es morocho y colosal. Me encanta el nombre, le digo.
“¿Sí?”, dice Johnson, y parece satisfecho. “Gracias. Probablemente seas la cuarta persona que lo sabe. Fue gracioso: estábamos comiendo con Emily Blunt, con quien me estoy preparando para trabajar [en Jungle Cruise, de Disney], y dije: ‘¿Qué te parece Tia?’. Y ella dijo: ‘Nadie se va a meter con una Tia Johnson’.”
Especialmente si su padre es Dwayne Johnson, del tamaño de un elevador de granos. Cuando estaba en la escuela secundaria, los otros chicos sospechaban de él porque pensaban que era un policía encubierto (dicho sea de paso, es una buena idea para una película de Dwayne Johnson). Aún hoy, siendo la estrella de Hollywood más adorada sin contar a Tom Hanks, Johnson y su gigantez te dejan pensando. El director Brad Peyton, que trabajó con él en tres películas –incluyendo Rampage: devastación–, dice que, cuando se conocieron, Johnson estaba vestido de Hobbs, el personaje de Rápido y furioso. “Yo pensé ‘Dios mío, este tipo es aterradoramente grande’”, dice Peyton. “Era tan intimidante que casi me cago encima. Necesité como quince minutos para reponerme.”
Como si estuviera combatiendo contra esto, Johnson se conduce con una gentileza sostenida, como un oso pardo tumbándose para que le acaricies la panza. De camino al restaurante del hotel para desayunar, nos cruzamos con un manager que se disculpa por la noche anterior. “Ah, ¡todo bien!”, dice Johnson. Solo cuando ya no nos puede escuchar, cuenta a regañadientes lo que pasó. Resulta que cuando volvió a su habitación alrededor de las 2 AM, luego de un largo día de trabajo, Hashian estaba todavía despierta, gracias a un zumbido misterioso cerca de la cama. “Apagué el aire acondicionado, pedimos tapones para los oídos, vinieron los de mantenimiento”, dice Johnson. Finalmente, tuvieron que movernos como a las tres de la mañana. Fue todo un tema.”
Qué bajón; encima en su noche especial. “¡Una noche!”, dice Johnson. Lanza las manos hacia arriba, fingiendo exasperación. “No paran de caernos los golpes.”
De hecho, es así. Johnson está disfrutando de una ola de éxito como la estrella más redituable de Hollywood, lo más cercano a algo seguro que puede tener una película en 2018. Un informe reciente de Wall Street Journal reveló que su pago por adelantado para una película futura fue de 22 millones de dólares; una fuente cercana a Johnson dice que ese número es bajo. Pero lo más sorprendente de la noticia quizás sea lo poco sorprendente que es: obviamente The Rock vale más de 20 millones. Después de todo, hay una razón para que la secuela de Jumanji del año pasado haya ganado más de mil millones de dólares en todo el mundo y esa razón, con todo respeto, no es Jack Black.
Como dice el productor Beau Flynn, quien hizo seis de las películas de Johnson, incluso a ese precio tener a Dwayne “es un robo enorme, una ganga”.
“Es un fenómeno de la naturaleza”, dice la co-estrella de Johnson en Rampage, Jeffrey Dean Morgan. “Parece como si todos los meses estuviera rompiéndola en una película diferente. Mientras rodaba Rampage, estaba conduciendo SNL y haciendo publicidades para Apple, o candidateándose a presidente, o lo que fuera. Hace ejercicio físico a las 3:30 de la mañana así puede llegar al set a tiempo. No sé cómo lo hace. Y la otra cosa es que es un hombre de familia, así que no solo está haciendo malabares con los nueve millones de cosas que tiene por trabajo, sino que también está criando hijos y en un matrimonio feliz. Dios mío. Un poco lo odio.”
***
Estar con Dwayne Johnson es una experiencia tan alegre como te esperarías. Te va a saludar con el puño de una manera que hace que te vibre el húmero. Te va a preguntar el nombre de tu esposa y/o de tu hijo, y después se va a ocupar de repetirlos 17 veces. Su calidez y su entusiasmo van a ser contagiosos, y te vas a ir con una inspiración nueva para despertarte más temprano, hacer más ejercicio físico y ser más amable con la gente, ¿y quizás sumarte a la Marina? Esa es la clase de tipo que es.
