Battle Angel: la última guerrera busca consolidar el nuevo amor de Hollywood por la cultura japonesa
Hace algunas semanas, el éxito mundial de Dragon Ball Super: Broly evidenció la popularidad de esa saga , y demostró el imbatible interés del público por los cómics y la animación proveniente de Japón. El estreno de Battle Angel: la última guerrera marca un nuevo intento de Hollywood por adaptar a la lógica del mainstream occidental historias eminentemente niponas. Y el film dirigido por Robert Rodríguez, es la excusa ideal para repasar por qué el cine de Estados Unidos cada vez mira con más interés las ficciones japonesas, cómo fueron las versiones previas y por qué el futuro de Hollywood podría tener ojos gigantes.
Robotech: historia de un mal precedente
A comienzos de los ochenta, un dibujo animado japonés conquistaba al público local. Macross era un relato de ciencia ficción que hacía el foco en un triángulo amoroso entre un piloto de guerra, una militar y una cantante. Su éxito llamó la atención de Carl Macek, un productor televisivo estadounidense que adquirió los derechos para emitirla en su país. Pero el empresario se encontró con un problema, porque debido a una reglamentación televisiva, una ficción infantil no podía tener menos de 65 episodios, y Macross solo tenía 36. Macek tomó entonces una decisión de lo más insólita: compró otras dos series, reescribió parcialmente los guiones y conectó tres historias que no tenían absolutamente nada que ver. De ese modo, en 1985 llegaba a los televisores de Estados Unidos Robotech. A pesar de ser un Frankenstein, el título fue un éxito absoluto e incluso se retransmitió en muchísimos países occidentales (entre ellos la Argentina, al año siguiente). Y si bien Macek logró un gran trabajo, ese experimento dejó una peligrosa conclusión: que el material japonés debía ser modificado a la hora de convertirlo en un producto atractivo para los consumidores occidentales.
Primeros intentos, primeros errores
El éxito de Robotech generó en Occidente un interés muy especial por lo que sucedía en el país del sol naciente, cuáles eran las franquicias exitosas y de qué forma se podían trasladar a Estados Unidos. Pero enmohecidos empresarios (mal) consideraban que los productos japoneses eran herméticos, y pensaban que para cautivar al público había que retocar esas historias. En 1995 se produjo finalmente la ansiada comunión entre ambos países, a través de dos piezas que intentaron llevar al cine americano dos populares mangas (así se denomina al cómic nipón). Primero se estrenó El puño de la estrella del norte, basado en el título homónimo publicado en 1983. La historieta original, un ejercicio de violencia extrema en un mundo apocalíptico inspirado en Mad Max, derivó en una película mediocre que adaptaba de forma burda la trama del cómic. El film no llegó a los cines de demasiados países (en Argentina lo transmitió HBO), y fue un fracaso total.
La segunda adaptación fue Crying Freeman, centrada en un hombre programado para asesinar distintos objetivos. El manga contaba con un dibujo preciosista que combinaba lo mejor del género yakuza, pero la trama, con un antihéroe que vivía bajo un código de honor eminentemente oriental, no aguantó esa traspolación a Occidente. En fin, la riqueza de la historia inevitablemente se diluyó.
Con dos fracasos a cuestas, en Hollywood no entendían cómo distintos productos japoneses se instalaban en el imaginario norteamericano cada vez con más fuerza.Largometrajes animados, historietas y series de animé obtenían una gran popularidad, y Dragon Ball, Akira o los films de Hayao Miyazaki se convertían en fenómenos imbatibles entre niños, jóvenes y adultos. Frente a ese escenario, se renovó el apetito de productores norteamericanos por continuar probando suerte con nuevas remakes.
Simba… ¿o Kimba?
