Bernadette, la mujer del presidente: la reinvención de una primera dama astuta, en tono de efectiva comedia
Con Catherine Deneuve en el rol protagónico, la película de Léa Domenach explora el costado más humano y menos conocido de Bernadette Chirac
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Bernadette, la mujer del presidente (Bernadette, Francia/2023). Dirección: Léa Domenach. Guion: Léa Domenach, Clémence Dargent. Fotografía: Elin Kirschfink. Edición: Christel Dewynter. Elenco: Catherine Deneuve, Denis Podalydès, Michel Vuillermoz, Sara Giraudeau, Laurent Stocker, François Vincentelli, Maud Wyler. Calificación: Apta para todo público. Distribuidora: CDI Films. Duración: 94 minutos. Nuestra opinión: buena.
Se sabe que los franceses se toman todas las libertades posibles a la hora de revisitar su historia política reciente. Incluso en este último tiempo, en el que lecturas indirectas, evaluaciones desde nuevas perspectivas o exégesis desprovistas de solemnidad, ofrecen una divertida mirada sobre el pasado, aun con la risa atragantada que siempre trae aparejada toda evaluación de la dirigencia política por parte de la sociedad civil.
En La batalla de Solferino (2013), la premiada directora Justine Triet tomó como nudo dramático la segunda vuelta que consagró a François Hollande como presidente en 2012 para analizar la conducta profesional de una periodista en la cobertura de la noticia y los efectos de la campaña electoral en su propia vida. También en clave de comedia, la reciente Second Tour (2023), de Albert Dupontel (no estrenada en Argentina), elige la mirada de una mujer de la prensa para la deconstrucción de un candidato de buena familia que tiene mucho para ocultar en su camino a la cumbre del poder en el Palacio del Elíseo.
El debut en la dirección de Léa Domenach utiliza como eje de esa misma revisión de la vida política a un personaje público y carismático como lo fue Bernadette Chirac, primera dama de Francia en los 90, una figura que reinventó su propia imagen y popularidad en un tiempo en el que las mujeres de la escena pública debían batallar contra prejuicios y destratos del mundo masculino. En este caso, incluso de su propio marido. Con advertidas licencias sobre su rigor histórico, Domenach elige la sátira como paraguas, un poco a tientas en el uso de los recursos del musical y en las intervenciones de un coro que comenta desde la canción como pícara editorialización, gesto que no se hace demasiado omnipresente quizás para evitar disgustos del público.
La película entonces se sostiene en un péndulo: es una comedia ligera y nada pretenciosa que se nutre del oficio de Catherine Deneuve como la anticuada Bernadette, quien cambia sus viejos diseños de Karl Lagerfeld por un look moderno, mientras combina la filantropía al estilo Lady Di y la política local en la comuna de Corrèze. Al mismo tiempo, y desde el escudo de la ficción, la historia desnuda las miserias y torpezas de la gestión de Chirac, desde la vanidad del presidente, su nula perspectiva estratégica, hasta la corte de aduladores que lo empujan una y otra vez al traspié electoral. Sin embargo, y aunque lejana de las agudas observaciones que se permitía Triet en su primera película importante antes de Anatomía de una caída, Domenach reconoce a la provinciana Bernadette como una mujer con la intuición de una política de raza, que resulta ser mucho más de lo que espera su familia, su marido, e incluso la política francesa.
En esos hallazgos tácticos, gestionando ventajas para la región de Corrèze en la que forjó su lugar político, o cavilando las traiciones de Sarkozy -personaje al que la película le cobra las cuentas más caras-, Bernadette es más que una señora ávida de protagonismo y dispuesta a vengarse con su envidiada popularidad de las infidelidades del presidente de Francia. Es una hábil jugadora de un tablero complejo y lleno de trampas. Y Bernadette, la película, puede despegarse de esa comedia plana en la que amenaza caer, escapando al retrato de su personaje sujeto a entreactos con tortugas o choferes despechados. La parte más humana y contradictoria de la primera dama es la que abre la vena más astuta de la historia, la que equilibra lo humano y lo político con la muñeca justa.
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