Benedict Cumberbatch: quién es el magnético actor detrás de cowboys ásperos, genios silenciosos y hechiceros legendarios
El británico, de 45 años, da nuevas muestras de su enorme plasticidad con su protagónico en El poder del perro y su nueva incursión en el Universo Marvel con Spider-Man: sin camino a casa
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“Alguien capaz de hacer algo inesperado”. Esa fue la frase con la que Jane Campion definió el secreto de Benedict Cumberbatch, el mismo que la decidió a ofrecerle el papel de Phil Burbank en El poder del perro. Una película que seguramente le valdrá un desfile de nominaciones para todos los premios de esta temporada, con el Oscar como última promesa.
Es que ese cowboy de Montana adherido al recuerdo de un pasado perdido le permitió al actor conjurar una extraña forma de monstruosidad, la que ofrece esa vida nunca vivida, esos sueños rotos convertidos en el veneno de su permanencia, ese arraigo a una mitología extinguida al calor del progreso del siglo XX. Para Cumberbatch, un inglés hijo de actores, formado en la disciplina de las tablas, en el orden de la vida citadina, Phil es un salto al vacío. Phil es el hombre al que vale la pena odiar y temer, como resume Campion, quien lo ha creado sobre la letra de la novela de Thomas Savage y sobre el cuerpo curtido del actor, líder de una manada de machos de campo y ganado, custodios de esa hombría que supo retratar el western como relato fundacional de toda una civilización.
“Cuando Jane me presentó como Phil en el comienzo de la filmación, aclarando que a Benedict recién lo conocerían al final del rodaje, me dio permiso para habitar sus ajustadas vestiduras”, recuerda Cumberbatch en una reciente entrevista con The New York Times, a propósito del estreno de la película en Netflix. “Phil se comporta de manera abominable pero carga con un profundo dolor, el de una vida suspendida, escondida tras su hostil comportamiento”. Phil es el guardián de la memoria de un Oeste destinado al olvido, como las hazañas de Bronco Henry, de quien atesora la montura y los pecaminosos recuerdos. Junto a él, en esa mansión señorial de Montana, habita su hermano George (Jesse Plemons), sumiso bon vivant de esa riqueza ganadera que acaricia las promesas de la modernidad. El poder del perro no solo explora esos monstruos que no vemos, el verdadero dilema tras la transformación de Estados Unidos en una nueva nación, sino las oscuridades de los habitantes de su tierra, las zonas más inaccesibles de quienes nos brindan una apariencia pulida y cristalina.
Formado en el escenario teatral londinense, consagrado a la fama repentina por su radiante interpretación del mítico detective de Arthur Conan Doyle en la serie Sherlock de la BBC, Cumberbatch consiguió dar infinitos matices a los personajes más previsibles, impulsar lo impensado al centro de la escena, hacerlo carne en la historia. Así fue su Sherlock Holmes, el que arribó a la pantalla en 2010, alejado de la seriedad de la novela del enigma, del garbo inglés tan conspicuo y atildado. Ese goce de las fallas de carácter, que lo hacían tan atractivo aún bajo la apariencia modélica de un inglesito prolijo, se continuó en Patrick Melrose, la notable miniserie basada en las novelas de Edward St. Aubyn.
La crianza tóxica, plagada de abusos y maltratos del pobre Patrick, su presente de excesos y excentricidades, no derivan en una historia de provocaciones convencionales y calculadas sino en una fuente inagotable de hallazgos interpretativos, de miradas sinuosas, de frases confesionales. Sus personajes siempre se desgarran desde adentro, atenazados a lo que queda en pie de su compostura, dolidos y eufóricos aún en el más duro silencio: “En mi descripción personal siempre encajo en un montón de paréntesis muy aburridos, por ello siempre me atrae la alteridad de los personajes, la experiencia de una vida tan diferente a la propia”.
Y en ese camino de conquista de personalidades esquivas, Cumberbatch siempre entrenó su propio cuerpo para encarnarlas. Para interpretar a Phil aprendió a montar a caballo, a manejar el ganado, a encarnar el dominio de las tareas manuales como una forma de control sobre un entorno salvaje. En su breve participación en 1917 de Sam Mendes (disponible en HBO Max), personificó la experiencia de la cruenta Primera Guerra en la severa fisonomía del Coronel Mackenzie; en El espía inglés (disponible en Amazon Prime Video y Movistar Play), las torturas en una prisión soviética durante la crisis de los misiles en Cuba al convertirse en el inesperado amigo de un coronel desertor; en la serie La corona vacía (disponible en Amazon Prime Video), convirtió la cojera del Ricardo III shakesperiano en la catarsis por la traición y las masacres.
Otra vez sus monstruos concitan en el cuerpo maleable del actor las sombras de sus almas, heridas o torturadas, pérfidas y ambiciosas. Cuerpo de carne visible, de sentimientos expuestos, de vitalidad inagotable, es siempre más que el instrumento de la actuación, es la verdadera expresión de una verdad inalcanzable.
