El actor protagoniza Yo, traidor, film en el que comparte el trabajo con Mariano Martínez, Osvaldo Santoro y Jorge Marrale y en el que interpreta a un inescrupuloso empresario pesquero
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“Los villanos siempre son más atractivos para actuar”, reconoce a LA NACION Arturo Puig, el actor que interpretó a innumerables bonachones y galanes irresistibles, pero se desafía con estos personajes que sondean zonas más oscuras. “El villano tiene más de una faceta. De hecho, mi personaje en la película es un capo que maneja el negocio de la pesca y se desenvuelve con matices muy variados”. Puig se refiere a Caviedes, el empresario que le tocó interpretar en Yo, traidor, film dirigido por Rodrigo Fernández Engler, en el que comparte protagónico con Mariano Martínez, Osvaldo Santoro y Jorge Marrale, y que se estrenó este jueves en un amplio espectro de salas de todo el país.
-Su personaje ronda en torno a la corrupción empresarial y política, realidades claramente reconocibles, ¿a qué apeló para componerlo? ¿La realidad es una inspiración?
-Cuando interpreto un personaje, me interesa que se noten sus pensamientos en la pantalla, me parece que, en cine, eso es lo que debe prevalecer. En este caso, buscaba que tuviera un aspecto agradable, simpático, pero que sus ojos desnudaran un brillo de maldad, el rasgo de una persona que está siempre tramando algo. Por eso le agradezco al director, la escena donde me hace un primerísimo plano para que diga mi monólogo.
-Su personaje verbaliza algo que se contrapone con la intención de su mirada.
-Eso es lo que busqué. Hay escenas donde al personaje de Mariano (Martínez) le ofrezco una copa amistosamente, pero lo estoy mirando desde otro lugar.
El relato toma como eje la decisión de un hijo de abrirse camino lejos de los mandatos y de la poderosa factoría pesquera de su familia. Así es como, luego de reclamar su parte de la herencia, se instala en un pueblo donde un enigmático empresario, la criatura compuesta por Puig, influirá sobre él.
-En una escena, a su personaje se le consulta si un cadáver debe ser arrojado al mar y él, con naturalidad, ordena que sea en el desierto. Está familiarizado con el crimen y la manera de ocultarlo.
-A tal punto que le pega un tiro como si nada, restándole toda importancia.
Como todas sus escenas fueron rodadas en interiores, Puig no se acercó al mar, donde se registró buena parte del film. El actor filmó su participación en la provincia de Córdoba, justo antes del inicio de la pandemia de covid. “La terminamos a poco de la cuarentena. Ahora, por suerte, ya se está filmando nuevamente, y con todos los protocolos sanitarios, está bravo el asunto”, reflexiona ante la importante suba de contagios registrada en los últimos días, aunque aliviado por la vacunación: “Me acabo de dar la tercera dosis, vengo de ahí. Dicen que si te contagiás, el tránsito es leve, aunque prefiero no conocer el covid”.
Hace pocas semanas, también concluyó el rodaje de la película Los justos, donde comparte el protagónico con Claudia Lapacó y Claudio Rizzi. El cine parece haberse adueñado de Puig, un actor que ha transitado en infinidad de oportunidades los sets televisivos y los escenarios teatrales, pero al que el lenguaje cinematográfico lo seduce especialmente, al menos, en esta etapa de madurez. “A diferencia de la televisión, en el cine hay más tiempo para elaborar el personaje y se pueden tener en cuenta algunos detalles. En mi caso, me intereso por el plano con el que me van a tomar porque eso modifica mi manera de actuar”.
-Los rodajes se caracterizan por sus largas esperas entre toma y toma, ¿le resulta tedioso?
-Como decía Marcello Mastroianni: “El cine es una larga espera”.
-Ante esos intervalos, ¿cómo se hace para no perder la concentración en torno al personaje?
-Cuando tengo que esperar, quizás hasta varias horas, trato de no desconcentrarme y estar en personaje durante ese tiempo. De esa forma, cuando llega el momento de rodar, puedo estar preparado para hacerlo.
-A veces, eso resulta complejo en medio del bullicio y de tanta gente involucrada en un rodaje.
-Suelo estar apartado y no hablo demasiado con mis compañeros pensando profundamente en la escena que debo hacer.
Bajo el ala de Miller
Así como hoy el cine atraviesa su trabajo creativo, hubo un momento en la carrera de Arturo Puig en el que los grandes textos teatrales fueron cruzándose en su camino. No hubo azar, sino la intención concreta de hacer un quiebre luego de aquel padre de familia de la televisión que lo catapultó a una fama desbordada. Así fue como apareció la poética dramática de Arthur Miller, atravesada por el realismo extremo, o los laberínticos y filosóficos conflictos planteados por Edwar Albee.
Después de un paréntesis laboral, una vez finalizado el estruendoso programa Grande, Pá!, el actor se metió de lleno a transitar los pensamientos no concesivos del teatro contemporáneo norteamericano. Cristales rotos, El precio y Panorama desde el puente de Miller y Quién le teme a Virginia Woolf de Albee, fueron algunos de los nudos dramáticos que eligió representar.
-A través de los textos de Miller y Albee, el teatro te ha permitido componer personajes con tonalidades muy diferentes.
-Es cierto, Arthur Miller me parece un autor fantástico que me permitió componer roles maravillosos. En el caso de Albee, cuando me tocó hacer Quién le teme..., mi personaje era extremadamente complejo, de alguna manera el bastonero que guiaba toda la situación en esa noche de alcohol y destrucción que atraviesa un matrimonio.
-Además en esa experiencia compartió el escenario con Selva Alemán, su mujer.
