Bafici: lo primero y lo último de Marco Bellochio
Hoy, el festival proyectará Con los puños en los bolsillos y Sangre de mi sangre del polémico realizador italiano
A los 25 años, con dinero prestado por su familia (la institución que se encargaría de demoler a lo largo de su filmografía) Marco Bellocchio realizó su obra maestra:Con los puños en los bolsillos (1965). En este primer film, registrado en su casa paterna en el pueblo de Bobbio, Bellocchio rompe los lazos estéticos y políticos del cine italiano con el humanitarismo del neorrealismo y hace propias las innovaciones formales de la nouvelle vague, al tiempo que anticipa el malestar y la revuelta juvenil de los años venideros.
De una intensidad que no mengua con el paso de los años, la película presenta a un grupo familiar de madre ciega y cuatro hijos perturbados que lleva al extremo el diagnóstico de disfuncionalidad: Sandro (un interpretación consagratoria del actor sueco Lou Castel) es epiléptico y mantiene un relación incestuosa con su hermana Giulia; su hermano menor, Leone, también es epileptico, padece de una contextura contrahecha y de retraso mental; Augusto, el hermano mayor, es el menos enfermizo y el único que sostiene algunos vínculos exogámicos (un trabajo, una novia) pero, paradójicamente, es el que mayor distancia nos impone porque resulta mezquino y absorbido sólo por sus aspiraciones. Ante un viaje familiar a la tumba del padre, Sandro planea liberar a Augusto de la carga de su familia provocando un choque de autos en el que cometería una suerte de eutanasia colectiva. Como, finalmente, no se atreve a llevar llevar a cabo el acto, decide emprender la piadosa eliminación de su familia de modo más gradual.
La acumulación de tópicos reconocibles como el padre ausente, el matricidio o el incesto da pie a lecturas alegóricas en claves psicoanálitica (Bellocchio llegó a escribir algunas de sus películas en colaboración con su terapeuta) y política: no resultaba difícil, apenas dós décadas después del fin de la guerra, ver en esta familia sin padre a la Italia sin Mussolini y en la irrefrenable energía asesina de Sandro al vitalismo fascista. Una lectura menos mecánica y que resuena más con la obra posterior del realizador invita a pensar en la tensión entre lo viejo y lo nuevo, en la irrupción de una generación (la que llevó a las protestas del 68) para la que no hay reconciliación posible con el pasado.
Aunque su transparencia narrativa hizo que Pier Paolo Pasolini la incluyera en lo que llamó "cine de prosa". En verdad, sus cortes abruptos, sus saltos temporales y sus elipsis inesperadas (que acaso, vagamente, evoquen la percepción de un epiléptico) en los que la película exhibe sus recursos, su materia, la acercan más a lo que el propio Pasolini llamo "cine de poesía", aunque, en este caso, sería una poesía maldita. Sarcástica, moderna y con tonos del cine de terror (y más de un sobresalto genuino), Con los puños... presenta el germen iconoclasta que se confirma en la filmografía de su realizador: la destrucción de las instituciones centrales de Italia (la familia burguesa y la Iglesia católica) y también la violencia liberadora, la sexualidad perturbada y la enfermedad mental. Para Bellocchio este film fue un triunfo y una carga, dado que nunca pudo alcanzar otra cima semejante.
Cincuenta años más tarde, el director regresó al pueblo de Bobbio para filmar Sangre de mi sangre (2015), el otro de sus títulos que se incluye en la programación de este año del BAFICI. Esta no podría ser una película más distinta a su debut y, sin embargo, es posible rastrear un núcleo de intereses comunes. A los 75 años, Bellocchio aún es capaz de invocar a la imaginación y a la sorpresa: no muchos otros realizadores podrían amalgamar de modo eficaz a la Inquisición, el vampirismo y hasta un anacrónico tema de Metallica interpretado por un coro de niños en el mismo film.
Brujería
Sangre... comienza en el siglo XVII, en medio de un proceso por brujería llevado a cabo en un monasterio. La hermana Benedetta es un monja pecadora: tuvo relaciones con su confesor y el sacerdote terminó suicidándose por el remordimiento. Para que el muerto reciba una sepultura religiosa, su hermano Federico Mai, un violento hombre de armas, debe lograr que la religiosa confiese que actuó bajo influencia sobrenatural y que tiene un pacto con el demonio. Lo que sigue recuerda el martirio de Juana de Arco, en especial porque Benedetta se mantiene incólume y en silencio hasta el final.
Al llegar a la mitad, la película da un abrupto salto hacia el siglo XXI. El lugar es el mismo, el monasterio de Bobbio, sólo que está casi en ruinas y, en apariencia, abandonado. Un millonario ruso pretende adquirirlo como inversión con la ayuda de un recaudador de impuestos también llamado Federico Mai. Ambos ignoran que el convento es, en verdad, el hogar del conde Basta, un centenario vampiro que maneja el pueblo desde la sombras y que vive de un suculento fraude fiscal. El tono dramático de la primera parte aquí se convierte en farsa (puesta de manifiesto, en particular, en una hilarante visita del vampiro a su dentista). Como en la también irónica relectura del mito hecha por Paul Morrissey y Andy Warhol en Sangre para Drácula (1973), aquí el vampiro es un estertor de la vieja aristocracia que vive de expoliar a los trabajadores. En su excesiva versión, Morrissey toma acaso demasiado literalmente la lucha de clases y hace que el aristocrático vampiro sea ultimado por un campesino comunista interpretado por Joe D'Alessandro. Más sutil, para Bellocchio se trata del mundo que debe quedar atrás, del aguijón del pasado sobre el presente. En el final del film, se explicita el vínculo entre ambos segmentos (hay un paralelo visual entre sacerdotes y vampiros) y también el poder liberador de la sexualidad.
Nuevamente, como su debut, el film evoca la lucha pulsional entre las fuerzas vitales de la renovación y las fúnebres ligadas al pasado. Ambos films son las dos puntas entre las que se extiende una carrera que combina la vanguardia política, el psicoanálisis, los géneros populares y una persistente vocación de épater le bourgeois para configurar una de las obras más personales del cine moderno.
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