“Cuando conocí a Dwayne, una de las primeras cosas que me dijo fue: ‘Elevémonos y dominemos’”, dice Peyton. “Si otra persona te dijera eso, dirías: ‘¿Me estás cargando?’. Pero cuando lo dice Dwayne es como: ‘¡Sí! ¡Elevarse y dominar!’.”
Sentado en la mesa habitual de Johnson en el patio, pide agua Fiji con limón y saca un envase de aluminio. “¿Podríamos darles eso a los chefs y que lo calienten y lo pongan en un plato?”, le dice a la moza.
“OK”, dice ella. “Primero tengo que preguntarles, porque no aceptamos comida de afuera.”
“Oh, van a aceptar”, dice Johnson, sonriendo con confianza.
“¿Va a estar bien?”, pregunta ella.
“Va a estar bien”, dice él. Y ella le cree, porque cuando Dwayne Johnson te dice que algo a estar bien, va a estar bien.
(Un par de minutos después, llega un mozo con el desayuno calentado. Le pregunto qué va a comer. “¿Acá?”, dice. “Esto es corazón de león en trozos. Eso es placenta de búfalo. Y estas son bolas de cabra. De Los Andes.” Se ríe y sacude la cabeza. “Muy estúpido. Pero no. Igual eso sí es búfalo.”)
Cuando Johnson estaba en la facultad, jugando fútbol americano en la Universidad de Miami, estudió criminología, y quería ser agente del FBI u oficial de la CIA, para poder “encerrar a los malos”. Desde entonces, hizo de ambas cosas en la pantalla, al igual que de guardavidas y de un Boina Verde. En Terremoto: La falla de San Andrés, de 2015, era un bombero de L.A. que trataba de salvar a su hija de un sismo aterrador. Flynn dice: “Uno de los comentarios preferidos en internet era: ‘Esta película es tan poco realista. Dwayne sencillamente iría al centro de la Tierra para evitar el terremoto’.”
Johnson encontró su lugar en los personajes que interpreta: pendencieros altamente talentosos que también son sensibles y vulnerables, hombres con defectos pero decentes, con bíceps grandes y corazones aún más grandes. “Nadie me va a ver hacer de un psicópata deprimido”, dice. “Tengo amigos que admiro, ganadores del Oscar, que se toman nuestro trabajo como: ‘A veces sale un poco más oscuro, y nadie lo ve, pero es para mí’. Genial. Pero yo tengo otras cosas para mí. Te voy a cuidar a vos, el público. Vos pagás tu dinero que te ganaste con mucho esfuerzo, yo no tengo que tirarte mis mierdas oscuras a vos. Quizás un poco… pero si está ahí, vamos a superarla, y vamos a superarla juntos.”
Como luchador, Johnson se pasó años viajando por el país actuando en estadios, aprendiendo lo que la gente quiere de sus héroes. “Y el objetivo número uno en todos esos pueblos, desde Paducah, Kentucky, hasta Bakersfield, California, fue siempre ‘cuidá al público’. Todavía podés ver eso en lo que hago ahora. Que el público nunca se vuelva a casa infeliz.”
Hay un momento en Rampage que ilustra esto a la perfección, pero es imposible hablar de eso sin mencionar el final de la película. “Pero si encontrás alguna forma de decirlo, sentite libre”, dice Johnson. “Porque yo creo que es interesante cómo llegamos ahí.”
En la película, Johnson hace de Davis Okoye, un ex soldado de las fuerzas especiales devenido comando, que ahora es primatólogo (bueno, puede pasar). Su mejor amigo, un gorila albino llamado George, es infectado por un experimento genético de una corporación malvada y se transforma en un monstruo de más de diez metros empecinado con destruir Chicago, una empresa en la que se le suman un cocodrilo mutante y un lobo volador. Davis se reúne con George y le recuerda que es un buen tipo, y que juntos pueden bajar al cocodrilo y al lobo antes de que destruyan el mundo. “Entonces, llega el guión, y lo estoy leyendo”, dice Johnson. “Y al final, ¡George se muere! Yo pensé: ‘¡No! ¿Me perdí de algo? George no se puede morir’. Entonces vuelvo a leer y, sí.”