-Fue un desafío interesante y, si bien era difícil, nos beneficiaba tener la confianza de un matrimonio, nos conocíamos mucho. Eso facilitó la composición de estos personajes tan tremendos. Cuando lo hicieron Richard Burton y Elizabeth Taylor, que también eran pareja, se notaba ese grado de confianza entre ellos, ese conocimiento tan íntimo ayuda mucho.
-Aunque los personajes de ficción no transiten lo que sucede en la vida real, ¿qué posibilita transitar la escena con la propia pareja?
-Hay algo que se produce en el lenguaje del cuerpo que es muy cómodo, a pesar que cuando hicimos Quién le teme..., en la vida personal no sucedía lo mismo.
-Menos mal, el matrimonio que creó Albee vive un tormento de reproches y oscuridad.
-Menos mal...
-También es cierto que, durante varios años, Selva Alemán y usted decidieron no trabajar juntos porque se generaban roces.
-Sí, es cierto. Es muy difícil trabajar en pareja, a Selva y a mí nos unió Cristales rotos.
-Hasta ese momento, ¿qué sucedía cuando compartían el trabajo?
-Quizás, uno hacía un comentario y el otro se enojaba y se generaba una pelea. También aparecía cierta competencia, éramos más jóvenes, inmaduros.
-¿Por qué decidieron compartir el escenario de Cristales rotos?
-Nos ofrecieron la obra casi por separado, así que cuando la leímos, ninguno se quiso perder semejantes personajes.
-¿Hicieron terapia de pareja?
-No, nos concentramos en hacer bien nuestro trabajo y que los personajes, que eran tan difíciles, estuvieran logrados. A partir de esa experiencia, nos llamaron millones de veces para trabajar juntos y nos llevamos muy bien. Mis últimas obras fueron con Selva, salvo El vestidor que la hice con Jorgito Marrale.
El suceso
-Luego del fenómeno que generó el programa Grande, Pá!, ¿quién lo encasilló más, la gente o los críticos?
-Fue un poco todo, creo que el público incide mucho. Es normal tratándose de un personaje tan querible, con mucho éxito y que entró en las casas de una manera tan fuerte. Todavía me siguen diciendo “Grande, Pá!” porque el título es como un saludo. Hasta lo han utilizado en la política y el deporte. Respondiendo a tu pregunta, creo que es el público el que quedó más atado al programa porque el periodismo me ha reconocido en cada una de las obras que protagonicé o en mi trabajo como director teatral. De todos modos, pasaron tres años hasta que volví a trabajar.
-El público también le reconoce esos trabajos, lo que sucede es que es muy difícil olvidar un suceso de 60 puntos de rating, algo inusual hoy, donde el programa más exitoso ronda los 15 puntos.
-Me preocupé mucho luego de ver la película Hollywood Land, que cuenta la vida del primer actor que interpretó a Superman. Allí se muestra qué le sucede luego del suceso. Tan duro fue todo que, ese actor, que se llamaba George Reeves, cuando fue el estreno de Lo que el viento se llevó, donde hacía un papel muy importante, al salir al hall, la gente le gritaba “Superman, Superman”, debido a eso le cortaron la escena.
-Tremendo.
-Tan tremendo que termina suicidándose, ya que nadie le quería dar otro trabajo que no fuera el de Superman.
-No fue su caso, sus materiales en teatro fueron elogiados.
-No me puedo quejar, he tenido muy buenas críticas y el público ha respondido a cada propuesta. De todos modos, no reniego de Grande, Pá!, ha sido una bendición.
-Son contados los actores que cosechan un suceso como ese.
-Ya lo creo, por eso estoy muy agradecido a esa comedia.
Censura
-¿Se arrepintió de haber filmado Kindergarten?
-No, aunque, en el momento en el que la filmé, no me llevé bien con el director Jorge Polaco, así que no tengo un buen recuerdo de la película.
-¿Qué explicación le encuentra a las trabas que impidieron el estreno?
-En el momento de estrenarse, existía una comisión que calificaba a las películas y que fue la que decidió que no se podía dar.
-¿Considera que es un material ofensivo?
-No, si lo comparamos con las películas de hoy, para nada. Sucedió algo muy raro con Kindergarten, la novela original era muy buena y fue algo que nos entusiasmó a Graciela Borges y a mí. Además ella insistía mucho en hacer este trabajo porque consideraba que Polaco era un director joven y muy audaz. El tema es que la película que hizo Polaco no tuvo nada que ver con la novela escrita, fue desprolijo y no se entendía bien.
-Era un director exótico.
-Y muy difícil.
También la dirección teatral ha definido la última década del trabajo de Puig. Obras como Piel de judas, protagonizada por Susana Giménez y Antonio Grimau, o Sugar, con Griselda Siciliani o Laura Fernández, todas de gran éxito, fueron responsabilidad suya.
-Al haber dirigido teatro, a la hora de actuar, ¿le cuesta someterse a las directivas de un director? ¿Es un actor rebelde?
-No, soy muy obediente de los directores. Sobre todo, en cine, ya que es el director quien tiene la película en la cabeza. De pronto, puedo sugerir algún plano, pero no más que eso. Me someto a sus decisiones.
-Han tomado conocimiento público algunas denuncias contra colegas suyo por acoso y abuso. ¿Qué reflexión le merece?
-Me duele mucho que sucedan esas situaciones tan repudiables. Me shockea porque uno no se imagina que pueda estar pasando eso. He hecho infinidad de escenas de amor y jamás tuve un problema, hay que cuidar a la actriz y a la mujer. Esa fue siempre mi prioridad.
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