Bad Boys, hasta la muerte: dos héroes de carne y hueso en medio de un entretenido videojuego
Will Smith y Martin Lawrence protagonizan la cuarta aventura de esta fórmula creada por Michael Bay, que encontró ingredientes para funcionar casi en piloto automático
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Bad Boys: hasta la muerte (Bad Boys: Ride or Die, Estados Unidos/2024). Dirección: Adil El Arbi y Bilall Fallah. Guion: Chris Bremner y Will Beall. Fotografía: Robrecht Heyvaert. Música: Lorne Balfe. Edición: Asaf Eisenberg y Dan Lebental. Elenco: Will Smith, Martin Lawrence, Vanessa Hudgens, Alexander Ludwig, Eric Dane, Ioan Gruffudd, Paola Nuñez. Distribuidora: UIP/Sony. Duración: 115 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años. Nuestra opinión: buena.
Los productos exitosos y de alto impacto, que se producen desde Hollywood para su llegada simultánea a los cines de todo el mundo, se aseguran una larga continuidad una vez que aparece alguna fórmula eficaz en condiciones de sumarse al carisma de sus estrellas. En el caso de Bad Boys, el policial con toques de comedia que Will Smith y Martin Lawrence pusieron en marcha en 1995, la receta terminó de elaborarse en la tercera película (Bad Boys para siempre, estrenada en 2020), y se perfecciona en esta cuarta aventura que por lo visto no tiene ninguna voluntad de cerrar definitivamente el ciclo.
La creación del productor Jerry Bruckheimer y el director Michael Bay, que siempre anda por ahí con algún cameo como para dejar a la vista su influencia en el producto final, hoy se sostiene en un clásico de toda la serie (aguerridos y ocurrentes detectives en combate frontal contra todas las formas posibles del narcotráfico) y un marco general que de a poco empieza a parecerse bastante al modelo Rápidos y furiosos.
En el fondo, lo que empieza a afirmarse (y en un momento ingresa en el terreno de las amenazas y el peligro de muerte) es la idea de familia ampliada, en la que hijos, parientes y antiguos vínculos afectivos se ven involucrados en las peripecias de los dos héroes, Mike Lowrey (Smith) y Marcus Burnett (Lawrence), oficiales de narcóticos de la policía de Miami, ahora expuestos a una nueva condición de prófugos de la ley por culpa de un plan diabólico urdido entre oficinas “legales” y el submundo del negocio de la droga.
Adil El Arbi y Bilall Fallah, de nuevo a cargo de la dirección, encaminan a toda velocidad y con esa estética nerviosa y cortante propia del videoclip un relato que retoma bastante de lo que hicieron en Bad Boys para siempre. Reaparecen unos cuantos personajes, todos muy cercanos a dos protagonistas que viven una especie de nuevo comienzo en sus vidas. Y sobre todo uno clave, Armando (el insípido Jacob Scipio), el hijo de Mike.
Ahora, a su padre (un Smith siempre carismático, pero algo más apagado que de costumbre) le toca casarse y a Marcus (Lawrence, en pose de comediante a tiempo completo) vivir una experiencia cercana a la muerte que lo acerca a un personaje decisivo en el pasado del dúo. A partir de él se dispara un conflicto en el que cada nueva pieza de acción funciona como una fase ascendente más dentro de un videojuego, hasta alcanzar el punto máximo de complejidad.
El manual de acción que el astuto Bruckheimer viene escribiendo desde hace cuatro décadas se aplica a la perfección: peripecias casi inverosímiles, escenarios glamorosos recargados de neón y ruidosos sonidos urbanos (Miami en su esplendor, en este caso), villanos de caricatura y héroes que transpiran, se ríen cada vez más de sí mismos, no le tienen miedo al ridículo y son capaces de bromear al borde del precipicio. Bad Boys ya funciona como una marca que se las ingenia para capturar nuestra mirada y lograr que olvidemos todo después de pasar dos horas frente a la pantalla de un videogame con personajes de carne y hueso.
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