En 1994 se generó una polémica muy importante a partir de El rey león. El taquillero film presentaba peligrosas similitudes con Kimba, el león blanco, un manga de los años cincuenta creado por Osamu Tezuka, responsable de Astroboy y una suerte de Walt Disney oriental. Una anécdota cuenta que las similitudes eran tan evidentes que Matthew Broderick, actor responsable de ponerle la voz a Simba, cuando recibió el guión pensó que estaba por realizar una remake de Kimba. Cuando El rey león se estrenó en Japón hubo una petición firmada por casi quinientos animadores que exigían poner en los créditos que la historia se basaba en Kimba, pero desde Disney negaron cualquier tipo de plagio. Lejos de ser un caso aislado, este episodio marcó el comienzo de una serie de influencias japonesas no oficiales en Hollywood.
El rol de las Wachowski
En 1999 con el estreno de Matrix, las Wachowski se convirtieron en dueñas del cine de ciencia ficción en Hollywood. Ambiciosas peleas, efectos especiales de avanzada y algo de filosofía new age fue un combo irresistible para el público. Como ellas habían confesado, las hermanas eran grandes lectoras de cómics y consumidoras de animé, y ambas reconocían que en la estética de su obra, la influencia más grande era la animación japonesa. De ese modo, Matrix era un collage de estilos que lograba encapsular en la lógica occidental rasgos visuales orientales. Sin proponérselo directamente, la épica de Neo era el primer triunfo de Hollywood en su búsqueda por llevar a la pantalla grande el lenguaje de los mangas.
Luego de concluir la trilogía de Matrix, su siguiente proyecto fue Meteoro, un dibujo animado clásico japonés, que con Astroboy habían sido pioneros en ser emitidos en Estados Unidos y resto de Occidente. Las Wachowski en su adaptación calcaron la estética de la serie, con esos circuitos imposibles y esos autos que saltaban y desplegaban todo tipo de arsenales, pero a pesar de sus muchas bondades, Meteoro no fue bien recibida y se hundió ante el desinterés del público.
Sobre inspiraciones no reconocidas e intentos fallidos
Como sucediera en 1995, en el 2009 se estrenaron otros dos largometrajes basados en populares mangas. Por un lado Dragon Ball: Evolución fue una torpe película a partir de la obra creada por Akira Toriyama. Esa pieza brilla por el ingenio con el que condensó las peores ideas a la hora de interpretar un cómic extranjero, occidentalizando burdamente la historia, violentando la esencia de los personajes y confiando en que la popularidad de la marca Dragon Ball iba a ser imán suficiente para atraer al público. Como era de esperar, la devolución de crítica y taquilla fue pésima. Meses después y luego de esa decepción, la balanza se equilibró con una muy noble adaptación de Astroboy. La película animada resultó una grata sorpresa y aunque presentó ligeros cambios con respecto al material original, su director, David Bowers, demostró un gran amor y conocimiento por los personajes, logrando una cálida historia.
En los años posteriores, una nueva camada de directores volcó en sus obras influencias provenientes del cine de animación nipón, y si bien en muchos casos nadie se hacía cargo de esas similitudes (siguiendo el camino de El rey león), el juego de coincidencias era innegable. Uno de los ejemplos más evidentes sucedió en 2010. En ese momento Darren Aronofsky estrenó El cisne negro, un film en el que una bailarina era víctima de sus propios demonios y de una realidad que la asfixiaba hasta empujarla hacia la oscuridad. Muchos años antes, una obra animada japonesa llamada Perfect Blue se centraba en una cantante que en su camino a convertirse en actriz era amenazada por una doble que representaba su lado más perverso. El tratamiento de la pieza dirigida por Satoshi Kon y su cruda forma de sumergirse en la psique de su protagonista tuvo un fuerte eco en el film de Natalie Portman.
En 2013, Guillermo del Toro con Pacific Rim produjo una verdadera carta de amor a los robots gigantes, en la línea de Mazinger Z. Esa película tomaba una temática parida en Japón y la trasladaba a la lógica del cine hollywoodense, y el director lograba por primera vez, una mixtura perfecta entre ambas culturas. El film fue un verdadero éxito gracias a un director que conocía la mecánica de ese género extranjero, y que sabía que la espectacularidad de los robots sería proporcional al cariño que del público. Sin basarse en ningún manga, el mexicano capturó la esencia del género nipón y lo traspoló a un nuevo mundo.