Johnson dice que este momento se volvió “el tema de discusión número uno” entre él, el director y los productores, y el estudio. “No me gustan los finales tristes”, dice. “La vida te da esa mierda, yo no la quiero en mis películas. Cuando caen los créditos, quiero sentirme bien.” Sus preocupaciones llegaron a lo más alto de la cadena de órdenes, y “tuvimos una reunión grande, me dieron todas las razones por las que pensaban que George debía morir”, dice. “Se sacrifica para salvar al mundo. Matar a esos animales que tenían la intención de lastimar a la humanidad. Se sacrifica como un soldado valiente. OK. ¡Pero esto es una película! Hay un cocodrilo del tamaño de un estadio de fútbol, no estamos haciendo Rescatando al soldado Ryan.”
“Dwayne en general no se mete, pero en esta estaba muy decidido”, dice Flynn. “Fue un tira y afloje de dos meses.”
Según Johnson, no se trataba solo de George. “Mi problema es que tengo una relación con un público en el mundo”, dice. “Durante años, construí una confianza en ellos, que consiste en que ellos vienen a mis películas y saben que se van a sentir bien. Así que de vez en cuando hay que jugar esta carta: vas a tener que buscarte otro actor. Tenemos que encontrar la solución; si no, no hago la película.”
Al final, llegaron a un acuerdo con el que ambas partes quedaron contentas. Pero todo el mundo coincide en el hecho de que el instinto de Johnson no falló. “Él entiende al público, y su relación con el público, mejor que nadie”, dice Peyton.
“Ese es el genio de Dwayne”, dice Flynn. “Y después de verla con el público, estaba 100% en lo cierto.”
***
El otro gran sello distintivo de Johnson, además de ser fuerte y trabajador y capaz de reírse de sí mismo, es que es un buen padre. Es parte de su marca: es el hombre que puede golpear a 20 tipos en una prisión, o desviar un torpedo con las manos colgado de un camión a toda velocidad, y después llegar a tiempo para ver el partido de fútbol de su hija menor. Dice que aprendió mucho de ser padre, especialmente padre de hijas mujeres: empatía, sensibilidad, cómo escuchar mejor. Como dice Hobbs: “Lo único que amo más que salvar vidas es a mi hija”.
Su propio padre era un poco más reservado. “Soulman” Rocky Johnson también era luchador, parte del primer equipo de negros en ganar un campeonato de la WWF. Antes de eso, lo echaron de la casa a los 13 años y debió vivir en la calle. “Mi papá era duro”, dice Johnson. “Duro, duro, duro, duro.” El primer recuerdo de Johnson es de cuando tenía 2 años, y su padre estaba llenando una pileta para niños con una manguera. “Me dijo algo como: ‘Ey, vení a ver esto’, así que me acerqué, y me empujó a la pileta.” Johnson se ríe. “Es por eso que necesito terapia.” (Ahora son tan cercanos que Johnson le compró a su papá un Cadillac nuevo después de una cirugía de cadera.)
En ese entonces, los luchadores eran nómades, se ganaban la vida en Memphis o Allentown durante un par de meses antes de mudarse a un nuevo territorio. Johnson vivió en cinco estados diferentes antes de los 6 años, en trece para cuando llegó a la secundaria. “Era horrible”, dice. “Yo me estaba instalando y de repente era la ansiedad de una nueva escuela, nuevos amigos...”. Cuando tenía 12 años, se mudaron a Hawái, donde vivía la familia de su mamá. “Ahí es cuando se puso duro”, dice. El papá trabajaba menos. Sus padres se peleaban. “Fue un tiempo difícil”, dice Johnson. Frustrado por ser pobre, empezó a robar, y comenzó a caer preso. Más tarde, empezó a involucrarse en más peleas, y se transformó en un chico enojado. Hijo único, le resultaba difícil hablar de sus sentimientos.
