Una trama que busca ser motivacional, ejemplo de una historia de vida, pero en el camino se olvida de cómo hacerlo
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Azúcar y estrellas (À la belle étoile, Francia/2023). Dirección: Sébastien Tulard. Guion: Cédric Ido, Yazid Ichemrahen, Christelle Berthevas, Sébastien Tulard. Fotografía: Pierre Dejon. Música: Brice Davoli. Edición: Marielle Babinet. Elenco: Riadh Belaïche, Loubna Abidar, Marwan Amesker, Phénix Brossard, Pascal Légitimus, Jean-Yves Berteloot, Sandrine Dumas, Christine Citti, Patrick d’Assumçao. Duración: 110 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: CDi Films. Nuestra opinión: regular.
Será que uno tiene la retina anestesiada después de tanto MasterChef, Bake Off u otros grandes premios de la cocina. O será que a uno ya no le conmueve, indigna o siquiera le mueve un pelo esos “villanos” de gorro y espumadera que se hacen llamar chef y tienen a maltraer a subalternos con ironía “marteguitiana”. O capaz que luego de emocionarse soñando que un roedor era capaz de reproducir el ratatouille de la infancia de un crítico culinario, no quedó un remanente de lágrimas para dedicar a otro muchacho con ansias de superación, entre ollas y sartenes. Vaya uno a saber porqué, pero lo cierto es que Azúcar y estrellas comienza, se desarrolla y termina sin poder sacar de la apatía al espectador.
Siguiendo una receta de buenos ingredientes pero poco condimento, el film de Sebastien Tulard reconstruye la vida de Yazid Ichemrahem (en el film a cargo de Riadh Belaiche) tomando como base su propia autobiografía. El muchacho de extracción humilde toda la vida soñó con ser pastelero, pero antes de siquiera ver cumplir su sueño tiene que lidiar con una madre a quien es mejor perderla que encontrarla, y una familia adoptiva que se vuelve su pilar de contención; no solo para sobrevivir en su presente, sino también para soñar con su futuro.
A partir de unos constantes saltos temporales que en lugar de favorecer el desarrollo de la trama la entorpecen, el guion muestra cómo Yazid se sobrepone a todo y a todos para lograr su objetivo. A esa infancia, marcada por el estigma social, en donde la realidad poco y nada tenía que ver con la imaginación, se avanza hacia una versión adolescente del protagonista, carismático, rebelde y decidido a lograr sus objetivos. No sin algún que otro tropiezo, el joven logra escalar en el elitista mundo gastronómico, sin traicionarse y siguiendo sus instintos.
Sin emoción
Tal vez no sea lo enumerado al comienzo el motivo por el cual Azúcar y estrellas no consigue nunca su objetivo, perdiéndose en el camino del héroe al mejor estilo Rocky. El mayor debe de la película es la falta de “nervio” con la que el director decide contar su historia. Además de utilizar demasiadas veces el recurso de oscurecer el entorno del cocinero, cada vez que este tiene que concentrarse ante los ingredientes para llegar al propósito, no hay un in crescendo dramático que permita inflar el pecho de empático orgullo cada vez que a Yazid le sale bien un postre, o recibe halagos de sus maestros. Tampoco habrá aplausos para su empecinada convicción en sobresalir, que lo lleva a trabajar de día y practicar por las noches hasta alcanzar la perfección. Ni siquiera los avatares de un concurso que lo colocan cara a cara con los mejores del mundo, tendrán el espíritu necesario para aplaudir de pie. Nada de eso.
Así, esta historia real, puede ser que funcione a nivel local, donde toda una sociedad seguramente ha seguido durante años las alternativas en torno a Ichemrahem (que, según se cuenta con los créditos, hoy es una estrella en su especialidad y consultor de los restaurantes más famosos del mundo), pero cuando cruza las fronteras, que es cuando más se necesita una narración donde pese lo cinematográfico, la película pierde emoción por más deliciosa que parezca.
Azúcar y estrellas desarrolla una historia que busca ser motivacional, ejemplo de una historia de vida, pero en el camino se olvida de cómo hacerlo. Como esos platos que prometen mucho cuando se encuentran en el menú, pero ya servidos y aunque vistosos, terminan teniendo gusto a poco.
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