Armageddon Time es una historia autobiográfica sobre el racismo, el privilegio y los conservadores años 80
Flow estrenó el más reciente trabajo de James Gray en el que el realizador evoca tanto al Woody Allen más melancólico como al Francois Truffaut de Los 400 golpes.
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Armageddon Time (Estados Unidos/2022). Guion y dirección: James Gray. Fotografía: Darius Khondji. Música: Christopher Spelman. Montaje: Scott Morris. Elenco: Anne Hathaway, Anthony Hopkins, Jeremy Strong, Banks Repetta, Jaylin Webb. Disponible en Flow. Nuestra opinión: buena.
El comienzo de Anna Karenina -”Todas las familias felices se asemejan, pero cada familia infeliz lo es a su modo”- es uno de los más célebres de la historia de la literatura, hasta el punto de de que hasta fue adaptado para el management de empresas en aforismos del estilo “hay muchos caminos que conducen al fracaso, pero solo uno al éxito”. Es una generalización que parece estar enunciando una revelación impensada. Se puede contraargumentar que, en verdad, si tiene valor escribir o saber sobre la infelicidad ajena no es por su total singularidad sino rpor todo aquello en lo que se asemeja a la nuestra. La generalización opuesta parece más cierta: todos somos infelices de modos más o menos parecidos y, ocasionalmente, tal descubrimiento nos aporta cierto alivio. Esto libera un poco a las historias autobiográficas del narcisismo y les da una justificación: más allá de su calidad narrativa, los padecimientos de los protagonistas pueden ser una forma de pedagogía para aplicar a nuestra propia vida. Es decir, no necesariamente tenemos que saber quién es el guionista y realizador James Gray, ni tiene que importarnos su historia personal para que nos atraiga este relato acerca de su vínculo con su familia -tan disfuncional e infeliz como cualquier otra- y su último año como estudiante en una escuela pública de Nueva York. Estas vivencias inevitablemente reflejarán las de otros y un modo actual de entender el mundo.
Aunque se trata de los recuerdos de la infancia del director, las circunstancias de sus personajes no son únicas no solo por la improbabilidad mencionada de invocar experiencias totalmente originales sino también porque las películas de Gray suelen parecerse a otras. Desde su temprano debut a los 25 años con Cuestión de sangre, drama familiar entre mafiosos emigrados de Rusia, que tenía una notable deuda con el cine de Francis Coppola, su filmografía está construida bajo la tutela de distintos realizadores. La ciudad perdida de Z hace pensar en las gestas desquiciadas de los personajes de Werner Herzog; Ad Astra es otro regreso a Coppola, más específicamente, a Apocalipsis Ahora y este nuevo film remite, en partes iguales, a las evocaciones de la infancia de Woody Allen, tales como la de Días de Radio, y a Los 400 golpes de Francois Truffaut, con un álter ego de James Gray llamado Paul Graff en el lugar de Antoine Doinel.
Paul (Banks Repetta) vive con su familia de clase media en un caserón de un suburbio de Queens donde son comunes las sobremesas caóticas, los gritos y las carreras del hijo escapando a un castigo de sus padres. Esther (Anne Hathaway), acaso huyendo del lugar común, es una madre judía que no cocina demasiado bien ni es especialmente sobreprotectora y reparte su actividad entre el hogar y el consejo escolar del área. Irving (Jeremy Strong) es un plomero tosco, al mismo tiempo un padre presente y propenso a violentos arranques de ira contra su hijo. La familia se completa con Ted (Ryan Sell), un hermano mayor casi siempre hostil y Aaron (Anthony Hopkins), el abuelo que escapó de los nazis y que apoya afectuosamente el deseo de su nieto de ser un artista. El cast es destacable y los actores veteranos cumplen con las expectativas que generan sus nombres.
Mientras que Ted asiste a un instituto privado, Paul, a quien sus padres consideran un poco lento, va a una escuela pública, donde dedica su tiempo a hacer caricaturas de sus maestros. Allí, se hace amigo de Johnny (Jaylin Webb), un chico negro forzado a repetir de año. Esta relación es la columna vertebral de la película, que queda estructurada como un contraste entre las diferencias de oportunidades y reprimendas que reciben cada uno de ellos. Cuando ambos concretan el robo una computadora para obtener dinero y escapar de sus familias (en una escena que cita abiertamente el robo de Doinel de la máquina de escribir de su padre) y son capturados, la discriminación que viene golpeando la vida de Johnny termina de sellar su destino. Paradójicamente, este personaje negro no recibe, en el film, la elaboración o el desarrollo de su amigo blanco: es apenas una herramienta usada por el realizador para manifestar su disgusto ante el privilegio de su propia raza.
El racismo, incluso el que ejercen antiguos perseguidos como la familia judía de Paul, es un tema recurrente que se suma al retrato del inicio de la era de Ronald Reagan (el título original Armageddon Time cita un tema casi homónimo de los Clash y una frase célebre del actor convertido en presidente) para sugerir que los conservadores años 80 fueron la cuna del Estados Unidos contemporáneo. De hecho, tanto el padre como la hermana de Donald Trump aparecen en el film. Ambos esputan un parloteo similar acerca del esfuerzo, el mérito y ser los constructores del propio destino ante alumnos ricos a los que sus padres les pagan una escuela privada. El rechazo evidente a este discurso finalmente elitista y el mea culpa por el privilegio blanco son gestos autoindulgentes del film que dejan asentado que el realizador siempre estuvo del lado correcto de la historia y pertenece al bando de los buenos. Nuevamente, esta película autobiográfica no es tanto una manifestación de la singularidad de la vida de su protagonista como la expresión temas coyunturales y una toma de posición ante la política contemporánea.
El film oscila entre momentos genuinamente emotivos y escenas que parecen aleatorias, sin una relevancia evidente para el relato. Armageddon Time es parte de una avanzada reciente de películas sobre recuerdos de la infancia que cruza un amplio espectro, desde Aftersun, film independiente de Charlotte Wells, a Los Fabelman, la última obra de Steven Spielberg, una especie de apenas velado “cine del yo” marcado por la añoranza de otra era. Aquí, una Nueva York exquisitamente fotografiada en infinitos tonos de beige dispone para la nostalgia, aunque la película no nos dice que el pasado fue mejor sino más bien que el presente no es un producto de circunstancias fortuitas o contingentes sino que esta irrevocablemente determinado por nuestra historia.
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