Arnaldo André: "Cuando besaba, lo hacía con los labios y con el cuerpo"
Logró todo como eterno galán de aquellas telenovelas inolvidables que se convertían en sucesos de audiencia y, en algunos casos, en verdaderos fenómenos sociales. Cuando se decidió a ejecutar el complejo instrumento de la comedia, su sinfonía sonó perfecta. Ahora atraviesa otro tiempo. Una búsqueda que lo llevó a probar un lenguaje diferente. Arnaldo André ya tiene su propio Amarcord.
Y si su admirado Federico Fellini buceó en sus recuerdos más profundos a través de aquella imaginaria ciudad de Borgo, que no era otra cosa que su Rímini natal; Arnaldo se adentró en las remembranzas que lo trasladaron a San Bernardino, aquel pueblo que lo vio nacer y crecer, rodeado de una espesura tropical digna de Manuel Puig. Lectura según Justino marca su debut como director de cine. La película, que se estrena hoy y está íntegramente rodada en su Paraguay natal, ahonda en su propia historia: la de ese niño de extracción sumamente humilde que debió afrontar la muerte prematura de su padre, las penurias económicas, las primigenias pulsiones del amor, y un contexto político no del todo descifrado dada su edad y la falta de información.
Arnaldo es Justino. San Bernardino es San Bernardino. La ayuda de la Fundación Eva Perón, el régimen de Alfredo Stroessner y las sombras del nazismo en ese pueblo fundado por alemanes conforman el núcleo narrativo de un material que apela a la emoción. "Me preocupé por no mentir. Me esforcé porque todo volviese a ser como antes. Le temía a la crítica de los vecinos, a los que conocían realmente cómo era el pueblo cuando éramos chicos", confiesa el director, con la emoción a flor de piel, sentado en la misma mesa del bar de Palermo donde escribió el guion de su ópera prima. Más cerca de la polca que de los acordes de Nino Rota, la película apela a una historia singular que puede ser la de muchos. "Admiro a Fellini, quedé impactado por todas sus películas. Cuando vi Amarcord, me preguntaba qué tendría que ver esa moto que pasa a toda velocidad y desaparecía. No tenía que ver con la historia, sino con los recuerdos de pueblo, de la ciudad donde uno se crió", explica André mientras saluda a otros parroquianos que frecuentan el mismo lugar y lo tratan como a su vecino dilecto. Ese mismo que puso en marcha su propio "io mi ricordo", de donde nace la famosa contracción pronunciada "a m´arcord".
Para la recreación de época, el director, junto a su equipo de producción, debió sortear algunos escollos: cubrir con ripio el asfalto, volver a pintar casas con sus colores originales, hallar un arroyo similar en el que chapoteaba André de pequeño, trasladar un camión (como los lugareños llamaban a los ómnibus) de época, y que la oficina de correos volviese a lucir como antaño: "Lo más complejo fue dar con un burro. Cuando era chico, deambulaban por las calles, pero ahora costó más que el cachet de un actor". "Samber", como los lugareños llaman a la ciudad, se alteró con la presencia del equipo de filmación. Los vecinos agradecidos que su querida ciudad balnearia tuviera su registro para la pantalla grande.
Palabra de Arnaldo
-¿Te ganó la emoción, durante el rodaje?
-Sí, bastante. Me emocioné mucho en dos momentos puntuales: uno de ellos fue cuando terminó el rodaje de la escena en la que se simula el velatorio del padre del protagonista.
-Que no es otra cosa que recrear el funeral de tu propio padre.
-En la realidad, nos pidieron a mi hermana y a mí que fuéramos a buscar un médico. Hicimos más de diez cuadras y cuando regresamos a casa, papá ya estaba muerto. Nos llevaron a la casa de una tía y a las horas pudimos ir a verlo. Cuando me acerqué, solo atiné a ir a la habitación donde estaban sus elementos de costura y ordenarlos. ¿Para qué? No lo sé. Por eso, cuando el personaje tiene que repetir esa acción, al terminar la toma no pude evitar que se me humedecieran los ojos. La otra escena que me emocionó mucho fue la del primer día de clases en el secundario. Era el estreno del pantalón corto y allí estaba mi mamá, contenida en su emoción porque casi nunca sonreía, le costaba. Cuando se terminó la escena, abracé a la actriz excepcional que es María Laura Cali.
-¿Por qué el personaje central, sobre el que gira la historia, no se llama Arnaldo?
-Preferí que se llamara Justino, como mi papá, un homenaje a él.
-En el film, la raigambre con la tradición atraviesa el relato. Incluso es muy interesante el manejo del lenguaje.