Johnson dice que ya hizo bastante terapia. “Tuve un par de ataques de depresión, como nos pasa a muchos”, dice. El primero fue en la época de su divorcio: “Más o menos en 2008 o 2009, estaba atravesando muchas mierdas personales que me estaban jodiendo la vida. Era muy complicado, man. Estaba luchando para entender qué clase de padre iba a ser. Me daba cuenta de que había hecho un pésimo trabajo en cultivar relaciones, y que muchos amigos habían caído en el camino. Estaba asustado. Personalmente estaba todo mal, complicado. Y profesionalmente, no confiaba en mí mismo. No estaba acostumbrado a eso. Siempre había sentido que podía hacer cualquier trabajo con mis propias manos.”
Tuvo una entrada llamativa en Hollywood: ganó cinco millones de dólares por su primer protagónico (El Rey Escorpión, 2002). Pero después de una serie de películas para niños ligeramente vergonzantes, parecía terminado. “Mi carrera estaba un poco floja; muy floja”, dice. “Volver a la lucha no era una opción, porque no quería volver como un fracaso. Así que estaba haciendo estas películas, la tercera película familiar seguida, que muchas veces es considerado como un suicidio en tu carrera, para alguien que empezó en el mundo de las películas de acción. Como: ‘Chau, estás terminado’.”
Johnson les pidió una reunión a sus agentes y les dijo que tenía un plan. Quería ser Will Smith, solo que diferente, más grande. “No sé lo que significa”, dijo. “Pero lo puedo ver, y tengo estas dos” –levantó las manos– “y necesito que todo el mundo lo vea conmigo.” El silencio fue profundo. Al poco tiempo tenía agentes nuevos. Pero, diez años después, ¿qué tipo de carrera tiene? La de Will Smith, solo que diferente, y más grande.
Cuando Johnson empezó a pelear, no quería usar su nombre verdadero, porque “no tenía onda”. Ahora es prácticamente su propio género. “La gente solo sabe que es la nueva película de Dwayne Johnson, y le interesa”, dice Toby Emmerich, presidente de Warner Bros. Pictures Group. Blair Rich, nueva presidenta de marketing mundial del estudio, está de acuerdo: “Es una marca en sí mismo”.
Nunca dejó de mejorar: trabajó con profesores de actuación, aprendió sobre la industria y el marketing. “Es increíble ver lo lejos que llegó como actor”, dice Morgan. “Hace un par de semanas estaba haciendo zapping, y apareció una de sus primeras películas, Doom, de mediados de los 2000. Era tan vieja que él tenía pelo. Viendo las sutilezas que hace ahora, hay que felicitarlo.”
“Dwayne empezó como atleta, así que está acostumbrado a que lo entrenen y lo desafíen”, dice Rawson Marshall Thurber, quien dirigió a Johnson en Un espía y medio y Rascacielos. “Responde muy bien a eso. Si querés, acepta hacer cien tomas.”
Desde todo punto de vista, Johnson, en el set, es un sueño: se acuerda del nombre de todo el mundo, desde la gente de catering hasta los operadores de cámara, se saca una foto con el hermano del segundo asistente del departamento de vestuario aunque nadie se la haya pedido. Después de dos películas juntos, Thurber dice que solo vio a Johnson enojado en serio una vez, cuando “hubo un problema de comunicación acerca de cuándo era el rodaje de él, y no iba a poder subirse a un avión para ver a su hija menor. Fue la vez que más enojado lo vi. Pero lo manejó de una gran manera. Convocó a todos en el medio del set y dijo: ‘Estoy decepcionado con todos por el hecho de que estemos en esta situación. ¿Cómo podemos resolverlo y avanzar?’.”
“Fue bastante tenso”, dice Thurber. “Es un tipo grande; todo el mundo se miraba los zapatos. Pero lo que no hizo fue decir ‘a la mierda’ e irse, o sentarse en su camarín y que su gente hiciera un escándalo. Es una estrella enorme de cine, podría haberse ido tranquilamente. Pero llamó a todos y dijo: ‘Resolvamos esto’. En ese momento, le tuve mucho respeto.”
Todo lo cual quizás explique el drama que explotó en el set de Rápidos y furiosos 8 en 2016. Durante la última semana de rodaje, Johnson posteó un mensaje en su Instagram criticando a coprotagonistas anónimos que no pudieron “comportarse como hombres decentes y verdaderos profesionales”, y que eran “demasiado cobardes como para hacer algo al respecto... cagones.”
