Arturo a los 30, una comedia inteligente protagonizada por un inadaptado
El segundo largometraaje de Martín Shanly confirma la buena impresión que causó su ópera prima, Juana a los 12; Shanly es el protagonista de una película con un elenco muy solvente
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Arturo a los 30 (Argentina/2023). Dirección: Martín Shanly. Guion: Martín Shanly, Ana Godoy, Federico Lastra y Victoria Marotta. Fotografía: Federico Lastra. Edición: Ana Godoy. Elenco: Martín Shanly, Camila Dougall, Julia Azcurra, Ivo Colonna Olsen, Paul Grinszpan, Paul Dougall, Esmeralda Escalante, María Soldi, Miel Bargman, Javier Abril Rotger, Ezequiel Diaz, Constanza Dougall, Carolina Dougall y Franco Bacciani. Duración: 92 minutos. Calificación: Nuestra opinión: muy buena.
En 2016, Martín Shanly estrenó Juana a los 12, su ópera prima, una película original y muy lúcida que cuenta la historia de una inadaptada. La incomodidad provocada por un mundo que exige más previsibilidad que imaginación perturba a Juana, la protagonista de ese film que motivó a esperar con expectativa una nueva aparición del director.
Shanly tiene una carrera estimulante como actor en el circuito alternativo del teatro porteño, que en los últimos años ha conectado muy bien con el cine argentino. Mariano Llinás fue uno de los pioneros en establecer ese contacto. Hizo bien: hay momentos memorables en películas nacionales de los últimos años que les deben mucho a esas actrices y esos actores. En Arturo a los 30, que cuenta la historia de un inadaptado con más años que la Juana de su debut, Shanly crea una escena formidable -y realmente desopilante- para que Pilar Gamboa y Cecilia Rainero brillen en apenas una aparición fugaz. Todo el elenco de la película es un sostén clave. La impresión que provoca ver cada escena colectiva es que el todo el reparto confía en Shanly tanto como él confía en ellos.
Arturo Flannigan tiene 30 años y es un tarambana sensible que despierta una inevitable empatía. Un tipo de personaje que podría encajar bien en una comedia de Judd Apatow, Noah Baumbach e incluso Wes Anderson. Shanly se apodera completamente del papel y logra que sobre la imagen más superficial del neurótico que se mueve con torpeza en la vida social empiecen a vislumbrarse grietas por las que asoma la faceta de alguien que también experimenta el deseo, la fraternidad, el amor, la lealtad y el dolor de una tremenda tragedia familiar.
La estructura de la película, armada en base a un diario personal y con constantes alteraciones temporales, funciona como un aceitado mecanismo de relojería que también incorpora la cadencia narcótica de la voz en off del propio protagonista. No está pensada para generar intrigas o explicar conductas, sino ordenada con astucia para sostener la fluidez del relato y a la vez dejar espacio para lo inesperado. Las transiciones temporales siempre están resueltas con buenas ideas, un detalle que revela la gran conciencia de la importancia de la puesta en escena del director.
La segunda película de Shanly trabaja en sintonía con su predecesora, pero amplía fronteras en términos temáticos, incluyendo un par de planos sutiles pero elocuentes que también aportan contexto político (la legalización del aborto, los residuos de la última dictadura militar). Y se despliega aún más en la apuesta formal, que abre caminos para el diálogo con el espectador. Sobre el final, por caso, una toma aérea que va ampliando paulatinamente el foco dispara muchos sentidos: nos muestra una fortaleza de edificios que transmite el vértigo, la seducción y el espanto de la gran urbe, evidencia lo pequeños que somos en la inmensidad del mundo, respira una dulce melancolía y parece advertirnos que vivir ahí, en ese entramado imponente de cemento, nos condena a la neurosis.
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