-Escuchar a la gente con mi acento fue conmovedor, me preocupé por rescatar la esencia de ese pueblo.
-Se habla mucho de la Virgen de Caacupé, la religiosidad atraviesa toda la película, en un logrado retrato de idiosincrasia pueblerina. Además, el nombre de la película tiene connotaciones bíblicas.
-Me costó encontrar el título. Se iba a llamar Éxtasis, pero no me convencía. Hasta que, en una misa que organizó mi hermana para mi mamá, escuché la frase: "Lectura según San Mateo". Ahí apareció el título. Por otra parte, tiene que ver con esa mirada de la maestra que el niño piensa que es para él y no es así. El personaje hizo su lectura.
-Justino comienza a percibir cierta pulsión amorosa hacia esa mujer interpretada por Julieta Cardinali.
-Es que yo era muy enamoradizo. Por otra parte, está la mirada subjetiva de Justino sobre su pueblo. La propia lectura sobre el mundo que lo rodea.
-En la película dialogan varios fenómenos sociales y políticos. Se ve la ayuda de la Fundación Eva Perón, la dictadura de Stroessner, y la presencia de nazis en el pueblo.
-Cuando era niño yo sabía quién era Evita, porque había vivido unos años en Argentina. Llegaban juguetes para los niños y mi mamá recibía la lata de leche en polvo. Del nazismo, en cambio, no se conocía nada. En ese sentido, el pueblo estaba incomunicado. Sí sabíamos que había un mandamás que era terrible y que si no comulgabas con él, no te daba trabajo, como le sucedió a mi familia. Ese personaje era Stroessner.
Acá arranqué a ver cine ruso, y me enteré sobre el nazismo. Me preguntaba cuántas veces, trabajando en el correo, le habré entregado cartas a un nazi
-Los colonos alemanes, ¿no comentaban sobre el nazismo?
-Ni una palabra. Así llegué a la Argentina, con mis 17 años. Y fue acá donde comencé a enterarme sobre política e historia. Acá arranqué a ver cine ruso, y me enteré sobre el nazismo. Me preguntaba cuántas veces, trabajando en el correo, le habré entregado cartas a un nazi.
-El personaje interpretado por Mike Amigorena, ¿fue real?
-Absolutamente. Sabíamos que había un asesino, pero no sabíamos sobre la tragedia nazi.
-Es tu primera película como director. Imagino la emoción en el primer grito de "Acción".
-Sí, aunque no era gritado. El primer "acción" era de la asistente. Y el segundo, el mío hacia los actores. La gran emoción fue ver la primera escena terminada, editada por una autoridad como César D´Angeolillo. "Esto es lo que quiero que quede", me dije. Me la copió para que la tuviera en mi casa y no paré de mostrarla.
-Lejos del esperpento o el grotesco como recursos estéticos, pero muy cercano al costumbrismo. En todos los casos, códigos muy bien manejados por Federico Fellini en su Amarcord.
-Fellini decía que siempre escribía en vínculo con sus vivencias y recuerdos. También decía que uno es víctima de esos recuerdos porque no sabemos dónde está el límite.
-La mente y el tiempo, agigantan.
-Así es, pero traté de ser fiel al recuerdo.
Mientras saborea la inquietud de su primer estreno como director de cine, el actor ensaya la comedia Mentiras inteligentes, que se estrenará en diciembre en el Teatro Lido de Mar del Plata. Lo acompañarán Nora Cárpena, Federico Bal y Mica Vázquez.
Amo y señor
Sin prejuicios a la hora de confesar su edad, el actor se enorgullece de sus 76. No es para menos. Tiene el mismo porte esbelto que lucía en sus telenovelas. La cara intacta. Y la voz fresca y con ese dejo de su tonada natal que el star system no le robó. Los secretos son varios. Y no se los guarda: "Trato de dormir ocho horas y en paz, de no llenarme de problemas y, aquellos que no tienen solución, dejarlos pasar. Además, mantengo una alimentación sana que, en mi caso, la he tenido siempre, no es algo nuevo. Me encanta el buen vino, pero el alcohol lo ingiero socialmente. Nunca he fumado y ni siquiera he visto a nadie drogarse delante de mí".
-Derribando mitos que pueden tejerse en torno a la vida de las estrellas.
-La gente piensa que, porque uno trabaja en el medio artístico, está de joda todas las noches. En mi caso, lamentablemente, soy aburrido. Si alguien viene buscando en mí algún tipo de placer de esa naturaleza, se va a sentir muy defraudado. Llevo una vida normal, tranquila. Soy más bien hogareño, aunque me gusta ir a comer, al teatro y al cine.
-¿Qué sí y qué no en la alimentación?