Al poco tiempo quedó claro que Johnson se refería a su coestrella Vin Diesel. Cuando salió la película, los espectadores más observadores notaron que las escenas del dúo estaban rodadas de tal manera que podían no estar en el set al mismo tiempo. “Es correcto”, confirma Johnson. “No estamos juntos en ninguna escena.”
“Dwayne te da mucha libertad”, dice Beau Flynn. “Podés empujar, empujar, empujar. Pero él traza una línea –probablemente cerca de sus pies–, y si la cruzás, es una de esas raras veces en las que se enoja.”
Johnson dice que su pelea se redujo a un desacuerdo sobre el profesionalismo. “Vin y yo tuvimos un par de discusiones, incluyendo un importante cara a cara en mi camarín”, dice. “Y de lo que me di cuenta es de que tenemos una diferencia fundamental en las filosofías de cómo encaramos la producción de una película, y las colaboraciones. Me llevó algo de tiempo, pero estoy agradecido por la claridad. Trabajemos juntos alguna vez más o no.”
¿Significa que no va a volver para la novena entrega? “No estoy seguro”, dice. “Ahora me estoy concentrando en hacer esta otra película lo mejor que puedo” –Hobbs and Shaw, coprotagonizada por Jason Statham, que sale el año que viene–. “Pero le deseo lo mejor, y no tengo ningún rencor ahí, por la claridad que tenemos.” Considera esto, y luego lanza una risa ruidosa y astuta. “De hecho, podés borrar esa parte del rencor. Que quede solo lo de la claridad.”
"Cuando las cosas salen mal, cuando te abuchean, todo eso tiene que formarte. Tiene que animarte."
***
El día de la manifestación March for Our Lives para protestar contra la violencia por las armas, Johnson postea, para sus 102 millones de seguidores en Instagram, una foto de manifestantes en D.C., junto con un texto que dice (en parte): “Muy orgulloso de nuestra juventud que lidera este movimiento... un día muy fuerte”. Johnson rara vez elige intervenir públicamente en asuntos de política, pero la masacre de 14 estudiantes y tres adultos en Parkland, Florida, le pegó cerca, literalmente. Su hija Simone va a la escuela a media hora de ahí.
“Estaba absolutamente aterrada”, dice. “Murieron muchos amigos de sus amigos. Es desgarrador. Siguen sufriendo.” Le pregunto qué piensa que deberíamos hacer. “Hay que hacer algo, ¿no?”, dice. “No creo que la respuesta sea darles armas a los profesores, porque entonces sería meter más armas en la escuela. No sé, man. No tengo respuestas. Pero hay que cuidar a nuestros hijos.”
Le menciono lo emocionante que fue ver a los chicos liderando la marcha. “Increíblemente conmovedor”, dice Johnson. “Poderoso, emocionante. Pero como con cualquier cosa, tenemos que hacer que haya gente que los acompañe. Es frustrante. Tenemos que ver mejores líderes.”
La idea de liderazgo de Johnson incluye algunas cosas. Empatía. Inclusión. Estar abierto a otras ideas. Estar tranquilo y evitar las reacciones en caliente. “También siento, en cierto sentido, que necesitamos humanos de buena calidad”, dice. “Creo que cuando tenés buena calidad de ser humano en tu ADN y en tu constitución, eso lleva a decisiones más efectivas.”
Como ejemplo, consideren la confrontación entre Donald Trump y los jugadores de la NFL (National Football League) que se arrodillaron durante el himno nacional. Johnson (quien dice que, si hubiera estado en la liga, “me habría arrodillado o levantado el puño en solidaridad”) dice que de lo que se trataban esas protestas –es decir, afroamericanos asesinados por la policía– fue mal comprendido. “Sentí que las respuestas de nuestro presidente estaban dictadas por el ruido, y no por el problema real”, dice. En el fondo, agrega, las protestas eran “un grito en busca de ayuda: ‘Como un ser humano que le habla a otro, tenemos este problema que afecta a nuestro país y a nuestros hijos, y necesito tu ayuda’. Y yo creo que cuando los seres humanos están en riesgo, y piden ayuda, otros seres humanos de buena calidad, ya sea a nivel local o en el nivel más alto del gobierno, tienen que ayudar.”