La importancia de Battle Angel: la última guerrera
Por tercera vez, en un mismo año coincidieron dos adaptaciones fallidas a partir de distintos mangas. Cuando en 2017 Scarlett Johansson protagonizó Ghost in the Shell, la sorpresa fue mayor, porque todo indicaba que Hollywood no necesitaba nuevamente mirar a Japón para lanzar nuevas franquicias. Pero el film pasó sin pena ni gloria y fue un nuevo tropezón en el intento de Hollywood por adaptar historietas orientales. Por su parte, Netflix produjo Death Note, basado en un brillante policial en el que un estudiante obtenía un cuaderno que le permitía matar a cualquier persona con tan solo escribir su nombre en el anotador. El manga, inteligente y con mil vueltas de tuercas, se convirtió en manos de Netflix en una fallida historia que los fans prefirieron evitar. Con esos dos fracasos, todo parecía indicar que terminaba el vínculo entre dos industrias que parecían destinadas a no proliferar, claro que aún faltaba James Cameron .
El director de Terminator declaró en el año 2000 su interés por llevar a la pantalla grande un manga llamado Gunnm, también conocido como Battle Angel. Mientras veía que ese objetivo se hacía más y más difícil de concretar, amainó la ansiedad con la creación de Dark Angel, una serie de televisión inspirada a partir de ese cómic. Luego de escribir un guión completo e investigar largamente la forma de llevarlo al cine, en 2015 le cedió el proyecto a Robert Rodríguez. Con doscientos millones de dólares en presupuesto y con un contundente historial de Hollywood fracasando en sus intentos por reversionar sagas japonesas, el realizador mexicano logró lo que nadie creía posible.
Battle Angel: la última guerrera condensa en dos horas los rasgos más importantes del cómic japonés, respeta la identidad de esa historieta y encapsula sus conceptos más importantes. Teniendo en cuenta que el manga original tiene nueve tomos, varias continuaciones y muchos personajes satelitales, el triunfo del largometraje es limitarse a comprender la lógica de ese universo creado por el autor Yukito Kishiro. Como en el cómic, la película hace foco en la sensibilidad de la heroína, las dudas sobre su identidad, y cómo experimenta sentimientos tan extraños como el amor o un vínculo filial. La protagonista es en esencia una gran paradoja, porque a pesar de tener un inmenso poder bruto, no deja de ser una idealista, de pecar de inocente en un mundo regido por la ley del más fuerte. Y el film se mantiene cerca de esa premisa, y expone al espectador a los duros momentos que debe atravesar la heroína. El realizador estudió el manga, analizó una miniserie animada producida en Japón basada en esa saga, reconstruyó la densa estética del mundo corrupto en el que transcurre la historia, y respetó el material original. Gracias a esa fórmula, Robert Rodriguez llevó adelante el primer tanque de Hollywood capaz de adaptar con eficacia un cómic japonés.
Nuevos proyectos en camino
En un futuro cercano llegarán tres nuevas versiones norteamericanas de distintos mangas. El 9 de mayo se estrenará Detective Pikachu, una película que muy libremente recreará el mundo de Pokemon. Por otra parte, el argentino Andy Muschietti estará al frente de Ataque a los titanes, una saga en la que los únicos humanos vivos, encerrados en ciudadelas, intentan sobrevivir ante la invasión de unos gigantes carnívoros. En Japón es una de las franquicias actuales más populares, y cuenta con un cómic que lleva diez años de existencia, dos largometrajes de imagen real (se encuentran en Netflix), una serie animada y hasta un parque de diversiones temático. El tercer proyecto que ya está en marcha se llama My Hero Academia, y cuenta la vida de un adolescente que ingresa a una escuela de superhéroes, en un mundo en el que prácticamente todos los humanos (menos el protagonista, obviamente) nacen con algún tipo de superpoder.
El boom del cine de superhéroes, como todas las modas del mainstream, tarde o temprano verá su final. Y por ese motivo, en la meca de la industria confían que los mangas pueden ser el próximo semillero de historias que enamoren a una nueva camada de espectadores.
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