-Como de todo, pero no excesivamente. Me da placer ingerir verduras, aunque no soy vegano. Y me gustan mucho las frutas.
-Herencia de San Bernardino.
-Allá hay pomelos, naranjas, mandarinas. Los chicos, mientras jugábamos, saboreábamos frutas que tomábamos de los árboles. Comíamos el mango y nos chorreaba el jugo sin importarnos. Así me crié. Vengo de una familia muy humilde, así que el pan era casi un lujo, había que comprarlo. En cambio, la naturaleza nos proporcionaba el alimento gratis. La mandioca estaba ahí, bajo la tierra.
-En la filmación, habrán aparecido esos aromas.
-Entre escena y escena, me metía en los terrenos baldíos y agarraba mandarinas, como cuando era chico.
Esa parece ser la fórmula de este Dorian Grey sin autoría de Oscar Wilde, cuyo retrato se forjó en aquel pueblo de niños que jugaban descalzos y en sus primeras aventuras en las salas de cine de Asunción.
-¿Siempre quisiste dirigir?
-Siendo actor de telenovelas, quería hacer cine y teatro. Mi madre me decía que tenía que dirigir y producir televisión, pero a mí no me interesaba, aunque dirigía en las sombras. Pensaba dónde pondría las cámaras, la luz, pero jamás me metía.
-¿Nunca?
-A veces sugería algo al director con mucho respeto. Pero en más de una ocasión, el director me convencía a mí. De todos modos, los directores me dieron bastante libertad de movimiento. Soy un actor que se sostiene mucho en las acciones físicas. Eso lo aprendí estudiando en el Lee Strasberg Theatre Film Institute. Ahí aprendí que las acciones físicas ayudan a relajarte y a darle sentido a lo que estás diciendo.
-No te interesaba dirigir o producir tele, pero estabas cómodo en el rol de galán. La televisión es un medio en el que te movés con total confianza, naturalidad.
-Nunca estuve conforme.
-Esa es toda una revelación.
-Disfrutaba de mi trabajo, pero siempre pensaba que se podía hacer de otra manera. Salvo con Alberto Migré. Él protegía mucho el género y sus escenas tenían sentido, le daba valor a la palabra. Defendía mucho el amor y por eso las escenas románticas eran creíbles.
-¿Cómo canalizabas esa insatisfacción?
-Siempre pensé que mi vida como galán iba a ser corta y que luego me iba a dedicar a otras cosas.
-No te dediques a brindar pronósticos, no es lo tuyo.
-Mi carrera como galán fue larguísima.
-Imagino que mucho tuvo que ver ese buen dormir y buen comer. La vida sana se asoció al galán eterno.
-Recuerdo que sufrí mucho, aparecieron las comedias semanales, era lo que quería hacer. Estaba harto de las escenas como galán. Pensé que nunca me iban a dar esa oportunidad hasta que apareció Gerente de familia. A partir de ahí, los productores se dieron cuenta que podía hacer otra cosa.
-Tus telenovelas eran un negocio estupendo.
-Desde ya… Pero, en consecuencia, siempre estaba disconforme. Y pensaba en el cine. Debo reconocer que, en la época de las telenovelas, me llegaban muchas ofertas para hacer cine, pero lo que me proponían era una continuidad de lo que hacía en televisión. Entonces, ¿para qué si ya lo hago en televisión? Tantos no, hasta que un día no me llamaron más.
-Sin embargo…
-Un día me llamó Lucía Puenzo para El niño pez, luego filmé La extranjera, y así pude abrir un camino nuevo.
-¿Dónde nace ese amor por el cine?
-Lo mamé desde chico. Era el escape. En mi infancia, veíamos como cine las publicidades. La publicidad de un dentífrico que te enseñaba cómo limpiarte los dientes y una propaganda de Stroessner era para nosotros el cine. Eso veíamos en la plaza de San Bernardino.
-¿Había sala de cine en San Bernardino?
-No.
-Había que escaparse a Asunción.
-No. El ómnibus tenía muy poca frecuencia. Si lo perdíamos, no teníamos dinero para dormir en Asunción, así que era preferible no correr el riesgo. Cuando nos mudamos a Asunción y yo comencé a trabajar en la radio, ahí sí, las tardes eran en el cine. Tres películas estreno en cada sala, una fiesta. No iba ni al baño porque no había intervalo. En los barrios, cerca de casa, había salas al aire libre. Una vez me colé para ver una película europea.
Conocí a mucha gente que ha perdido los estribos. Creo que la esencia no se pierde a partir de la educación que uno recibió
-¿Era prohibida para menores?