Johnson no conoce a Trump. Se vieron una vez, hace 15 o 20 años, en un evento de lucha en el Madison Square Garden. (“Lo vi, le di la mano. Eso fue todo”). Pero más allá de la política, Trump parece la clase de tipo con la que Johnson tendría poca paciencia. Como dice su personaje en Un espía y medio: “No me gustan los matones”. ¿Te imaginás la reacción de The Rock si un hombre en el set se burlara de una persona con una discapacidad, o alardeara de haber atacado a una mujer? “Fuiste”, dice Johnson enojado. “Fuiste. No tengo amigos así, ni cerca.”
Ese tipo de comportamiento, dice, “es la razón por la que no voté por él”.
Johnson dice que votó dos veces por Obama, pero que no votó en las elecciones presidenciales de 2016. “En ese momento, sentí que tenía que votar por el candidato que yo pensara que iba a ser mejor que el otro, aunque hubiera preferido que fuera otra persona, o no votar. Tuve idas y vueltas con la idea. Estábamos en el set de Jumanji en Hawái, y era como preguntarles a los dioses. Denme una respuesta. Finalmente, fue [no votar].”
Pero suena como si tuviera sus dudas. “En las próximas elecciones, en 2020, creo que voy a ser más explícito sobre el candidato que apoye”, dice.
Es difícil tener esta conversación sin hablar del elefante en la habitación, que son las propias aspiraciones políticas de Johnson. Durante los últimos años, aparecieron notas sobre él como futuro comandante en jefe. Tiene sentido: es popular, inteligente, encantador, un líder natural y un buen tipo en todo sentido. Pasó años en pequeñas ciudades de todo Estados Unidos, luchando en ferias estatales, mercados de pulgas, granjas, gimnasios de secundarias. Nació en California, tiene vínculos fuertes con Hawái y Florida, vivió en todas partes, desde Texas hasta Georgia, pasando por Pensilvania, y ahora vive part time en Virginia –eso ya da 153 votos electorales–. Una encuesta del año pasado decía que le ganaba un mano a mano a Trump 42 a 37.
Pero seamos honestos: Dwayne Johnson no va a ser presidente pronto. Por más que nos entusiasme verlo hacer el People’s Elbow (su famoso movimiento de catch, considerado el “más electrificante” de la historia de la disciplina) en noviembre dentro de un par de años, hay que tranquilizarse.
“Mirá”, dice Johnson, “la gente está muy entusiasmada, y es un honor que se entusiasmen. Creo que también es consecuencia de la insatisfacción con nuestro presidente actual. Pero es un talento que requiere años y años de experiencia. A nivel local, a nivel de estado, y después a nivel nacional. Tengo el mayor de los respetos por nuestro país y por esa posición, y no soy lo suficientemente delirante como para pensar: ‘Oh, absolutamente, si Trump puede hacerlo, yo puedo hacerlo, y nos vemos en dos-mil-lo-que-sea, preparate’. Para nada.”
Además, ¿es una buena idea? A más de un año de nuestro primer presidente famoso, la mayoría de los estadounidenses estarían de acuerdo con que no está yendo super bien. ¿Acaso no aprendimos la lección? “Creo que en la cabeza de mucha gente, lo que Trump demostró es que cualquiera puede ser presidente”, dice Johnson. “Y para mucha gente, lo que también probó es que no cualquiera debería ser presidente. Lo que siento ahora es que tenemos que mirar otra vez a la gente que tiene un conocimiento muy arraigado de la historia y la política de Estados Unidos, y experiencia en política y en cómo se hacen las leyes. Creo que ese giro tiene que ocurrir.”
Así que ahí está. Dwayne Johnson sabe que probablemente, ahora, no debería ser presidente. Y aun así, ¿quizás algún día?
Johnson dice que tuvo reuniones “secretas” con expertos de todo el espectro político: “Republicanos, demócratas, independientes, alcaldes, estrategas, lo que se te ocurra. Absorbiendo y escuchando. Tratando de aprender lo más posible. Considero la idea, y gracias, me honra. Pero siento que lo mejor que puedo hacer ahora es: denme unos años. Déjenme trabajar y aprender”.