Personajes silenciosos en un mundo ruidoso
Apenas unos meses antes del estreno de El poder del perro, Cumberbatch dio vida al dibujante Louis Wain en la biopic The Electrical Life of Louis Wain –todavía sin estreno en nuestro país-, un hombre cuya timidez lo condujo a explorar el mundo felino desde la ilustración. Louis es un hombre signado por el deber y la tristeza: el cuidado de su madre y sus hermanas solteras tras la muerte temprana de su padre; la pena por la pérdida de su esposa, la irrupción de la enfermedad mental, la incomprensión de un mundo real que solo la fantasía podía animar verdaderamente.
Cumberbatch interpreta a Louis con la misma energía que parece circular por el pelaje de esos gatos de expresiones asombradas y curiosidad infinita. Gatos que juegan al golf y hacen travesuras como los dibujos animados, seres mágicos que en el momento más oscuro de su vida condensan imágenes de inagotable algarabía. “Tuve con él una conexión similar a la que había experimentado con Alan Turing, en El código enigma (disponible en Amazon Prime Video, Movistar Play y HBO Max): ambos eran personajes silenciosos en un mundo muy ruidoso”, explicó. En ambos, el actor renuncia a develar el verdadero origen del talento y se limita a componerlos en esa extraña convivencia entre un interior profuso e insondable y un exterior alerta a la mirada social.
Es que si para Louis Wain el mundo exterior siempre representó la fobia y la irrupción del desconcierto, para Alan Turing, el genio matemático que descifró el código secreto de la máquina Enigma de la Alemania nazi, el ojo público siempre implicó una amenaza de la que esconderse. El refugio en la previsibilidad del cálculo y la organización de la maquinaria le permitió a Turing vislumbrar los secretos imperceptibles para los demás, la ingeniería de mensajes que los nazis contrabandeaban a través de una Europa en plena contienda. Pero ese heroísmo circunstancial fue convertido en persecución cuando su homosexualidad lo convirtió en convicto, cuando esa maraña de deseos se reveló inaceptable para el país al que había liberado de la tiranía.
Cumberbatch logró siempre contraer su cuerpo en las tensiones que atenazan a sus personajes, las mismas que podemos percibir en los movimientos al dibujar de Louis o al trenzar la cuerda de Phil Burbank en la faena del campo. Un arte que debe evocar una experiencia de vida, sea el genio o el trabajo, la locura o la injusta encarcelación.
De la tierra al cielo
Como contracara a ese universo terrenal que condensan los hombres vulnerables a los que Benedict Cumberbatch dio vida a lo largo de su carrera, asoma la magia que acompaña su entrada al popular mundo de Marvel. Convertido en el excéntrico Doctor Strange, con película propia (Doctor Strange, de 2016, disponible en Disney+), excursión al dionisíaco mundo de Thor (Thor: Ragnarok, de 2017, disponible en Disney+), desfile por las distintas Avengers (Infinite War, 2018; Endgame, 2019; ambas disponibles en Disney+) y aparición estelar en la reciente Spider-Man: Sin camino a casa, se ha revelado como un protagonista recurrente de la marca líder del conglomerado Disney, síntesis de ese humor absurdo que suponen los juegos con el multiverso y los peligros de tentar demasiado a la propia suerte de los héroes.
Su incursión en este territorio de inmensa atención y expectativa –sobre todo después de los números exorbitantes que supuso el rendimiento en taquilla de la nueva Spider-Man- recuerdan aquel lejano tiempo de intempestiva notoriedad que le trajo Sherlock Holmes. “La fama fue muy repentina cuando recién comenzó la serie. Es cierto que durante un tiempo me dio a conocer y estoy muy agradecido por ello. Pero... ¿se apoderó de mi vida? No, creo que ya no”, dijo. Para Cumberbatch el reconocimiento es más que la cáscara de un personaje, sea un mago legendario o un sagaz detective victoriano.
Benedict Cumberbatch ha logrado expandir sus propios límites en la actuación, no solo las barreras de su formación teatral cruzando de las series shakesperianas al mundo de los superhéroes, de los herederos trasnochados a los rancheros del Oeste profundo, sino también el trabajo con su propio cuerpo, maleable y aguerrido, desgarbado e introspectivo, con cada músculo en su propia aventura. Su magnetismo trasciendo los contornos de esa extraña y distante belleza que tanto seduce; es fruto de algo más, secreto, inexplicable. Quizás la soltura de su voz más allá de la melodía de los acentos, la profundidad de la mirada más allá de toda observación, la completa seguridad que anida en sus gestos por mínimos que sean. ¿Será éste el tiempo de su Oscar? ¿O de un reinado prolongado en Marvel? ¿O del regreso a las aventuras de Sherlock Holmes como parece haber deslizado en alguna entrevista? Quién sabe. Aquí lo estamos esperando con toda nuestra atención.
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