-No, era prohibida para los bolsillos.
-Percibo que la esencia de San Bernardino nunca la perdiste. Lo curioso es cómo mantuviste esa peculiaridad en un medio que marea tanto y más aún con los ratings exorbitantes que has tenido.
-Conocí a mucha gente que ha perdido los estribos. Creo que la esencia no se pierde a partir de la educación que uno recibió. ¿Por qué elegí para contar en la película mi infancia y mi adolescencia? Porque la vida me marcó, a partir de ahí me convertí en un hombre responsable, respetuoso, consciente de lo que estaba viviendo y que sabía que nada le iba a ser regalado. Por eso Justino sigue yendo a la escuela alemana. ¿Por qué hice eso? Si ni siquiera algunos compañeritos me saludaban porque pertenecían a otro nivel social. Siempre me gustaron los retos. A los 16, estaba trabajando en dos radios como locutor, era la primera vez que en mi casa no faltaba nada. Cuando le dije a mi mamá que me venía a Buenos Aires a estudiar teatro, le prometí que, en un año, mi familia también iba a estar en Buenos Aires conmigo. Los iba a traer a todos. Y así fue. Lo cumplí.
Arnaldo pivotea entre su propia historia y la de su Justino del guion cinematográfico. Ósmosis profunda entre el titiritero y su criatura. Entre el hombre y la ficción. "En Buenos Aires busqué trabajo, me preparé, tomé clases de dactilografía para trabajar en oficinas. Esos retos me gustaron. En mi vida siempre aparecieron las posibilidades y los cambios".
-¿Qué es la fama?
-Un accidente y una posibilidad para que te den trabajo. Cuando sos famoso, te convocan. Cuando no sos de utilidad, no te llaman. Al comienzo de mi carrera, cuando no me llamaban, me desesperaba. Con el correr de los años comencé a calmarme. Una vez, Ana María Campoy me dijo que cuando uno se convertía en una marca podía descansar tranquilo porque el público no lo olvidaría.
-¿Cómo querés que te recuerden? ¿Qué te gustaría que se diga de vos?
-Me gusta cuando alguien me dice que de mí se comenta que soy una buena persona. Eso es un capital. Lo mamé desde la cuna. Ahí está San Bernardino. Vengo de ese lugar bien humilde, todo lo que me gané fue trabajando. El éxito es una burbuja que se esfuma rápidamente, el desafío es mantenerse. Todo lo que hago, lo hago con respeto al público. Cuando me encuentro cara a cara con la gente, me brindo: conversamos, nos tomamos fotografías juntos.
-¿Cómo ves a los actuales galanes de televisión?
-Los veo bien. El género ha cambiado mucho. Hay textos e historias más espontáneas. Eso les permite ser más naturales. Si están allí es por algo. Cada uno tiene sus condiciones físicas y actorales y hay un público que los ha aceptado.
-Los tiempos cambiaron. ¿Te arrepentís de las cachetadas que tu personaje le daba al de Luisa Kuliok en Amo y Señor?
-No me arrepiento porque yo no era consciente. Nadie podía pensar en que la sociedad iba a plantearse tan seriamente la violencia de género o temas vinculados a la diversidad. Hace treinta años no se hablaba de eso. Las cosas cambiaron. Si yo hubiese sabido que eso podría haber servido de ejemplo para algunos hombres, no lo hubiera hecho. No tenía conciencia de eso.
-Para alguien cuya materia prima de trabajo ha sido el amor, ¿se sublima desde el trabajo esa cuestión tan personal e íntima?
-El actor tiene que enriquecerse con las vivencias, porque las puede utilizar en su trabajo. Yo comencé a besar, y a hacer escenas de amor, sin, seguramente, haber conocido el amor en ese momento. Cuando conocí el amor, le di otra lectura y otra manera de expresarme y de besar. Pero hay algo que me ha ayudado mucho que es mi pasión, no hago nada a medias tintas. Cuando besaba, lo hacía con los labios y con el cuerpo. Con todo. Eso ayudó mucho. Cuando salí por primera vez de la Argentina e hice una novela en Venezuela, les llamaba la atención cómo besaba. Allá los galanes eran más tranquilos. La única experiencia que uno no puede reproducir en la actuación es la muerte. Aunque toma elementos del cine o de la vida vivida. Imaginación.
-¿Se viene una segunda película dirigida por Arnaldo André?
-Sí. La escribí en este mismo bar que es como mi oficina, pero aún no tengo plan de filmación.
-Ahora es tiempo de Lectura según Justino.
-Espero que la gente apoye la película, y al cine argentino. Me gustaría que el público se emocione y que piense que es la historia de Arnaldo.
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