Johnson sonríe. “Voy a decir esto rápido, que está bien. Hay un político muy conocido que dijo: ‘OK, escuchen. Si querés ser candidato a presidente, si me texteás esta palabra, yo voy corriendo. No me textees otra palabra; ni hola, ni cómo estás, ni cómo va. Solo esta palabra.”
¿Qué palabra?
“La palabra es li... ¡no puedo decir la palabra!”
¿Es libertad?
Johnson sonríe de nuevo. “Patriota de la libertad. Es más de una palabra.”
En 2032, va a cumplir 60 años. Patriota de la libertad. Anotalo.
***
La última vez que veo a Johnson es una mañana lluviosa en L.A., cuando me pasa a buscar por un Whole Foods cerca de su casa en un Escalade negro con Hank Williams Jr. en el estéreo. “Ey, hermano”, dice al abrir la puerta. Salimos del estacionamiento hacia la autopista, y chequea los espejos antes de pasar tres líneas de tráfico. “Muy suave”, dice Johnson. “Por favor, anotá eso.”
Estamos camino al predio de entrenamiento de Los Angeles Lakers, donde va a dar una “Genius Talk”, una de una serie de charlas estilo TED que organiza Rob Pelinka, gerente general de los Lakers, para despertar la curiosidad de los jugadores por temas más allá del básquet. Los conferencistas hasta ahora incluyeron a Elon Musk y el ex CEO de Disney y Dreamworks, Jeffrey Katzenberg. Hoy es el turno de Johnson.
Cuando entra, lo espera para saludarlo el presidente de básquet de los Lakers, nada menos que el legendario Earvin “Magic” Johnson (ningún parentesco entre ellos). “¿Qué pasa, nene?”, le dice Magic.
“¿Cómo estás?”, dice Johnson, abrazándolo. Se conocen desde hace años, desde que Johnson venía a los partidos de los Lakers durante su transición de luchador a actor de Hollywood. “Que los jugadores vean lo que está haciendo ahora, verlo, boom, explotar, es el número uno del mundo; ellos necesitan escuchar eso”, dice Magic. “Nosotros también estamos tratando de ser los número uno del mundo.” Los Lakers esperan a Johnson en la sala de video –la sensación juvenil Lonzo Ball está en primera fila en jogging y sandalias–. Es una de las pocas reuniones en la Tierra en la que Johnson parece bajo. El equipo, este año, ha tenido problemas, con una marca de 35-47. Pero los Lakers son jóvenes, y están mejorando, y tienen mucho potencial.
“Gracias, chicos, por recibirme”, le dice Johnson a la sala. “Realmente, no sabía qué decirles hoy, porque ustedes ya son exitosos. Así que en lugar de eso, permítanme decirles lo que funcionó para mí, y quizás algunas cosas funcionen para ustedes.”
Durante los siguientes cuarenta minutos, Dwayne Johnson ofrece un discurso honesto e improvisado en el que pasa lista a su larga vida de fracasos. Las veces que lo arrestaron cuando era adolescente. Cómo fue que no logró entrar en la NFL, el fin de su sueño deportivo a los 22 años. Cómo fue que triunfó en el mundo de la lucha, pero después renunció para hacer películas y tuvo sus dificultades, y dos años después se preguntó: “¿Qué mierda hice con mi carrera?”. Dice que nunca se olvida de estos fracasos. “Hay que tener esa mierda de frente. Cuando las cosas salen mal, cuando te abuchean, esas cosas tienen que formarte. Tienen que animarte.”
En un momento, Johnson mira a la sala, a las caras de los jóvenes hambrientos que lo miran a él. “Ustedes están levantándose”, les dice. “Están subiendo. Pero en algún momento, tenés que cansarte de no ser el jodido número uno. Tenés que jugar enojado. Yo soy tranquilo cuando entro al set. Pero a la hora del negocio, de ejecutar” –golpea el puño contra la puerta– “todos los días me enfrento a este hijo de puta. Y cuando me enfrento a este hijo de puta” –golpea otra vez– “no me importa una mierda quién esté frente a mí. No voy a parar.”
Esa noche, los Lakers ganan por nueve puntos.
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